El padre de Lucio Dupuy, de 5 años, había pedido la tenencia del niño. No solo una vez, sino varias, y durante años. El pedido fue, como es de público conocimiento, rechazado por la Justicia, para que el menor permaneciera a cargo de su madre, y su pareja. Tras un divorcio, nueve de cada diez tenencias son otorgadas a las madres. Si mirar los hechos no alcanza, se pueden observar las legislaciones: la Ley 26.618, de Matrimonio Civil, establece que, en caso de separación, “los hijos menores de 5 años quedarán a cargo de la madre, salvo causas graves que afecten el interés del menor”. Aquí surge un debate, o por lo menos algunas preguntas. Primero: ¿cuáles serían esas causas que afecten el interés del menor, hasta qué punto hay que llegar? Aquí parece haber un vacío. En segundo lugar: ¿por qué la tutela queda a cargo de la madre por default? Mucho se ha escuchado sobre el “instinto maternal”, la necesidad de los hijos de estar con la madre, y no de forma indispensable con el padre, la preferencia incluso de los menores por su mamá. La idea de este artículo es, a través de la perspectiva de distintas mujeres, indagar en estos conceptos y descubrir si el instinto maternal es algo real, biológico, o más bien una construcción cultural.
Gestación. Las opiniones son variadas, por supuesto. Los enfoques disciplinarios condicionan las respuestas. No es lo mismo opinar desde una perspectiva biológica que desde una mirada antropológica. Al momento del embarazo, el niño es literalmente parte de la mujer. Un estudio de la Universidad de Cambridge afirma que durante esos nueve meses la madre y el niño se conectan a un nivel al que el padre, por lo menos durante la gestación, no puede llegar. Es así hasta tal punto que demostraron que las emociones de la mujer y el niño durante los últimos meses del embarazo están conectadas, de modo que, llegan a afirmar que pueden “sentir lo mismo”.
Otro artículo, publicado en la revista Science Direct, afirma que durante la gestación el cerebro de la madre “cambia” de tal forma que “se enamora del bebé”. Por último, tampoco se puede negar la naturaleza animal del humano. “Todos los mamíferos hembra tienen respuestas maternales o instintos. (...) Las hormonas gestacionales preparan a las madres para responder a los estímulos de su bebé”, sostiene. Pero advierte que la oxitocina, la famosa “hormona del amor”, se libera en momentos de conexión. Es decir que, a pesar de que la madre lleva nueve meses de ventaja, el padre puede comenzar a construir esa conexión a partir del nacimiento, sobre todo de una forma clave: dándole la mamadera.
Poder. Mabel Bianco tiene una larga carrera en apoyo y en la lucha por los derechos de las mujeres. En 1989 creó la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM), a través de la cual la médica expone e investiga, junto a su equipo, las desigualdades de género. Bianco coincide en la importancia de que el padre alimente a su hijo en los primeros momentos de su vida: “Yo creo que el instinto maternal, desde el punto de vista biológico, existe, pero mucho menos de lo que culturalmente se desarrolla. Sobre todo, se hipertrofia hacia la mujer, que es la responsable principal de los cuidados del niño. Primero se afianza en el hecho biológico de la lactancia, pero se continúa incluso después de esa etapa y los cuidados se van centralizando en la mujer. Por eso, por ejemplo, la importancia de que los hombres le den el biberón. No dan la teta, pero pueden dar el alimento: ahí está la transmisión de todo el afecto que el bebé recibe. Y eso es cultural, no es biológico”.
“Los animales –agrega Bianco– también tienen este sentido del cuidado paternal o maternal, pero mucho menos desarrollado, por lo cultural que se agrega en el caso de los seres humanos con la dependencia de la madre para los cuidados. Creo que las mujeres antes, cuando el desequilibrio en las parejas era muy desigual, aunque ahora quedan parejas que siguen siendo muy poco equilibradas, reteníamos ser el centro del cuidado como una forma de tener algún tipo de poder frente al varón, que decide todo: qué se come, dónde se vive, qué se hace. Todo. En la medida en que ese poder de decisiones es más compartido, es menor el uso por parte de las mujeres del niño como la posesión de uno, frente a quitarle el peso al varón”.
“Por eso creo que es algo cultural y que es algo que tenemos que empezar a pensar en qué medida esto se transmite en la educación informal que se recibe en la casa, y en la sociedad, a los varones y las mujeres. Es decir: las mujeres no tenemos que tener culpa porque salimos a trabajar y dejamos al niño o al bebé al cuidado de otra persona. Sea nene o nena, eso no interesa. Pero también es interesante que compartamos, mujeres y hombres, ese cuidado. Hoy hablaba con una mujer colombiana que trabaja en Naciones Unidas, casada con un finlandés, tienen un niño, y contaba que el marido no estaba trabajando en este momento y se ocupa del cuidado del niño y el manejo de la casa. Es un arreglo en el que él no se siente menoscabado y ella tampoco se siente mal. Es una forma de compartir responsabilidades. En otros países, como Finlandia, están más acostumbrados a estos arreglos que en los países de América Latina, donde todavía el cuidado se concentra en la madre”, finaliza la doctora.
