El general de brigada (R) Mario Benjamín Menéndez falleció el viernes en Buenos Aires luego de haber estado internado durante dos semanas. En 2008 dio su última entrevista a Perfil en la que atacó al teniente general Martín Balza, criticó al teniente general Benjamín Rattenbach y defendió su rol como gobernador de las islas Malvinas durante la guerra.
—¿Cómo vivió las últimas horas antes de la rendición?
—La situación estaba absolutamente deteriorada. Hablé con el general (Leopoldo Fortunato) Galtieri y se la describí. El no podía o no quería entenderla, así que se lo tuve que repetir y le pregunté si podía contar con algún apoyo aéreo u otra cosa. Me explicó que no me podía garantizar ninguno. Entonces le dije: como comandante no sé qué va a ser de esta guarnición al final del día de hoy. Ante eso, me voy a hacer responsable. Y le corté.
—¿Ya tenía en mente la rendición?
—No sabía qué iba a hacer porque no había habido contacto con los ingleses. Era como una especie de nebulosa: ¿cómo hacemos ahora? ¿Vamos a seguir combatiendo hasta que las acciones se interrumpan o a tratar de tomar contacto con los ingleses? Esto último me parecía que significaba ponerme de entrada en una posición inferior. En ese momento, el capitán de navío (Barry) Hussey me dijo que había una comunicación con los británicos que ofrecían un cese del fuego para iniciar conversaciones y terminar con las operaciones. Resolví aceptarlo y les sugerí reunirnos a las 16.
—¿Cómo se preparó para ese momento?
—Me fui a la residencia porque estaba agotado, me lavé, me afeité y me puse presentable. Llevaba 36 horas sin dormir. Ni me cambié de ropa ni me lustré las botas, como dicen algunos. Pensé que era el final. Me puse a juntar los papeles y, después, nos fuimos caminando hasta la secretaría a esperar a los emisarios ingleses. Ahí, llegó el coronel (Michael) Rose e iniciamos la reunión.
—¿Qué ocurrió allí?
—El planteó, de entrada, que había que resolver en qué momento y forma se produciría la rendición. La verdad es que lo asumí. Sabía cómo estaba mi gente, así que no lo discutí. Les pedí llevarnos nuestras banderas que nos habían acompañado en la guerra, acordamos en qué condiciones iba a producirse el repliegue de nuestra gente, la entrega de administración, que no iba a haber ningún desfile, ni periodistas en la ceremonia de capitulación. Quedamos en el horario en que el general (Jeremy) Moore iba a estar ahí y me fui a hablar con Galtieri, quien me dijo que me había extralimitado.
—¿Cómo fue la reunión con Moore?
—Él hizo una introducción y luego me dijo: “Ahora usted me tiene que firmar la rendición”. Estaba en inglés, la leí, y cuando vi la palabra incondicional me planté: “General, esto no es lo que se pactó esta tarde”. “Cómo, ésta es la rendición, acá está”. No, porque se estipularon condiciones y acá habla de una rendición incondicional, o sea, están cambiando los términos. Esto no lo acepto. No sé en qué condiciones, pero si usted insiste en esto, los argentinos seguimos peleando. Se quedó y después lo aceptó: “Está bien, tachemos la palabra”. Podría haber discutido Falkland/Malvinas porque las Naciones Unidas lo aprobaban. Pero era un momento muy difícil.
—¿Qué sintió en ese momento?
—Un sentimiento muy mezclado. Es terrible tener que estar ahí. Sabe que tiene que hacerlo y no por usted, por las tropas, pero al mismo tiempo es una frustración, una decepción. Es la bronca de haber llegado a eso porque, además, es una de las cosas en las que un militar nunca quiere pensar. Están los tipos que dicen: “¿por qué no se pegó un tiro? Creo que el suicidio no es una solución. Era muy fácil, pero es dejarle a otro que cuente la historia como quiera. Usted sabe que las cosas que tenía que hacer las hizo, y bastante bien. Hubo una serie de fallas que son de orden estratégico operacional. En lo táctico, no podía dar mucho más de lo que dio y, en última instancia, estaba cumpliendo con mi obligación de comandante. Hay muchos que dicen: usted salvó a miles de hombres. No sé a cuántos salvé, creo que tomé la decisión táctica que debía. Esa noche no pude dormir. Pensaba en todo lo que había vivido y pasado, las cosas que había pensado y dicho en el transcurso de las operaciones.
