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una mirada desde israel y palestina

La "Solución milagrosa" de Trump para la paz es inviable

El presidente de los Estados Unidos planteó un mega-acuerdo, con una nueva división territorial. Académicos de Medio Oriente lo analizan y señalan las dificultades políticas actuales para su concreción.

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Afinidad. Donald Trump no niega su afinidad con las ideas y propuestas de Benjamin Netanyahu. | cedoc

En una de las tantas frases célebres atribuidas a David Ben Gurion, el prócer sionista dijo (en una entrevista con la CBS en 1956): “En Israel, para ser realistas hay que creer en milagros”. Más de setenta años después de la creación del estado de Israel –para el que Ben Gurion estrenó el puesto de primer ministro–, la frase parece estar más cómoda en el pensamiento y el discurso de los líderes palestinos que en la de sus enemigos.  

¿Viable o no? Para muchos de los dirigentes y referentes palestinos, ningún plan de paz propuesto por potencias extranjeras puede solucionar el conflicto con los israelíes, ninguno de ellos llega a satisfacer todas sus demandas históricas, no hay manera de que acepten un acuerdo que permita –por ejemplo–, que Israel no se desprenda de gran parte de la vieja Jerusalén o no acceda al retorno de los descendientes de los exiliados o expulsados durante y antes de la guerra de 1948.

 Para muchos palestinos, la única solución es un “milagro”: que Israel desaparezca.

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Esta sensación, extrañamente, encaja mucho mejor con la posición de los sectores más a la derecha de la política de Jerusalén, encabezados por el primer ministro, Benjamin Netanyahu, que con la de los espacios pro-paz israelíes.

El continuo “no” de los palestinos –con y sin razones, que esa parte es ampliamente discutible, punto por punto– convirtió a los israelíes en los verdaderos pragmáticos de la política regional. Con una economía fuerte, unas fuerzas armadas más sofisticadas que las de sus vecinos y una cierta estabilidad, a cada vez menos habitantes de este país le importa realmente la “cuestión palestina”.

Antecedentes. Para los israelíes, la frase de cabecera ya no es de Ben Gurion, sino de Juan Domingo Perón. Aquí, “la única verdad es la realidad”.

 Esa “realidad” es la que quiso consolidar el Acuerdo del Siglo impulsado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

 Los gobiernos amigos de Washington –o menos amigos, como fue el de Barack Obama– saben que no hay manera de que Israel renuncie a Jerusalén como su capital, y que es muy complicado que ceda sectores clave de la Ciudad Santa para que funcione como capital de una eventual Palestina.

 También saben que es imposible que Israel abra sus puertas a miles de descendientes de los árabes que huyeron o fueron echados de lo que es hoy Israel antes de 1948, en los años alrededor de la partición decretada por las Naciones Unidas en 1947.

 A lo sumo, podrían aceptar un regreso condicionado de algunos cientos, pero no más.

En Israel ya ni siquiera se sonrojan cuando hablan de la “soberanía” nacional sobre las disputadas tierras de Cisjordania, la Judea y Samaria bíblicas capturadas (o “reconquistadas”, según a quién se pregunte) durante la Guerra de los Seis Días de 1966.

   

Más paz, menos tierra. El problema, más que nada para los palestinos, es que cada acuerdo de paz que se ofrece para solucionar el conflicto con los israelíes les ofrece un poco menos de tierra, y otro poco menos, y un poco menos.

 Los números se pueden ver fácilmente en los portales noticiosos palestinos en internet. Por ejemplo, el sitio Palestine Post 24 publicó recientemente un mapa con los porcentajes concedidos a través de distintos acuerdos de paz o particiones en comparación con la Palestina “histórica”.

 Así, frente al ciento por ciento de las tierras “entre el Jordán y el Mediterráneo”, el Palestine Post 24 muestra que la partición de 1947 les ofrecía un 44% de esa superficie, hasta llegar, con el paso de las décadas y de nuevas propuestas, a apenas el 15% del Acuerdo del Siglo.  

