Roma es, como Buenos Aires, una ciudad de barrios. Se dice que es la Ciudad Eterna, porque si mira a sus espaldas tiene casi 3 mil años de historia. Con unos 2,8 millones de habitantes, es sin duda una gran ciudad, pero no una metrópolis, con todo lo que esto implica, como lo es en cambio la aún “joven”, gigantesca y desbordante capital porteña. En ambos casos los barrios son claves.
Tanto la capital italiana, atravesada por el Tevere, como la ciudad que se asoma al Río de la Plata viven a través de sus barrios, que con mayor o menor grado están interconectados unos con los otros y que oscilan entre fases de estancamiento y crecimiento. Pueden encenderse y ponerse de moda o bien opacarse y entrar en una etapa de letargo, hasta que de repente se vuelve a hablar de ellos.
Esto es lo que ha sucedido con la Garbatella, que está bajo la lupa de los medios italianos ya que de allí viene Giorgia Meloni. Primera mujer al frente del gobierno en la historia de la República tras arrasar en las elecciones del 25 de septiembre junto a su partido, Hermanos de Italia, Meloni acaba de tomar en sus manos las riendas del país. Pero en verdad, del barrio se había comenzado a hablar, y mucho, desde hace tiempo.
Vota Garibaldi. El artículo, y el nombre, ante todo: en Roma nadie dice “vamos a al Garbatella” sino a “la Garbatella”, tal cual nadie dice, por ejemplo, “vamos a Boca o a Matanza”. ¿Y de donde viene ese nombre? Según se cuenta, deriva de una bellísima mujer llamada Carlotta, propietaria de una posada donde, de manera “garbata e bella” (amable y bella), recibía a los peregrinos y viajeros para un descanso. Pero hay otra tesis mucho más concreta: quizás este barrio al sur de Roma, enclavado en una zona de dulces colinas, se llama así simplemente por un método de cultivación de la vid de principios del 1800 conocido como “a barbata” o bien “garbata”.
Las leyendas no terminan allí. En la plaza Bonomelli se encuentra la fontana Carlotta, una pequeña fuente con un rostro femenino de cuyos labios fluye la que es considerada como el agua más fresca de Roma. Al beber tres sorbos se pueden expresar tres deseos de amor que se cumplirán –según se dice– solo si son puros y auténticos.
En la fachada de un edificio de la plaza se destaca por otra parte la imagen de la seductora dama, largos cabellos y con un seno –solo uno– descubierto. No muy lejos de allí hay una mágica “escalinata de los enamorados” y la pared de un edificio con un original grafiti (“Vota Garibaldi, lista nº 1”) que se remonta a las elecciones de 1948, las primeras en la Italia de posguerra, cuando un frente integrado por socialistas y comunistas presentó como símbolo precisamente al “héroe de los dos mundos”. Purísimo arte urbano.
No tiene en cambio nada de mitológico el llamado Camino de las Siete Iglesias, un largo y tradicional recorrido entre varias basílicas romanas. Conocido desde la Edad Media, a partir del 500, san Felipe Neri le dio popularidad como peregrinación y salvoconducto para obtener la indulgencia papal. Sin perder su identidad religiosa, hoy día es un maravilloso tour a través de historias, arquitecturas, panoramas. Obviamente, no faltan las iglesias. En Italia se habla a menudo del “giro delle sette chiese” también como popular expresión que significa perder tiempo sin meta o bien buscar, inútilmente, a alguien que escuche lo que se quiere decir.
Si se les pregunta a los arquitectos de la Garbatella sobre el original estilo del barrio, responden: “Barocchetto romano”. Predomina el liberty con edificios cuyas fachadas son cóncavas y en la que no faltan jardines, huertas o decoraciones como dragones o caballos frisones. También hay mucho racionalismo, estilo estrechamente vinculado a la arquitectura de la época fascista, a partir de criterios marcados por el concepto de un centro vinculado a otras zonas satélites.
La principal novedad de los últimos años del barrio es un puente inaugurado en 2012 que lleva el nombre de Settimia Spizzichino, única sobreviviente entre las mujeres deportadas a Auschwitz tras una redada nazi en 1943 en el gueto de Roma. Muchos años después, Spizzichino dio un testimonio clave durante el proceso contra Erich Priebke, el capitán de la Gestapo que, tras el fin de la guerra, huyó a la Argentina. Priebke participó en la masacre de las Fosas Ardeatinas: una de las 335 víctimas en la matanza se llamaba Enrico Mancini, un carpintero de la Garbatella.
Barrio izquierdista, líder derechista. De allí, de este mundo de jardines, e incluso huertas, patios bien cuidados y casitas nunca demasiado altas, viene Meloni, que nació en 1977 en un modesto hogar de la Camillucci, un área residencial del norte de la capital. A raíz del traumático abandono de la familia por parte del padre, la futura premier, su hermana Arianna y Anna, la madre de ambas, se mudaron a la Garbatella cuando Giorgia era una niña: “Viví aquí por mucho tiempo. Crecer en un determinado sitio nunca nos es indiferente, imprime en cada uno de nosotros una determinada manera de estar en el mundo”, asegura hoy.
