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Uruguay conmocionado

Lacalle Pou enfrenta la primera crisis de su gobierno con la salida de su canciller

Ernesto Talvi, que lidera el sector mayoritario del partido Colorado, dejó de ser el canciller por divergencias profundas con el presidente; ¿qué implica su reemplazo por Francisco Bustillo, un diplomático de filiación blanca, como el mismo presidente, pero cercano a Tabaré Vázquez y también a Alberto Fernández?

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Pasado. El presidente Luis Lacalle Pou y el ministro de Relaciones Exteriores saliente, Ernesto Talvi. | afp

En política, la palabra “personalismo” sirve para casi todo. Sirve para que un gobierno como el de Mauricio Macri eche al mejor ministro de Economía del período, argumentando que no jugaba en equipo, como si las cualidades evidentes de Alfonso Prat-Gay fueran fácilmente reemplazables por las de un individuo mediocre que no tiene ni su inteligencia ni sus conexiones internacionales, ni su pragmatismo ni su moderación ideológica.

Los resultados de esa concepción tecnocrática y despreciativa de la política clásica están a la vista: marginaron o minimizaron no solo a Prat-Gay sino a Monzó, a Frigerio y a María Eugenia Vidal. Y en medio de ese penoso tributo al colectivismo se generó el caldo de cultivo para el regreso de Cristina Fernández de Kirchner.

En Uruguay, pese a los fuegos de artificio con que revistió su campaña proselitista, el presidente Lacalle Pou recela de los mesías de la “nueva política”, sean populistas y antisistema o institucionalistas pero desconfiados de todo aquello que en su virginal imaginación no sea puro. 

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Lejos del de Prat-Gay, este último es el caso de Ernesto Talvi, un doctor en Economía por la Universidad de Chicago que realizó una aplaudida gestión como canciller de la república, en la cual se destacaron especialmente las complejas tareas humanitarias y consulares que permitieron que miles de uruguayos varados en el exterior volvieran a su casa, y que muchísimos extranjeros a los que un mundo aislacionista había dejado abandonados fueran sanados y regresaran a sus países con el crucero de lujo Greg Mortimer como ejemplo paradigmático.

La isla del socio impar. Pero paralelamente Talvi, quien lidera el hasta ahora sector mayoritario del Partido Colorado y, en lugar de quedarse en el Senado, aceptó ser ministro, pretendió actuar como copresidente demasiadas veces. Algunos ejemplos: le ofreció la embajada de Uruguay en Argentina al blanco Sergio Abreu sin que Lacalle lo supiera. Discrepó pública pero indirectamente con el presidente sobre la idoneidad del candidato de Trump al BID. Se enfrentó crudamente, a veces con razón en el contenido pero siempre sin razón en el modo en que lo ventiló, con Sanguinetti, el otro mandamás colorado, a cuyo hijo vetó para un cargo clave e intentó vetar para otro. Y llegó al extremo de no atenderle el teléfono a quien no por casualidad es una de las tres personas que en la historia del país alcanzaron dos veces la más alta magistratura.

Además, Talvi publicitó su gestión como la extraordinaria obra de un iluminado al que un gobierno celoso no apoya adecuadamente, cosa que puede o no haber sido cierta, pero que no se corresponde en la lógica política. Y, sobre todo, se peleó con varios funcionarios de Cancillería, incluyendo a su viceministra, presentó un plan de “diplomacia comercial 5.0” sin que el Poder Ejecutivo estuviera al tanto, y lo hizo después de haber ofrecido su renuncia al cargo en una reunión bilateral con Lacalle cuyos términos se filtraron de una manera que lo perjudicó, algo que el economista no adjudicó al capricho de los dioses, tal como consta en una acusación que formuló sin evaluar que con ella estaba tensando los límites de la institución presidencial.

Poco después, Lacalle decidió prescindir de sus servicios. Y Talvi, que también había discrepado respecto de quién debía ser el próximo embajador uruguayo en Estados Unidos, se despachó con una carta de renuncia antes de la cumbre del Mercosur, en la que escribió: “Tal como se lo manifesté oportunamente, mi intención era seguir en la Cancillería hasta fin de año”.

¿Renuncia? No faltó tiempo para que, como informó el semanario Búsqueda, considerara que el gobierno lo había “enchastrado” y que, en rigor, lo habían “renunciado”, aunque admitió que es legítimo que el titular unipersonal del Poder Ejecutivo maneje “los tiempos del gabinete”, una minimización de las atribuciones de cualquier mandatario respecto de los no por nada tradicionalmente llamados “fusibles”. 

Cuando asumió, Talvi, quien fue siempre crítico de la dictadura venezolana pese a que no quiso utilizar esa palabra siendo canciller, prometió evitar la “diplomacia de epítetos”. Pero cosechó críticas de todo pelaje en los días inmediatos a su partida del Ministerio de Relaciones Exteriores. Y no ya de opositores, sino de analistas de opinión pública, de políticos profesionales, de militantes del Partido Nacional y de votantes colorados que se sintieron defraudados por lo que consideraron una actitud “irresponsable e intempestiva”, en el más eufemístico de los casos.

