“Los jóvenes están perdidos”. “No les importa nada”. Suelen ser las frases que se escuchan de ciertos docentes hacia con sus alumnos. Pero no es el caso de Helen Haste, profesora inglesa de la Graduate School of Education de la Universidad de Harvard. Ella, quien hace años que viene estudiando el desarrollo moral y cívico en la juventud, plantea una mirada más bien optimista ya que el 50% de los jóvenes participan en actividades cívicas. “Los puntos de vista negativos hacia con los jóvenes tienen una explicación y en general se debe a una especie de pánico moral”.
Para la autora del libro Nueva ciudadanía y educación, basado más que nada en casos de estudio de Inglaterra, en diálogo con PERFIL, si uno le pregunta a un chico si está interesado en la política, sólo el 3% te dice que sí. “Pero si se le cuestiona acerca de si está haciendo algo relacionado con el medio ambiente, responden que por supuesto. Si trabaja en la comunidad para ayudar de alguna manera, te dicen: claro. ¿Fue a alguna protesta? Sí, por supuesto. Pero no me interesa la política. Con esto quiero decir que la mitad de los chicos en cualquier país son activos cívicamente. Pero no lo llaman políticas porque para ellos es algo aburrido”. En el caso particular de Argentina, ella destaca que los jóvenes de nuestro país se muestran muy comprometidos con la actualidad, sobre todo con la desaparición de Santiago Maldonado.
—¿Cómo se puede fomentar que los jóvenes se involucren activamente en la sociedad?
—En muchos países te vas a dar cuenta que los jóvenes que más participan son los que se sienten más involucrados. Por ejemplo, eso pasó con Obama o Jeremy Corbyn con el Partido Liberal. En términos reales, el problema no es tan grave como pareciera que es. Los profesores deben dejar de preocuparse sólo en si los jóvenes votan más o menos, sino que se involucren más, que sean críticos, hagan preguntas, que sus voces sean escuchadas, que cuestionen. Que sean integrados en la comunidad. Sean parte del sistema. Básicamente se los puede ayudar a ellos dándoles herramientas para que puedan expresarse de manera adecuada, defender sus derechos.
—¿Qué rol tiene la formación educativa en este proceso?
—El de igualar oportunidades porque cada caso depende de cuestiones sociales, culturales. Si uno nació en una familia con tales antecedentes, entonces ya tiene de por sí una capacidad de influencia o poderes. Pero puede pasar que las condiciones sean una desventaja y se sufran momentos de discriminación o los factores económicos no son buenos y eso disminuye la capacidad de llegar a un buen colegio. Entonces, ahí la pregunta debería ser cómo empoderar jóvenes en situación de desventaja. Ya no es tan sencillo que sus voces sean escuchadas. Para ello, hay que darles herramientas para que ellos entiendan cómo funciona el sistema y cómo pueden interactuar con él. Por ejemplo, saber cómo la ley puede estar a su favor o si les juega en contra, cómo pueden rebelarse contra ella. Esto suele suceder con los pueblos originarios. Entonces, un maestro debería darles herramientas para que sepan comunicarse, desarrollarse de manera adecuada en la sociedad.
—¿Qué rol tienen las emociones en el compromiso?
—Claramente hay un rol muy importante que tiene el componente emocional. En la ciencia política, siempre se habla de racionalizar las razones de las decisiones. Pero en la vida real lo que tiene más fuerza realmente es el componente emocional. Lo que debemos enseñar es a la gente a manejar sus emociones en una forma que en las decisiones se tengan en cuenta ambos componentes. Uno tiene que poder justificar, reconocer de dónde vienen esos sentimientos, por qué siente eso. La razón de esas emociones. Integrarlas porque si negamos la emoción no vamos a llegar muy lejos. Los jóvenes realmente sienten que deben hacer algo cuando lo hacen. Por ejemplo, contra una injusticia en la que se sabe que el Gobierno no va a hacer nada. Muchas sucede que algunos se involucran porque les gusta una chica o porque tienen un amigo. En el tiempo, algunos se quedan y otros se van. Pero lo importante es que uno al participar aprende nuevas capacidades y obtiene herramientas en ese proceso. Y esas competencias que uno descubre que tiene después las puede usar en otros ámbitos y eso es parte de la educación cívica.
—¿Cuáles son los temas qué más los movilizan?
—En general, el medio ambiente, la injusticia, la lucha por derechos, la inmigración y la homofobia. El género también, pero no tanto como creo que debería.
—¿Creés que más allá del rol de las redes sociales, los grandes medios tienen poder de influencia sobre ellos o tiene más poder de influencia Netflix, por ejemplo?
—Sí, claro. Hay mucho poder y dinero en los grandes medios, que antes estaba bastante controlado por los diarios y ahora ya no tanto. Eso no significa que los medios tengan la misma capacidad de influencia que las redes. Uno hoy puede tuitear lo que quiere, pero quizás sólo lo lean los amigos o gente que piensa como uno. Ahora, hoy por hoy, no está bien en claro cómo será la construcción de la verdad y cómo van a actuar como grandes fuentes de información. Si se van a hacer cargo y gestionar o si van a dejar que sea un gran flujo grande sin chequeo o si van a adoctrinar y manejar la información. La educación por eso, debe enseñar chequear esa información y cómo evaluar la evidencia. Si es buena, mala. Por eso, debemos hacerlos más críticos con la información en general. Por eso, se termina con esas frases de “Todo es una gran mentira”. Pero debemos tratar de trabajar más duramente para dar vuelta esta postura y que se tome una respuesta activa.
—¿Qué consejos les darías a profesores y maestros para debatir temas?
—Que cuando los chicos opinan sobre ciertos hechos, fomentarles que interpreten esa información y la chequeen. Qué es real, qué es una mentira o una visión distorsionada. Saber juzgar el tipo de evidencia y que sepan reconocer cuál está corroborada y cuál no.
Maldonado en las aulas
La especialista en educación cívica Helen Haste destaca que en Argentina, los jóvenes se muestran muy comprometidos con lo que pasa. “Por ejemplo, están más que interesados en el caso Maldonado. Y esa es una parte muy importante de la educación. Los chicos deben aprender a tener discusiones civilizadas sobre temas complejos que los afecta como miembros de la sociedad civil. Hay que fomentar que se escuchen entre ellos y puedan expresar distintos puntos de vista.
Los directivos y docentes deben darles herramientas para poder debatir de manera correcta. Al mismo tiempo, debemos tener cuidado porque pueden no estar preparados para esto. Sobre todo si se habla de situaciones complicadas en sus países, que quizás los afecte directamente en sus casas. En esos casos, está muy bien introducir el debate, pero debe haber un acompañamiento adecuado por parte del docente”.