Cada vez que recrudece el conflicto entre Israel y Palestina, la comunidad judía argentina entra en estado de histeria. Nos enoja, nos pone nerviosos, nos irrita. Nos muestran las explosiones, nos tiran los muertos en la cara, nos desproporcionan el análisis.
Los que seguimos el conflicto en Medio Oriente casi a diario y no sólo cuando recrudece por una “ofensiva israelí” vemos cómo los misiles caen constantemente sobre las poblaciones del sur de Israel. Pero no es noticia. Eso nos enoja. ¿Cuál es la proporción ideal en una guerra? Israel contaría muchas más víctimas civiles si su gobierno no hubiese construido refugios en todas las casas, si no hubiese desarrollado el sistema antimisiles, si no tuviese un sistema de alerta para que sus habitantes se cubran. O si los cohetes de Hamas fuesen más potentes. ¿O alguien cree que la tecnología que usan los terroristas es inferior porque se cuidan de no generar tanto daño?
Nos enojamos por aquellos que defienden a Hamas por ser el más débil, por ser el que más sufre. ¿Desde cuándo ser más fuerte es sinónimo de ser el malo? Israel es responsable del sufrimiento de los palestinos. Pero no es el único. Su principal objetivo es que le garanticen su seguridad. Ocupó territorios después de guerras, ocupó y ocupa otros ilegalmente, se retiró de algunos en negociaciones y de otros unilateralmente. Pero su seguridad sigue en riesgo. Seguir debatiendo la existencia de dos Estados no tiene sentido. Palestina, tarde o temprano, deberá ser un Estado. El problema es que algunos siguen cuestionando la existencia de Israel o que, ingenuamente, no reconocen los riesgos que corre. Y eso también nos enoja.