Dinámicas. Que Ernesto haya descubierto hace menos de dos semanas que lo querían “renunciar” es candoroso. Desde el momento mismo en que no le ofrendaron un ministerio caliente cuyas decisiones influyen en la calidad de vida de los ciudadanos de a pie, Talvi, como referente del partido que más ha gobernado en el Uruguay, debió haber sospechado que Lacalle no era un igual, sino un jefe extrapartidario que podía verlo con desconfianza. No porque sea autoritario, ególatra ni perverso, sino porque se llama Lacalle, porque se llama Pou y porque se llama Herrera, que es otra manera de decir que es político y que, por lo tanto, tiene “calle, cordón y vereda”.

El sábado 4 de julio, Beatriz Sarlo comparó a Alberto Fernández con “el presidente de un centro de estudiantes que en todo momento agita sus banderas sin evaluar el escenario elegido para seguir los generosos impulsos de su ideología”.

Por motivos distintos, el paralelismo es válido para Talvi, que  sin mayores precisiones asumiría su banca en el Senado recién en agosto, y respecto del cual, consultado por PERFIL, el sociólogo y consultor político Federico Irazábal opinó: “Le falta leer a Max Weber y a Maquiavelo, y aprender a hacer política de un modo maduro”.

Más enfático fue el ex embajador de Uruguay en Estados Unidos, el abogado y periodista Álvaro Diez de Medina, quien, fiel a su estilo, sintetizó: “Habría muchas maneras de hablar de la sucesión de tragedias que Talvi ha desencadenado, pero voy a escoger la de una vieja amiga mía que es votante colorada: ‘Creíamos que teníamos a Churchill, y resultó ser Grecia Colmenares’”.

Roberto Carlos. No ha llegado cualquiera a reemplazar la ingenuidad internacionalista de Talvi, un hombre honesto y un académico brillante que parece no haber reparado en estas líneas escritas por el caudillo Luis Alberto de Herrera, bisabuelo de Lacalle Pou: “Solo lo vulgar se parece a todo; la contraescarpa de las nacionalidades reducidas la crean las costumbres propias, las ideas personalísimas, el localismo irreductible, un criterio nacionalista libre de la tutela vecina, con ella antagónico”.

En efecto, los puentes que el ex ministro dinamitó con referentes como Pedro Bordaberry, y con la mayoría de los socios estratégicos de la coalición, no han impedido que Lacalle zurciera como un viejo artesano las heridas que Talvi –una de las figuras más populares del gobierno– dejó en su sector, para atraer a los políticos que le garantizan lealtad, profesionalismo y autonomía real ante posibles conflictos con el fundador de Ciudadanos.

Los restos de la demolición tampoco impidieron que el presidente eligiera como sustituto a Francisco Bustillo, acaso el más político de los diplomáticos orientales de carrera. Blanco hasta la médula, Bustillo viene a encarnar las virtudes contrarias a las de Talvi: quizás nadie se sorprenda por sus bríos académicos, pero tiene un olfato, una cintura política y una inteligencia emocional excepcionales.

De confianza personal de Lacalle Pou, Bustillo –quien ya asumió y prescindió de los servicios del otrora jefe de gabinete de Talvi y de Rodolfo Nin Novoa, José Luis Rivas– también es amigo de los padres del presidente, Luis Alberto Lacalle Herrera y Julia Pou, una mujer que ha sido una consejera silenciosa y clave para su marido –cuya vida salvó en plena dictadura– y, prácticamente desde que nació y de un modo muy poderoso, para su hijo.

De hecho, al aeropuerto lo fue a buscar el ex presidente Lacalle Herrera. Pero eso no es todo: Pancho fue embajador de Uruguay en España bajo la presidencia de Mujica, jefe de gabinete del ex canciller Luis Almagro –a quien entonces acechaban los vientos de la liberación tupamara– y, como si fuera poco, embajador de Uruguay en Argentina durante la primera presidencia del doctor Tabaré Vázquez, quien lo quiere como a un miembro de su propia familia.

Para que Roberto Carlos esté celoso y muchos políticos sigan aprendiendo de su versatilidad para el afecto y de su facilidad para la sonrisa seductora, Bustillo es amigo personal de Alberto Fernández, al punto que, una vez electo, el titular del Poder Ejecutivo argentino se quedó en la residencia del uruguayo durante su viaje a Madrid.

Significa esta designación que, a pesar de que ha llegado el tiempo de la diplomacia presidencial, a los adversarios del Partido Nacional les será más fácil criticar las decisiones de Bustillo que al propio Bustillo, recientemente definido como “una persona afable” por Mujica. Habrá que ver si Lacalle maneja adecuadamente las consecuencias económicas del coronavirus. Si se vuelca demasiado a la ortodoxia, el Frente Amplio sonreirá. Si se vuelca hacia un capitalismo más flexible en tiempos de crisis, espejado en Macron, en Merkel y en Trump, seguramente completará el círculo virtuoso del éxito que ha exhibido como político capaz de liderar una coalición nueva y de manejar con temple el timón del barco en tiempos ominosos, haciendo que se aprobara en el Parlamento la Ley de Urgente Consideración, controlando la propagación de la enfermedad y permitiendo que Uruguay sea el primer país al que la Unión Europea reabre sus fronteras.

Mientras tanto, continuará cultivando su relación con otros socios de la coalición multicolor, como el ex militar ultraconservador Guido Manini Ríos y el ex presidente Sanguinetti, con quien se entiende de maravillas.

Flota en el aire, tras este escándalo que no vio venir nadie, una máxima de un político de la vieja escuela, tan vigente hoy como cuando fue pronunciada por primera vez: “Manejar la vanidad propia es difícil; la ajena, imposible”.

*Desde Montevideo.