Invento. La antropóloga Sabina Frederic fue ministra de Seguridad entre 2019 y 2021. Durante su gestión, encabezó la 12a Reunión de la Mesa Federal de Seguridad, Género y Diversidad y opina desde su materia de conocimiento: “Desde el punto de vista antropológico no existe el instinto materno. Desde el punto de vista psicoanalítico tampoco. Ningún estudio social, cultural o científico afirmaría algo así. Los roles se intercambian; en algunas culturas los hombres tienen un papel más sentimental que normativo. Hay mujeres que no desean ser madres y lo ven como una imposición. Y varones en parejas homosexuales que crían niños. Familias en las que cumple la función maternal alguien que no es la madre biológica. Niños criados por los abuelos. El instinto materno no existe, es un invento del patriarcado para esclavizar a las mujeres”.
Sin embargo, a pesar de su afirmación, profundiza en los roles de padres y madres: “El niño necesita que alguien cumpla la función materna. Pero la función materna la puede cumplir otra persona. En mi caso, mi bisabuela fue entregada en Casa Cuna en 1900 y fue amamantada por una madre de leche y la crio una mujer que no fue su madre biológica. Hay muchas historias así. Ni hablar de las mujeres que adoptan. Normalmente son mujeres las que adoptan ese rol, pero no necesariamente por un instinto biológico. Para Freud o Lacan, la función materna tiene más que ver con el cuidado, la afectividad, la intimidad, la nutrición. La sociabilidad temprana. La función paterna tiene que ver con lo normativo, la protección. Las madres pueden cumplir los dos roles, y estas funciones son biológicas y culturales. La psiquis humana, para su desarrollo, necesita esas funciones básicas: desde el lado no biológico, sino simbólico. No tiene su origen en reacciones químicas, sino en el lenguaje y la palabra”.
“En general –agrega Frederic–, las mujeres toman ese lugar no solo por deseo, sino también porque hay un aprendizaje de la función. Las madres no son víctimas. Son constructoras de ese lugar que las demanda. Se convierten en necesarias. Son habilidades que desarrollan y que los varones van entregando, con costos. La división del trabajo de crianza está normativizada culturalmente. Mamá y papá no leemos un manual, está encarnado. Es difícil encontrar una pareja donde las funciones están divididas mitad y mitad. La mujer está en el registro de lo cotidiano: a qué hora se despierta, si comió o no comió, cómo va la escuela. Los pocos días que hay en Argentina de licencia de paternidad matan su función; está vedada la posibilidad de aprender a cuidar. El Estado es un gran ordenador de ese apartamiento del varón de la crianza, y la Justicia también. Ni hablar de lo de Lucio Dupuy. La madre biológica aparece como soberana, y la idea del instinto maternal es la de la soberanía de la madre sobre el niño. En algunos casos, la madre se apropia del lugar y desplaza al hombre, negando la función paterna. Hay países, como Suecia, en los que, durante los primeros ocho años de vida del niño, tanto la madre como el padre tienen derecho a un año de licencia. Esa es una forma de turnarse en el cuidado”, relata.
Maternaje. Dora Barrancos es una de las grandes referentes del feminismo argentino y no tiene ninguna duda en rechazar la idea de un instinto maternal, que escape a lo cultural, sino que advierte que es una construcción que se ha ido desarrollando a lo largo de los siglos.
“Definitivamente, taxativamente, no existe el instinto maternal. Hay una creación notable, tal vez extraordinaria, de la aculturación homínida que refiere al grado que se prodiga a nuestras crías. Pero no como instinto. Sobre todo porque el maternaje se tornó en una circunstancia de sofisticación, muy apegada a la idea de derechos de las niñeces. Y es evidente que hay un gran número de estudios historiográficos que muestran cómo ha cambiado la actitud maternal, los sentimientos maternales, que son sentimientos constituidos a lo largo del tiempo”, explica la autora de Mujeres, entre la casa y la plaza.
“Allá lejos –explica–, cuando en el pasaje del Paleo al Neolítico nuestra condición de homínidos, de Homo sapiens sapiens ya es muy evidente, cuando ya somos la especie que somos actualmente, el número de embarazos era enorme, casi sin solución de continuidad y, por supuesto, el número de muertos antes del año era tremendo. Siempre invito a pensar en la enorme cantidad de partos que tuvieron nuestras antecesoras en el Neolítico Superior y en la escasísima posibilidad de supervivencia de las criaturas”.
Entonces, se pregunta Barrancos, “¿cómo podemos pensar en que los sentimientos maternales de ese momento fueran los mismos que hemos constituido en el largo pasaje civilizatorio?”.
“Por eso –detalla–, no existe el fenómeno del instinto maternal. Lo que existe es una acrisolada construcción de sentimientos de orden simbólico, de sensibilidades que nos han constituido como madres. Y no dejo de pensar en el orden de los derechos que se consagraron para las niñeces, que tienen obviamente repercusión fundamental en la responsabilidad del maternaje. En suma, ser madre es una extraordinaria construcción sociohistórica”.