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Guerra en Ucrania

La tercera posición de Francisco

Las declaraciones del papa Francisco sobre la guerra suelen generar acusaciones cruzadas en los bandos en disputa, que lo tildan de filorruso o proucraniano. ¿Por qué ocurre esto? Para explicarlo, el autor disecciona la postura del papado a la luz de la teología política de Jorge Bergoglio y de la tradición diplomática del Vaticano.

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La tercera posición de Francisco. | cedoc

Las recientes declaraciones del papa Francisco para America. The Jesuist Review sobre la “crueldad” de algunos de los soldados rusos en el frente, especialmente los “chechenos” y “buriatos”, tensó al máximo las relaciones entre el Kremlin y el Vaticano. El embajador ruso en la Santa Sede, Alexander Avdeev, expresó su indignación y subrayó que “nada puede hacer vacilar la cohesión y unidad del pueblo multinacional ruso”. También el encargado de las relaciones exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, cuestionó a Francisco y lo acusó de haber realizado comentarios “no cristianos” al igual que la portavoz de dicho ministerio, María Zajárova, quien habló directamente de “perversión” y “rusofobia”. El Vaticano buscó poner paños fríos y, con el objetivo de bajar la tensión, a través de canales oficiales señaló que seguramente el papa Francisco había sido malinterpretado. Asimismo, el secretario de Estado de la Santa Sede envió una carta al gobierno ruso reafirmando el “gran respeto” que el Vaticano tiene por “todos los pueblos de Rusia, su honor, su fe y su cultura”. Por otro lado, en los últimos días, con motivo de la Navidad ortodoxa, Francisco pidió por la paz y recordó a las víctimas de ambos bandos sin realizar acusaciones.

Entretanto, el reciente enojo del gobierno encabezado por Vladimir Putin no parece haber cambiado la postura de los sectores más radicalizados del nacionalismo ucraniano y polaco, para quienes el Papa es lisa y llanamente un líder prorruso. 

En Polonia, por ejemplo, la Gazeta Wyborcza, uno de los principales medios de prensa del país, cuestionó duramente a Francisco y lo llamó “idiota útil de Putin”. Por su parte, el polaco Donald Tusk, expresidente del consejo europeo, escribió hace unos meses en Twitter que “probablemente San Francisco” tenía “el corazón partido por el hecho de que el Papa” hubiera “tomado su nombre”, en una muestra de disconformidad con las declaraciones misericordiosas de Francisco ante el asesinato de la hija del filósofo nacionalista ruso Aleksandr Duguin.

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Por supuesto, desde Roma, Francisco niega ser filorruso o, ahora, proucraniano y considera que tales acusaciones son “simplistas y erróneas”. En sintonía con los voceros oficiales del Vaticano, el arzobispo lituano Visvaldas Kulbokas, nuncio católico en Ucrania, defendió al Papa y señaló, una vez más, que “la diplomacia papal” había sido “malinterpretada”, tanto en uno como en otro bando. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué las intervenciones de Francisco generan tantas reacciones en los dos bandos enfrentados? ¿Se trata de meros problemas de comunicación o hay razones más profundas?

Un poco de historia. Ante todo, la postura de Francisco debe entenderse en el marco de la tradición diplomática inaugurada por el papa Benedicto XV durante la Gran Guerra, a comienzos del siglo XX. Durante aquel conflicto bélico, el papado apostó por mantener la neutralidad con el objetivo de convertir a la Iglesia Católica en un actor político internacional capaz de mediar entre las partes. En continuidad con dicha posición, en nuestros días, Francisco busca preservar al Vaticano como un canal de diálogo y un actor relevante en la construcción de una futura salida diplomática a la guerra. A la luz de la situación militar que se vive actualmente en el frente, parece la única vía posible de resolución. En este marco, como han explicado numerosos diplomáticos vaticanos, es indispensable evitar las declaraciones virulentas o las escaladas verbales. De igual manera, es fundamental construir una posición propia, una “tercera posición” si se quiere, que coloque al Vaticano más allá de la propaganda de ambos bandos. Hace unos meses lo señaló la propia nunciatura católica en Ucrania: “Empezar a acusar no solo impide que se abran canales de diálogo, sino que también disminuye las posibilidades de soluciones de tipo humanitario o diplomático”. Además, “el Papa es pastor universal y para él toda la humanidad es su familia. Por eso es difícil para el Papa salir a decir que Rusia es la agresora, algo que sin duda le diría cara a cara a Putin, en forma directa”.

¿Quién es el verdadero Goliat? El principal malestar entre los que acusan al Papa de filorruso, sin embargo, no proviene tanto de la tradición diplomática del Vaticano como del intento de Francisco por construir una “tercera posición” a la hora de establecer las responsabilidades de la guerra. Una perspectiva que está en disonancia con la postura oficial de la Unión Europea, Gran Bretaña y Estados Unidos. Francisco considera a Rusia el agresor, y lo dijo una vez más con todas las letras en la reciente entrevista para la revista jesuita norteamericana America. Condena el conflicto, además, sin atenuantes y habló incluso de los ucranianos como un “pueblo martirizado”. 

