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opinión

La libertad profesional y las necesidades sociales

El presidente de Fopea alerta sobre un contexto en que la libertad del trabajo periodístico entra en crisis: menos recursos y menos calidad a la hora de cuestionar al poder.

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Watergate. Fue una investigación periodística que marcó una época, por su rigor y relevancia para toda la sociedad. | cedoc

Los golpes a la legitimidad del periodismo, los que han sido por errores propios y por ataques desde afuera, nos han afectado la capacidad de ampliar una alianza social que apoye nuestra necesaria libertad profesional. Por eso, quizás es preciso hacer una renovación conceptual para poder consolidar un nuevo consenso alrededor de los periodistas que realizan su trabajo con dignidad. 

Al recorrer nuestro país vemos que, a veces, el periodismo parece haber quedado encerrado en sectores políticos, cuando su labor no es partidaria. O puede haber quedado encerrado en sectores sociales medios y altos, a pesar de que en América Latina las sociedades son mucho más amplias que eso. Y ambas limitaciones pueden dejarnos encarcelados en agendas temáticas estrechas. Además, si el gran prestigio de otras épocas, que llenó las facultades con jóvenes que querían ser periodistas, nos convirtió en poderosos agentes de opinión, cierta borrachera de opinión puede ser una de las causas de la reducción de la legitimidad actual. 

Fopea está en todas las provincias argentinas y en cada una de ellas describe, desde el Monitoreo de Libertad de Expresión, el mapa de las restricciones profesionales. Ya sea por la acción de poderes políticos o económicos, o por las limitaciones que imponen algunos dueños de medios, nuestro escenario es difícil. Por ahora, desde Fopea todavía estamos a mitad de camino. Somos eficaces para alertar de las agresiones puntuales, pero todavía nos falta avanzar sobre las limitaciones estructurales. En muchas zonas del país, aunque casi no hay agresiones a los periodistas, su situación real es de una mínima libertad profesional, y eso todavía no lo visibilizamos en forma suficiente. Como decíamos, el periodismo necesita un mayor apoyo social. A pesar de nuestra evidente necesidad de mayor autocrítica, muchos de los ataques recibidos fueron tan injustos como exitosos y nos han alejado de gran parte de la ciudadanía, a la que ahora debemos recuperar para que nos vuelva a creer y poder servirla.

Por eso es necesario explicar mejor para qué estamos. Y eso significa sostener con fuerza que pedir libertad profesional no es un capricho corporativo. En realidad, la libertad de los periodistas de trabajar con calidad es un mecanismo insustituible para que los distintos sectores puedan expresar sus necesidades sociales. Por eso, esta libertad no es un lujo para ricos, poderosos o sobresatisfechos, o una “libertad burguesa” como se decía antes, sino que son libertades esenciales para poder representar, con autonomía profesional, las necesidades, ideas e intereses de toda la ciudadanía, y no solo de los que están al lado del poder y no lo necesitan. Esto incluye poder contribuir a hacer efectivo el derecho de todos a opinar, proponer, debatir, criticar, vigilar, calificar e influir. La idea de algunos de que solo los que son votados pueden realizar esas acciones públicas mutila la expresión democrática del pueblo. Además, siempre ha ocurrido que las restricciones al periodismo son sostenidas por la voluntad autoritaria de restringir determinados derechos.

Así, en cualquier región del país y en cualquier medio, la limitación a nuestra libertad profesional es un apagón masivo a amplios sectores sociales que perderían la capacidad de decir algo en público e insertarse en la conversación ciudadana. En nuestra historia, cada vez que el periodismo se cerró, una oscuridad represiva cayó sobre parte de la sociedad argentina o toda ella; y, por el contrario, las aperturas políticas fueron también una expansión notable de la libertad profesional.

Como dice Pierre Rosanvallon, la desconfianza hacia los poderes, sean electos o no, es una dimensión democrática clave de la historia contemporánea. Y esas expresiones se debilitan si no aparecen en el espacio del periodismo, dado que este transporta al foro público muchas más voces ajenas que propias.

Uno de los roles esenciales de nuestra labor profesional es bucear en las opacidades del Estado, que pueden ser fuente de corrupción, ineficiencia o autoritarismo. El Estado debería ser lo más transparente posible para los ciudadanos, y por eso los periodistas son iluminadores permanentes de esas áreas oscuras. Pero también hay opacidades en la sociedad, que permiten la explotación, el abuso o el agravio a sectores sociales por parte de privados. El mercado puede ser un espacio de creación de riqueza y de destrucción de personas al mismo tiempo, por lo tanto la transparencia es una exigencia que el periodismo debe reclamar aquí también. 

En última instancia, de alguna forma podemos llamar calidad periodística al proceso por medio del cual el periodismo contribuye a domesticar al Estado y a la economía. Y, para poder hacer eso, necesitamos libertad de expresión. De esta forma, la libertad profesional de los periodistas puede ser una fenomenal herramienta de transformación social, en un proceso de ampliación de voces, a las que debemos reconocer como heterogéneas y nunca tratar de imponer su homogeneización. 

Así, calidad y libertad de expresión son las dos banderas históricas de Fopea. Alguien podría ver estos dos objetivos como contradictorios, pero para nosotros se refuerzan mutuamente. Por un lado, se trata de defender al periodismo. Y, por el otro, de criticarlo. Por eso no hacemos corporativismo. Sabemos que en los medios hay muchos actores a los que no les interesa la calidad profesional. A nosotros, sí. Y estamos convencidos de que promover el proceso autocrítico nos hace más fuertes para defender la libertad de los periodistas.

*Presidente de Fopea.