 “Lo decimos mil veces: no, no y no, al Acuerdo del Siglo”, sintetizó el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, después de conocerse oficialmente el plan de Trump.

 

Justicia y pragmatismo. Desde Israel se comprende bien esa posición. “Para los palestinos, la creación de Israel en 1948 es una injusticia histórica, y cualquier solución que deje al país en su lugar es extremadamente difícil de aceptar para ellos”, explica a PERFIL el profesor Asher Susser, de la Universidad de Tel Aviv.

Para este experto, autor de ocho libros sobre política del Medio Oriente, la posición palestina es una cuestión de principios, la razón de vivir de un pueblo sin tierra, rechazado incluso por sus propios hermanos árabes.

Es por esto, dice, que los palestinos “rechazaron todas las ofertas presentadas hasta ahora, porque la verdadera solución, a sus ojos, es sin Israel”. Cualquier plan en el que Israel lleve las de ganar, “será siempre menos que una justicia total, según su punto de vista”, afirma.

Esto en parte explica también por qué nunca se registraron de parte de los palestinos dramáticos gestos históricos como el de Anwar Sadat, el presidente egipcio que en 1977 tiró por la ventana décadas de prejuicios y viajó a Jerusalén para negociar la paz con Menajem Begin.

Lo innegociable. Existe “una diferencia fundamental”, señala Susser. Por un lado, al igual que con Egipto y Jordania, Israel y los palestinos tienen un asunto geográfico que dirimir, en este caso los territorios ocupados en 1967.

Pero también la cuestión misma de la creación de Israel y una de sus grandes consecuencias, la salida de miles de habitantes árabes de Palestina durante aquel conflicto originario.

“Israel no puede negociar su propia creación, y nunca lo hará”, explica, por si hiciera falta hacerlo, el profesor Susser. Es muy posible que el acuerdo –muy en sintonía con las pretensiones israelíes, pero que también prevé fondos por unos US$ 50 mil millones en inversiones económicas en Gaza y Cisjordania– termine en la cesta de papeles de la historia.

 De la misma manera que ocurrió con la partición de 1947, los acuerdos de Oslo, la oferta del 2008 del entonces premier israelí, Ehud Olmert, o la propuesta discutida en el 2000 en Camp David.

La pregunta que queda dando vueltas es: ¿cuál será el porcentaje de territorio que tocará a los palestinos en un eventual próximo plan de paz? ¿Todavía menos del 15%?

Time Is War. “El paso del tiempo no está favoreciendo a los palestinos”, le dice a PERFIL el profesor Uzi Rabi, director del Centro Moshe Dayan para Estudios del Medio Oriente y Africa, que forma parte de la Universidad de Tel Aviv.

Para Rabi, el plan de paz de la Casa Blanca puede ser ampliamente criticado y hasta afirmarse que no va a funcionar. Pero “se equivoca quien piense que no tiene importancia”, asegura.  

“Tanto Netanyahu como la oposición de centroizquierda, incluyendo a su rival en las elecciones de marzo, Benny Gantz, señalan en voz alta que los detalles del plan de Trump se ajustan a su propia agenda” cuando se trata de una posible solución al conflicto con los palestinos, dice Rabi.

“Si sacamos cuentas, vemos que entre el Likud de Netanyahu y la coalición Cajol Lavan de Gantz suman el 70% de los votos en Israel”, una masa decisiva en favor del Acuerdo del Siglo, añade Rabi.  

Hay un nuevo mapa, concreto, y un tratado que, “veinte años después de Oslo, dice que las cosas cambiaron dramáticamente en Medio Oriente y que lo que había antes está desconectado de la realidad”, manifiesta el profesor israelí.

Y no son solamente los israelíes quienes advierten a los palestinos que llegó la hora de una nueva “realidad” y que sería una buena idea adaptarse a “lo que hay”: muchos países árabes –algunos aliados circunstanciales de Washington y, otros, preocupados enemigos de Teherán– vienen instando a Abbas a sentarse a la mesa de negociaciones.