Su lectura de los hechos, sin embargo, no se detiene allí. Para el Papa, las interpretaciones dominantes en Occidente en relación con la guerra y con Rusia, sobre la que se cargan todas las tintas, resultan sesgadas y contraproducentes para alcanzar un alto el fuego. En su lugar, Francisco, que viene hablando desde hace tiempo sobre la existencia de una “Tercera Guerra Mundial en cuotas”, propone una mirada más compleja sobre la agresión rusa en la que, claro está, las ambiciones geopolíticas de Vladimir Putin constituyen un factor de peso, pero también las acciones de la OTAN y la política exterior de la Unión Europea. Como señaló en una entrevista para un medio italiano hace algunos meses, la “OTAN ladró a las puertas de Rusia” sabiendo de antemano cuáles podían ser las consecuencias.

Por otro lado, no escapa tampoco a Francisco que, más allá de que Rusia pueda parecer Goliat en su enfrentamiento con Ucrania, en términos generales, el verdadero Goliat de la historia en cuestión es la OTAN. De hecho, las dificultades de Rusia en el campo de batalla demuestran que, como ya sabían los expertos militares desde hace tiempo, Rusia dista mucho de ser una superpotencia militar con capacidad de desplegar su poder a gran escala. Menos aún lejos de sus fronteras.

Una rápida mirada del gasto militar a nivel mundial debería despejar cualquier duda al respecto. EE.UU. invierte entre doce y 13 veces más que Rusia por año en presupuesto militar, y viene haciéndolo, además, desde hace treinta años. Recientemente el Congreso estadounidense aprobó para 2023 un gasto de alrededor de 850 mil millones de dólares. Algo que el Vaticano denuncia y condena como una forma estructural e inadmisible de violencia.

Si comparamos el gasto militar de Rusia con el de la OTAN, la diferencia es aún más escandalosa. Ni hablar si tenemos en cuenta el número de bases militares desperdigadas por el mundo. EE.UU. tiene más de 250, cuarenta de ellas en Alemania. Rusia apenas una decena, ubicadas además principalmente cerca de sus fronteras. Por otro lado, la guerra mostró también que el grueso del gasto militar ruso, así como su investigación científica, se orientan a la defensa de su propio territorio y a la disuasión nuclear, en contraste con el de EE.UU., dirigido a potenciar la capacidad del país para desplegarse en cualquier parte del mundo. 

Que Francisco sugiera esto no niega que el agresor sea Rusia ni pretende licuar sus responsabilidades, pero sí apunta a delinear un cuadro menos maniqueo, más multicausal, donde los “buenos” no son totalmente buenos ni los “malos” totalmente malos. En donde los hechos no se de-senvuelven en el vacío, sino a partir de historias previas que no pueden obviarse. Una posición que constituye una rara avis en el concierto occidental, bastante monocorde, y en la que Rusia suele encarnar el mal absoluto.

El Papa y la globalización de la exclusión. Por último, un tercer factor clave a considerar a la hora de comprender la postura de Francisco es su crítica de fondo a la globalización en su actual versión neoliberal. La globalización de la “exclusión y la indiferencia”, según sus palabras, dirigida a suprimir las particularidades y la historia de cada pueblo. En dirección contraria, una “globalización cristiana”, afirma Francisco, debería ser como un poliedro en el que cada uno, “manteniendo su identidad”, se enriquece al mismo tiempo en la interacción con lo diferente. Una globalización como diálogo entre pueblos que, en tanto tales, no renuncian a sus raíces. La única forma, agrega Francisco, de lograr un intercambio real que no destruya a los interlocutores débiles ni aniquile sus culturas. 

En 2014 definió este tipo de globalización como “cultura del encuentro”, opuesta a la cultura de la discriminación y la xenofobia, y la comparó una vez más con un poliedro capaz de reflejar la “confluencia de todas las parcialidades”. En este sentido, Francisco ve con preocupación tanto las expresiones radicales de los nacionalismos del este europeo, basados en formas esencialistas y excluyentes de entender al pueblo, como la globalización neoliberal, que instrumentaliza “la economía global para imponer un modelo cultural único”. En palabras de Francisco, “un globalismo que favorece la identidad de los más fuertes” y “procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes [...] frente a los poderes económicos transnacionales, que aplican el divide y reinarás”.

Desde esta perspectiva, el conflicto entre Rusia y Ucrania se explica también como un subproducto de la globalización de la “exclusión y la indiferencia” y, por ende, como un capítulo más del “divide y reinarás” que el Papa viene denunciando en diferentes foros y encuentros internacionales. “La polarización no es católica”, señaló sin ir más lejos en su reciente entrevista para America. Con esto, Francisco no busca deslindar a Rusia de las responsabilidades, que le caben como iniciadora de la guerra sino, más bien, en línea con la orientación forjada por Benedicto XV a principios del siglo XX: colocar a la Iglesia Católica más allá de la propaganda de ambos bandos, preservándola como un canal diplomático capaz de contribuir en el futuro al fin del conflicto. De momento, es cierto, los fuertes recelos que dicha postura genera entre ucranianos y polacos, así como en los rusos tras el reciente enfrentamiento con el Kremlin, alejan al Vaticano de dicho rol mediador.

*Investigador del Conicet y coordinador del Doctorado en Historia en la Universidad Nacional de Rosario.