—¿Qué sensación tuvo cuando llegó al continente?
—Fue una recepción fría como el hielo, estaban nada más que los familiares en Tablada.
—¿Cómo se sintió con el trato que le dio Galtieri después de la guerra?
—Me enteré una vez por otros generales que le habían preguntado si alguna vez nos había vuelto a ver a los que habíamos ido a Malvinas. Dijo: “No, pensé que los muchachos iban a venir a verme”. Entonces les respondí: ¿no creen que él nos debió haber llamado cuando regresamos y no nosotros ir ahí a rendirle cuentas? Nos mandó y mantuvo allá. Si nos sobraron o nos faltaron cosas, fue su responsabilidad y del resto de la Junta. Le hice un tribunal de honor y se lo gané.
—¿Leyó alguna vez las críticas que le hizo el general Balza en su libro?
—Mejor no hablemos. Es un mentiroso. Lo pensé mucho antes de hacerle un tribunal de honor. A él no le gustan porque se ha tenido que chupar varios. Sabe que no tiene razón, pero es muy hábil y ha inventado la historia de que no participó de la guerra contra el terrorismo y que fue el tipo que más hizo en Malvinas y que los otros fueron unos nabos o pusilánimes. El es políticamente aceptable, nunca va a decir que no es cierto lo de los 30 mil desaparecidos. No digo que no los haya, pero creo que 30 mil es una cifra inventada. Para él, es más fácil atribuirse el hecho de que quería que tal cosa se hiciera o no, pero no integraba el Estado Mayor. Era un jefe de grupo de artillería al cual se le dio la misión de integrar los fuegos de la artillería terrestre, ni siquiera la defensa antiaérea, porque el responsable era otro.
—El informe Rattenbach tampoco lo deja muy bien parado.
—El general Rattenbach firmó en desacuerdo y en disidencia el informe realizado de la famosa Comisión de Análisis y Evaluación. Por eso, es un contrasentido que se llame así. A mí, además de ese informe, me enjuiciaron dos veces y fui absuelto de todos los cargos que se me formularon. Cuando he hecho tribunales de honor, los he ganado todos. Soy un ciudadano que puede salir a la calle como usted, debo hacerlo porque además tengo una responsabilidad que es la de dar un testimonio.
—¿Cuál fue el mayor error que se cometió en Malvinas?
—Aceptar la guerra, porque no la propusimos nosotros. Para ese entonces, teníamos una plaza llena que condicionó al gobierno.
—¿Alguien tendría que haberlo previsto?
—No lo sé. Entonces la alternativa fue: vamos a reforzar las Malvinas para defenderlas, de manera que los ingleses pierdan tiempo, que les cueste y que eso los pueda llevar a hacer lo que nosotros queríamos: la negociación. Eso prácticamente está plasmado en lo que nos dijo el general Leopoldo Fortunato Galtieri el 22 de abril: “Las fuerzas de tareas inglesas cada vez están más al sur. En la medida en que sigan, no van a poder volver sin hacer algo. Ahora, si ese algo es atacar Malvinas y ustedes aguantan yo creo que después nos vamos a sentar a la mesa”. Le pregunté: ¿Aguantamos o no? Desde el 1º de mayo, aguantamos 44 días, más los anteriores.
—¿Por qué no renunció si no estaba de acuerdo?
—Debería haberme enojado y vuelto al continente porque no se hacía caso al asesoramiento del hombre que estaba en el terreno. Resolví aceptar una solución a medias, que no son las mejores. En la Comisión Rattenbach lo definí en dos palabras y no sé si les gustó o no: imprevisión, improvisación.