Oportunidad de oro. “Creo que, en esta etapa, la Autoridad Palestina necesita un amigo honesto que le diga y aconseje que firme el acuerdo y luego lo maldiga todo lo que quiera”, escribió Ahmad Adnan, un columnista del diario saudita Okaz.

Los palestinos. señaló Adnan, “se han especializado en décadas pasadas en perder oportunidades de oro debido a la evaluación errónea de sus capacidades y de la crisis” continua que rodea al conflicto con los israelíes.

“¿Quién sabe cuántas oportunidades han tenido los palestinos en los últimos treinta años?”, escribió por su lado el analista Muhammad Al-Osaimi en el diario también saudita Al-Yawm, “Si hubieran aprovechado estas oportunidades, podrían haber estado hoy en una mejor situación como pueblo y como país”, añadió Al-Osaimi, quien también recomendó a Abbas aceptar el plan de Trump.

“El mundo árabe está muy dividido y cada país atiende su propia agenda”, advierte el profesor Rabi, quien apunta también a otros protagonistas de esta historia.  

Los palestinos, aclara, perdieron el tiempo “escuchando a los europeos que les decían que iban a tener lo que querían, o escuchando a la izquierda israelí”.

Rabi considera que los palestinos “necesitan un liderazgo con coraje, muy motivado, que pueda hablar del destino de su propia gente” y que deje atrás a referentes como Abbas, quien “nació en el mundo del 48”. Susser, por su parte, es tajante y piensa que la propuesta de Trump “no será una base aceptable para un acuerdo. Solamente una iniciativa israelí independiente, y no un acuerdo negociado, puede funcionar”, añade Susser, por el cual “las negociaciones continuarán fracasando debido a las diferencias extremas en las narrativas históricas israelíes y palestinas”. Así, concluye, “Israel puede forjar unilateralmente una realidad razonable con la que quizás ambas partes puedan vivir sin aceptarla formalmente en un acuerdo escrito y firmado”. Algo bastante parecido al status quo de cooperación reinante desde hace ya largo tiempo entre los gobiernos israelíes y la ANP.

 

Geografía de facto

Como no podía ser de otra manera, la propuesta de Trump parece salida de la oficina de una gran empresa de negocios inmobiliarios. Prevé un intercambio de territorios entre israelíes y palestinos, básicamente reconociendo los principales y más poblados bloques de asentamientos judíos. Los palestinos, como intercambio, recibirán porciones del desierto del Negev limítrofes con el Sinaí egipcio.

El plan se ajusta mucho a la geografía de facto desarrollada por los israelíes a lo largo de las últimas décadas, y “compensa” a los palestinos con miles de millones de dólares en inversiones, que deberán provenir mayormente de los países árabes ricos.

Un ejemplo de la lógica del plan de Trump (que se puede consultar en inglés en la web de la Casa Blanca) se ve claramente en los párrafos dedicados a Jerusalén, cuya soberanía, según el plan, quedará en manos de Israel. La ciudad, dice la propuesta, es la “capital indivible” del estado judío.

Para los palestinos, el plan propone crear una capital también en Jerusalén, pero en algunos de sus barrios orientales y asentamientos que se fueron formando después de 1948. La Casa Blanca “sugiere” varias veces que la eventual capital palestina debería llamarse “Al Quds”, el nombre con el que los musulmanes conocen a la ciudad, pero no “Jerusalén”.

¿Dónde está el “toque” trumpiano? Después de los considerandos políticos y religiosos, el plan propone desarrollar una “zona turística especial” en manos palestinas en Atarot, actualmente un parque industrial israelí al norte de Jerusalén.

“Nosotros vemos que esta área debería ser una zona turística de primera clase mundial que debería apoyar el turismo musulmán a Jerusalén y sus lugares sagrados”, dice el plan norteamericano. “Prevemos que esta zona se convertirá en un centro turístico próspero y vibrante, que incluya transporte público de última generación que proporcione fácil acceso desde y hacia” la ciudad vieja.

No es difícil imaginarse un Trump Hotel en Atarot en el futuro...