El barrio, donde abundaban los llamados “centros sociales” de la izquierda y el PC italiano marcaba el ritmo de la política, siempre fue “rojo”. El primer cambio político importante de la zona tuvo lugar a mediados de los 90 de la mano de Silvio Berlusconi. Meloni siempre se movió algo más allá de ese sector, en el terreno de la derecha-derecha. La premier recuerda a menudo cuál fue el lugar que terminó siendo clave para su carrera política: Via Guendalina Bor-ghese 8, una histórica sede del Movimento Sociale Italiano (MSI), el partido posfascista fundado después de la guerra. Con 15 años de edad, Meloni golpeó a la puerta del Frente de la Juventud del MSI: “Via Guendalina quedaba a la vuelta de casa, allí fue donde todo comenzó para mí”, destaca la hoy jefa de Gobierno, que habla el italiano con un fortísimo acento romano: el acento de la Roma sureña, no de los barrios del norte de la capital, los más ricos de la ciudad. Un acento instintivo, popular y sin vueltas, que según los sondeos le ayudó a ganar las elecciones.
Si se da un paseo por Via Guendalina, el panorama de la cuadra hoy es el siguiente: el local está cerrado, como indican las persianas bajas y lo que queda de viejas pintadas con consignas políticas. Hay ropa colgada secándose al sol en los balcones de los departamentos de la cuadra y enfrente de la exsede del Frente de la Juventud se encuentra un negocio donde se compran libros y discos viejos. ¿Qué fue, por otra parte, de la vida de los colegas del barrio del partido de Meloni? Algunos la acompañan, tienen nuevos cargos. Para todos ellos, obviamente con Giorgia a la cabeza, llegó la hora del traslado al Palazzo Chigi, sede del poder y del gobierno italiano.
“Free Garbatella”. Caminar por la Garbatella significa alejarse de la multitud del centro romano o de la zona del Vaticano: parece un oasis, entre jardines y calles donde reina la tranquilidad. De noche el clima cambia, hay mucha movida, restaurantes, bares y locales nocturnos a pleno, con precios que no tienen nada que envidiar a los del centro. ¿Estacionar? Un infierno. Pero no se tiene la sensación que sí está presente en las áreas de la Ciudad Eterna, arrasadas por el turismo. Aquí la globalización parece no haber llegado, y si llegó pasó de largo, evitando los varios murales que decoran las paredes de la zona. El más famoso de todos se encuentra en uno de los accesos al barrio y lanza, en inglés, el siguiente mensaje: “You are now entering free Garbatella”. La advertencia es muy clara, al territorio hay que cuidarlo.
En uno de sus films más conocidos (Caro Diario, de 1993), y a bordo de su icónica Vespa, Nanni Moretti se deleita al observar “las casas y los barrios de la ciudad. El que más me gusta –destaca– es la Garbatella”. Si lo afirma un romano auténtico como Moretti, no queda otra cosa que creerle. Antes que el gran Nanni nacional, no fueron pocos los directores de cine, entre los cuales se cuentan Pier Paolo Pasolini (Una vita violenta) y Ettore Scola (C’eravamo tanto amati), que tomaron a la Garbatella como colorido telón de fondo para sus películas.
Hay mucha historia en el barrio. Por ejemplo, el cine-teatro Palladium, fundado en 1927 en el marco de un proyecto de casas populares destinadas a los obreros de la cercana zona industrial Testaccio. La Garbatella y el Testaccio son, de hecho, sinónimos de la Roma más popular, la que parece inmune –o casi– a los horrores urbanísticos, la que conjuga pasado con futuro, tradición con personalidad. En las últimas décadas, el popularísimo Palladium fue sinónimo de teatro, cine, rock, bar, fiestas, eventos. Desde hace un tiempo está gestionado por la Universidad Roma Tre.
También el reloj de una torre conocida como Albero Rosso tiene mucho que contar: por años marcó las 11.25, la hora a la que el 7 de marzo de 1944 un bombardeo de las fuerzas aliadas convirtió en escombros gran parte del barrio. En el ataque murieron cincuenta personas: esa hora es como un emblema de toda la ciudad contra la guerra, no muy diferente del reloj de Hiroshima clavado a las 11.25 del 6 de agosto del 45. Dos décadas antes, durante la Marcha sobre Roma con la cual el Duce y sus Camisas Negras irrumpieron en la política italiana, había quedado destruida una gran tienda de alimentos y cooperativa social ubicada en el sitio donde hoy se encuentra Dar Moschino, mítica “trattoria” del barrio. Si es cierto que es difícil comer mal en toda Italia, es prácticamente imposible en la Garbatella, donde son muchos los platos que se lucen, encabezados por la “cacio e pepe” (queso y pimienta): una pasta clásica, calórica y romanísima.