Mauricio Macri delineó en tres postulados los objetivos de su gestión presidencial. Enunciados en orden creciente de abstracción, ellos son: la lucha contra el narcotráfico, pobreza cero y unir a los argentinos.
La lucha contra el narcotráfico es muy difícil e implica librar batallas en todos los ámbitos imaginables: políticos, policiales, territoriales, sanitarios, económicos, pero puede enunciársela como un conjunto de políticas públicas más o menos concretas y más o menos previsibles (control de las fronteras, purgas policiales, creación de empleo, etcétera).
Pobreza cero también nos hace pensar en la esfera de las políticas públicas concretas, de las cosas de las que se ocupan los ministerios y que constituyen de hecho su razón de ser: redistribución del ingreso, control de la inflación, educación y salud públicas de calidad, buenos medios de transporte, un adecuado sistema previsional.
Ahora bien: unir a los argentinos… ¿Qué es esto y cómo es que un gobierno podría lograr algo que suena no sólo tan difícil como los otros dos objetivos sino mucho más abstracto?
Peleas en la mesa. “Unir a los argentinos” no implica evitar que haya peleas en la mesa dominical, que grupos de amigos se terminen disolviendo por razones políticas o que hasta parejas consolidadas terminen distanciándose, aunque sea por un breve tiempo, en épocas electorales… Ningún gobierno podría lograr algo así; y el solo hecho de que un grupo de dirigentes tuviera semejantes objetivos delataría un espíritu sencillamente totalitario. ¿Qué es lo que sí puede hacer un gobierno? Puede, a través de distintos ejemplos, conductas y argumentos diseñar escenarios que fomenten la conversación y la discusión democrática y, en última instancia, contribuyan a la unión de los argentinos.
¿Cuáles son esos ejemplos y argumentos del Gobierno que quiere unir a los argentinos? El propio Marcos Peña nos dio una pista hace unos días con las siguientes declaraciones: “Cuando Mauricio nos convocó a este desafío de unir a los argentinos, no se refería a que pensáramos todos igual sino a coincidir en el camino de la institucionalidad para crecer como sociedad, para encontrar acuerdos, para buscar consensos. Para entender que una sociedad con diversidad de pensamiento nos fortalece. Si nos unimos con los mismos objetivos, mediante la institucionalidad, estamos seguros de que vamos a encontrar acuerdos”.
La unión de los argentinos es, entonces, antes que nada, el resultado del desarrollo institucional. Esta idea vuelve mucho más concreto un objetivo que parecía, en un principio, difícil de enmarcar. Vale la pena que pensemos un poco acerca de esto: ¿por qué la unión de los argentinos depende del fortalecimiento de las instituciones democráticas?
Democracia. La idea misma del sistema democrático tiende, obviamente, a la unión, aunque ese sistema se emplee para dirimir triunfadores y perdedores. En efecto, todos los votos valen lo mismo. Las elecciones nos hermanan, nos ponen en igualdad de condiciones. La dirigencia política debe hacerse eco de esto, como lo hizo Mauricio Macri al afirmar que respetaba y se preocupaba especialmente por entender a la gente que no lo había votado. La política no tiene por qué ser una lucha, o más bien, si la política (tal como se la entiende en la Argentina y la mayoría de las democracias alrededor del mundo) existe, es para que esa lucha sea civilizada. La idea del adversario político como enemigo es un extravío, y no la regla. El director de este mismo diario, Jorge Fontevecchia, lo dijo en una carta abierta hace unos días: “Use el poder para ser presidente de todos, incluso hasta de quienes lo insultan”.
En esa misma carta, agrega: “La grieta lo ayudó a ser presidente, pero es como la inflación. No se enamore de lo que le dio resultado, como hicieron sus predecesores”. Querría hacer una precisión a esta idea. La grieta ayudó a Macri a ganar las elecciones porque la gente estaba harta, precisamente, de la grieta, y vio en Cambiemos no sólo la oportunidad de un cambio de rumbo en aspectos económicos (pobreza cero) o de seguridad (la lucha contra el narcotráfico), sino también una fuerza política plural y dispuesta a respetar al otro (unir a los argentinos). Ya lo había dicho Emmanuel Kant en el maravilloso texto ¿Qué es la ilustración?: “Resulta perjudicial inculcar prejuicios, porque acaban vengándose en ellos que fueron sus sembradores o sus cultivadores”.
Efectivamente, Cambiemos accedió al poder en un contexto de gran polarización política, y viene llevando adelante desde entonces distintas iniciativas tendientes a debilitar esa polarización. Desde el timbreo, que busca un acercamiento con la ciudadanía sin saber, a priori, quién estará del otro lado de la puerta, hasta las reuniones con gobernadores y con el gabinete ampliado, la búsqueda de acuerdos parlamentarios, el respeto a los poderes del Estado. Todos estos ejemplos tienen que ver con una preocupación central del Gobierno, que es la de la “cultura democrática”. Para el Gobierno, la democracia no es solamente una serie de instituciones o, como decía el economista austríaco Joseph Schumpeter, un mecanismo para elegir líderes. Es, además, una serie de conductas, actitudes y valores que fomentan la vida en común y sin los cuales las instituciones de la democracia se debilitan y en casos extremos tambalean. Esta comprensión de la democracia, mucho más densa y profunda, es casi inédita en la historia política del país.
Condiciones. Hoy, fortalecer las instituciones democráticas es, antes que nada, crear las condiciones para que cada argentino pueda desarrollarse libremente. El Estado liberal, democrático y republicano, el Estado que está plasmado, por lo pronto, en la Constitución de la Nación, se enfrenta a una extraordinaria paradoja según la cual muchos de sus esfuerzos se dirigen a retirarse de la escena, para de ese modo dar más espacio a los ciudadanos que viven en ese Estado. No es casualidad que existan cámaras de diputados, de senadores, leyes, constituciones, derechos y garantías: existen porque permiten vivir mejor. Todo el mundo quiere vivir mejor. Y nadie quiere estar peleado con su vecino, su pareja o sus amigos. Es fatigoso, es triste y es improductivo.
“Una generación no puede obligarse y juramentarse a colocar a la siguiente en una situación tal que le sea imposible ampliar sus conocimientos, depurarlos del error y, en general, avanzar en el estado de su ilustración. Constituiría esto un crimen contra la naturaleza humana, cuyo destino primordial radica principalmente en ese progreso. Por esta razón, la posteridad tiene derecho a repudiar esa clase de acuerdos como celebrados de manera abusiva y criminal”, dijo también Kant. Las últimas elecciones parecen constituir un repudio de ese tipo y, por lo tanto, un enorme respaldo a una política verdaderamente progresista.
*Secretario de Integración Federal y Cooperación Internacional del Ministerio de Cultura de la Nación.