Las llamas devoran la fachada de lo que fue un antiguo hotel que sería reconvertido en albergue de refugiados. Varios vecinos aplauden, intentan sabotear el trabajo de los bomberos. Cantan contra los inmigrantes. Un autobús con solicitantes de asilo es bloqueado por una muchedumbre enfurecida, que grita “somos el pueblo” y “fuera”, hasta que los niños dentro del vehículo rompen en lágrimas, lloran desconsoladamente. Ocurrió en febrero, en las ciudades alemanas de Bautzen y Clausnitz, respectivamente, en el estado de Sajonia, al este del país. Optamos por el presente para narrarlo porque son hechos que tienen vigencia hoy.
Desde la llegada multitudinaria de refugiados a Alemania durante el verano pasado, aumenta el número de ataques contra las personas y sus viviendas. La Fundación Amadeu Antonio, que promueve la cultura democrática, contó 1.239 ataques en 2015, entre ellos garabatos, incendios, vandalismo con explosivos o pedradas y ataques físicos contra personas. En 2014 habían sido 328.
Aunque dichos ataques fueran cometidos en todo el país (veáse infografía), destaca que, en relación con el número de habitantes, pasan más frecuentemente en lo que hasta 1990 fue la República Democrática Alemana (RDA). Los primeros parlamentos regionales en los que lograron ingresar los populistas de derecha de la Alternativa para Alemania (AfD) a su vez eran Sajonia, Turingia y Brandenburgo, y su mejor resultado ganó el partido en marzo de 2016 en Sajonia-Anhalt, cuando casi uno de cada cuarto electores le dieron su voto. En ninguna ciudad alemana el movimiento xenófobo Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida) juntó tantas personas como en Dresden, capital de Sajonia.
De Lenin a Hitler. ¿Por qué la AfD y Pegida son particularmente exitosos en la parte oriental del país? ¿Por qué las personas más escépticas frente a extranjeros? ¿Es posible que justamente las personas que vivían durante décadas en el socialismo alemán sean más xenófobas?
“El diagnóstico de ultraderecha’ fue otorgado solo a Alemania oriental demasiadas veces y demasiado temprano”, dice el politólogo Johannes Staemmler. “Los alemanes de aquella región saben bien cuándo se los juzga. Las consecuencias son justamente retraimiento y rechazo”. Pero Staemmler, que nació en 1982 en Dresden, sí reconoce que dichas décadas en la RDA, combinadas con la experiencia agridulce después de la reunificación alemana, dejaron sus huellas.
“Para entender a aquellos que viven en el este de Alemania, hay que observar cómo reaccionan los gobiernos del anterior bloque oriental como Hungría o Polonia ante los refugiados”, comentó Werner Patzelt, de la Universidad Técnica de Dresden, en el diario alemán Handelsblatt. “Su rechazo a acoger refugiados, sobre todo musulmanes, resultaba de querer mantener las estructuras sociales que tienen los países”, dijo Patzelt –algo que también dice observar en Alemania Oriental.
Con la revolución pacífica de 1989 en la RDA surgieron expectativas en cuanto al régimen de libertad y democracia que después muchos vieron decepcionadas. Habían esperado tener más peso cada uno en las decisiones, pero se encontraron en una democracia “representativa“ que paradógicamente no representaba su historia o vida cotidiana conocida hasta este momento.
Al contrario, muchos se sintieron usurpados por el oeste, en la medida en que empezaran a interpretar dicha historia políticos y una prensa ajenos, lo que sumó –para los que lo sintieron así– a la pérdida de la patria una alienación interna al nuevo Estado. De ahí las ansiedades difusas de perder sus tradiciones y su identidad, justo en regiones alemanas con menor población extranjera y los ataques verbales que surgieron durante los últimos meses en las manifestaciones de Pegida, en Facebook y Twitter, contra los partidos tradicionales y la prensa, que muchos llaman mentirosa. “A continuación del escepticismo contra el liderazgo de la RDA, aún hoy se practica un pensamiento ‘nosotros aquí abajo’ contra ‘aquellos allí arriba’”, dice Staemmler. Así, el individuo no tiene que asumir la responsibilidad y al mismo tiempo siempre hay un culpable: justamente‚ “aquellos allí arriba”.
Por otro lado, después de la reunificación y con la liquidación de muchas antiguas empresas estatales, una parte notable de la población más formada y cosmopolita se mudó a las ciudades grandes de la región o directamente al oeste, dejando atrás regiones donde el provincianismo prevalece y el desempleo es más frecuente. Históricamente, muchos de aquellos que se sentían mal representados por el sistema partidario del oeste o se quedaron sin trabajo o quisieron volver a la RDA –que por lo menos les había dado seguridad– votaron al Partido del Socialismo Democrático o, más tarde, a su sucesor, La Izquierda. Hoy, después de más de 25 años, este partido también se califica perteneciente a las élites establecidas. Y los electores que deciden protestar pasan sus votos a la AfD.
