Hay caminos que conducen a trampas mortales, uno de ellos es intentar cruzar el desierto de Arizona, Estados Unidos, de la mano de un “pollero”, traficante de menores, cuando eres un niño mexicano. Los ojos de un turista cualquiera ven un paisaje majestuoso: dunas, cactus, arena y arbustos. Los de Juan fueron testigo de una pesadilla que duró cuatro días y tres noches cuando fue abandonado en la inmensidad de 311 mil kilómetros cuadrados, un territorio más extenso que la península de Italia.
Juan es un niño de nueve años, oriundo de Guerrero, México, que junto con otros 2 mil 85 menores de edad sobrevivieron, en lo que va del año, a la travesía del sueño americano sin ningún adulto a su cuidado en el desierto, que limita con Nogales, México, y los estados de California, Nevada, Utah y Nuevo México en EE.UU..
“Uno sale con lo que tengo encima, una camisa y un pantalón pero mi hermano me dijo que no cargara mucho peso. Mamá me hizo tortillas con botellas de esas de agua bien congelá, pero cuando iba en el tráiler, los hombres me las quitaron pues... Yo se las di de mero susto, porque tenían pistolas de a de veras”, confiesa Juan.
Las quemaduras en los pies del niño dejan ver tres ampollas reventadas a ras de piel. Pablo Cervantes, el médico del albergue “Camino a Casa” de Nogales ha dado el diagnóstico: “El niño tiene quemaduras de segundo grado y deberá ser trasladado a un hospital para continuar con su tratamiento”; él es el único apoyo médico que auxilia a los miles de niños y niñas que deambularon solos por el desierto.
A Juan no le queda claro dónde está, pero sonríe cuando le aseguran que aún está en México. Se envuelve en una cobija gris y cierra los párpados por varias horas esperando que sus pies dejen de picar. Isabel, la directora del albergue, ha localizado a su mamá y “tendrá que esperarla una semana mientras consigue dinero para llegar desde Guerrero hasta Nogales” que es un trayecto de 2. 500 kilómetros en autobús.
Más de dos mil menores de edad han llegado al albergue “Camino a Casa” sin un adulto responsable. Los traficantes de migrantes los han dejado a su suerte en medio de la nada. Otros 2.420 también fueron encontrados en los mismos meses por las autoridades migratorias de los Estados Unidos, pero iban acompañados de un familiar que responde por ellos.
No existe en México otro puerto fronterizo que aglomere tantos niños repatriados como el de Nogales, Sonora. Las cifras son reveladoras. Por Nogales ingresa el 53 por ciento de los niños en busca del sueño americano, revela el Instituto Nacional de Migración.
En el 2010, 13.705 niños migrantes fueron encontrados sin ningún acompañante en el desierto de Arizona. Un año después, la cifra arrojó 11.519 casos y el 2012 cerró con 13.589 en iguales circunstancias. Son un promedio de 45 mil menores de edad que han salido solos de casa en busca del sueño americano en los últimos cuatro años.
Sus rostros ingenuos, pequeñas extremidades, lento paso y llanto constante son para los “polleros” o “coyotes” un obstáculo para trasladar niños de Centro y Sudamérica a los Estados Unidos. Los empujan, gritan, someten y a muchos de ellos no se les vuelve a ver nunca más.
“Sus familiares en Estados Unidos deben pagar entre 3 mil y 10 mil dólares a un traficante de niños por hacerlos llegar con ellos”, cuenta Flor Ayala, Diputada Federal del Estado de Sonora y quien ha estado de cerca con infantes que tienen la misma edad de sus tres hijos y ya han intentando dos y tres veces cruzar solos el desierto.
El reporte médico y psicológico del albergue Camino a Casa aglomera un lista interminable de niños y niñas víctimas de abuso sexual, con trauma sicológico y depresión severa. Y aunque los monstruos del desierto les dejarán huellas tatuadas en su ser, nueve de cada diez, quiere volver a intentar cruzar la frontera para poder estar unidos a una madre, padre o hermano que sí logró el sueño americano.
Juan sigue dormido aunque se queja del dolor en sus pies. Llegó de Guerrero, estado que junto a Oaxaca, Chiapas y Veracruz, tienen los más altos índices de expulsión de migrantes en México. Su español es confuso pero en su expediente está la razón. El niño habla una de las 67 lenguas indígenas que existen en México.
Un olor desagradable se transpira por las paredes del albergue. Se cuela por la garganta y provoca estornudos. No hay rastros de basura, tampoco comida descompuesta y el piso está limpio. Isabel, la directora del albergue, se ha vuelvo inmune a inhalar y exhalar el olor a ajo que recorre el inmueble: “los muchachos se embadurnan de ajo los pies y las piernas para ahuyentar las picaduras de animales”. Al olor del ajo, hay que sumarle una mezcla del sudor, carne quemada y días y noches sin agua ni jabón. Es el olor de la inmundicia moral de quienes trafican con niños en la frontera.
Huesos en el desierto. Encontrar restos óseos y cuerpos en estado de descomposición en el desierto de Arizona es una constante. Según un estudio reciente del Instituto Binacional de Migración de la Universidad de Arizona, el desierto se ha convertido en el cementerio de 2 mil 238 migrantes en dos décadas. El año pasado, llegaron a la morgue 142 cuerpos de migrantes que no alcanzaron el sueño americano. México encabeza la lista desde hace dos décadas con mil 209 decesos seguido de Guatemala con con 104 casos, Salvador con 34 y de 72 migrantes se desconoce su nacionalidad.
La Universidad de Arizona, detalla que la causa de muerte de los niños y adultos migrantes, fluctúa en cinco categorías: muerte natural, accidente, suicidio, homicidio o causa indeterminada. La mitad pierde la vida por deshidratación, picaduras de animales, infecciones provocadas por las altas temperaturas y un cuatro por ciento ha sido asesinado en medio de la nada.
Los “polleros” son los monstruos del desierto. Monstruos de carne y hueso que se ensañan con los más vulnerables. Esos que dan miedo a los grandes y también a los más pequeños
*Periodista mexicana.