“Redefinir el sentido que puede asumir hoy en día la cuestión sobre el mal político me ha llevado entonces a elegir el camino, por así decir, lateral, de una aproximación genealógica. Me he cuestionado la relación entre poder y mal, concentrándome en las repercusiones políticas de los distintos presupuestos filosóficos. He tratado de reconstruir las condiciones que lo han hecho pensable a partir de la tardía modernidad, para entender de qué manera los conceptos que lo han definido pueden mantenerse, reformularse o abandonarse. El punto de partida de tal trayecto sólo puede ser la reflexión kantiana. En La religión en los límites de la simple razón, el filósofo alemán aborda de nuevo el problema del “mal radical”, se cumple de hecho un cambio radical frente a la precedente tradición filosófica. La definitiva distinción entre mal físico, mal metafísico y mal moral que Kant asume, consiente que sea reemplazada la pregunta exquisitamente teológica y metafísica: “¿De dónde proviene el mal?”, por la pregunta ética, antroética, antropológica e histórica: “¿Por qué hacemos el mal?”. El mal moral ya no es, para el filósofo alemán, una sustancia, de igual modo que no es un no-ser. Es un acto que está relacionado con la libertad. Pero en cuanto Kant hace pensable el intrincado cruce entre mal y libertad, se detiene, como él mismo admite, frente a lo “inescrutable” que se halla en la raíz de esa unión. Para él es impensable la posibilidad de una acción mala que viole intencionalmente la ley moral; es inadmisible la existencia de seres humanos que persigan el mal por amor al mal. Lanzarse más allá de lo “no dicho”, sondear los “abismos diabólicos”.