El desarrollo se despliega a pesar de una canciller Angela Merkel y un presidente Joachim Gauck que vivían en la Alemania Oriental. Gauck lo explica con una “comunicación perturbada entre votantes y votados”. Dijo en una cena con periodistas que particularmente los más mayores tenían dificultad de manejar la libertad y las oportunidades que lleva consigo la vida en una democracia en un mundo globalizado, oportunidades que, al contrario, el mismo Gauck y Merkel tomaron, por lo que no sirven como figuras conciliadoras.
Especialmente el estado federado de Sajonia saltó a la vista más de una vez por acontecimientos relacionados con la extrema derecha. La banda neonazi Resistencia Nacionalsocialista (NSU) vivió durante años en la ciudad sajona de Zwickau, donde contó con ayudantes. Sobrevivió en la región un conservadurismo de derecha que en otras partes del país desapareció hace tiempo. “Dresden es un caso especial. Se cultivó durante mucho tiempo a sí misma como ‘ciudad víctima’ –lo que los nazis llamaron ‘holocausto de bombas por los aliados’”, dice Lothar Probst, del grupo de investigación Elecciones, Partidos y Participación de la Universidad de Bremen (véase entrevista). “Así surgió una mentalidad especial que grupos de derecha muchas veces intentaron instrumentalizar. A esto se suman líneas históricas que se basan en la historia sajona con el Elector Augusto II el Fuerte y creen que Sajonia destaca”.
Cuando en Dresden se formó la organización islamófoba Pegida, a finales de 2014, su islamofobia era difusa y los musulmanes más bien sirvieron como proyección de rechazo de todo lo desconocido. El movimiento ya estaba por derrumbarse cuando ingresaron cada vez más refugiados a Alemania durante el verano de 2015 –hecho que a los pegidistas les dio un nuevo brío- “.
En la medida en que la política hacia los refugiados siga igual, es posible que estos grupos sigan creciendo.
Xenofobia que crece, con un rostro académico e indignado
La Alternativa para Alemania (AfD) no es el primer partido de derecha en el país. En los años 60, el Partido NacionalDemócrata de Alemania (NPD) entró en parlamentos regionales, y otra vez en 2004 y 2006 en Sajonia y Mecklemburgo-Pomerania Occidental, respectivamente. Pero el NPD nunca logró convertirse en partido populista de derecha, siempre fue visto como un pequeño nuevo partido nazi que no sabía hacer mucho más que provocar con lemas como el del “holocausto de bombas”.
En cambio, el ascenso de la AfD se produce dentro de una coyuntura europea de movimientos y partidos de posiciones similares: la derecha francesa de Marine Le Pen, el Frente Nacional, ya está propagando su eligibilidad, dejando atrás el antisemitismo y apropiándose de la islamofobia más moderna.
Además, la nueva derecha alemana supera a sus antecesoras en cuanto a métodos y atracción: no está conformada por pelados con chaqueta de bombardero y botas militares, sino por académicos conservadores, ciudadanos indignados, cristianos e incluso pacifistas y opositores a la globalización que hasta ahora hubieran sido clasificados como izquierdistas. “Los límites entre actitudes tradicionalmente de derecha e izquierda se borran”, concluye un estudio de la fundación Otto Brenner, del sindicato alemán IG Metall. En otras palabras: la nueva derecha se distingue por no poder ser distinguida.
Desde el principio, la AfD atrajo personas con relaciones en la extrema derecha, por ejemplo del partido Unión de Ciudadanos Libres, que la Oficina Federal de Protección de la Constitución en Alemania clasifica como extremista, o del partido de extrema derecha Para Alemania. Pero supo darse una reputación sólida y burguesa y, aunque cada vez más deja atrás sus ideas liberales, sus voceros no aplican la fuerza. Se limitan a influir la opinión pública, en las plazas, en conferencias y, sobre todo, en internet. “Así, generan el caldo de cultivo por el que nazis dispuestos a la violencia se sienten animados a convertir palabras en acciones”, escribió la revista Der Spiegel.
“En mi opinión, la AfD se establecerá duraderamente en el arco parlamentario”, dice el politólogo Lothar Probst. “Ya se creó un grupo de votantes habituales que quiere aislar Alemania de las exigencias de una sociedad de inmigración y que comparte los valores conservadores en cuanto a familia, etcétera. Este grupo también en Alemania rodea hasta un 10% de los electores”.