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El Observador

Los "pesados" del sindicalismo, a través de los años

El Día del Camionero conmemora al gremio más poderoso de la actualidad. Sus antecesores.

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Ayer y hoy. El lobo Vandor. metalúrgico, impulsó el peronismo sin Perón. Moyano, camionero y futbolero, se rebeló ante el ajuste peronista de Carlos Menem y comenzó a ganar poder. | Cedoc Perfil

En cada etapa de la historia de los trabajadores en nuestro país, un sindicato tendió a destacarse sobre el resto, convirtiéndose en el polo de referencia en torno del cual se definieron las formas de organización y de acción del movimiento obrero, según explica Juan Carlos Torre. Este predominio alcanzado por un sindicato coincidió, a su vez, con su ubicación en el núcleo estructural de la actividad productiva de la época.

Así, el liderazgo de la Unión Ferroviaria, entre los años 20 y 40, reflejó la centralidad que tenían las vías de transporte para una economía agraria orientada hacia la exportación. En sus manos quedó el control de la CGT cuando en 1930, al cabo de no pocos fracasos, los sindicatos consiguieron por fin aglutinarse bajo una central sindical única. La Gran Depresión de 1929 primero y la Segunda Guerra Mundial después alteraron la estructura productiva del país, en dirección a la sustitución de importaciones manufactureras. La fisonomía de la mano de obra también cambió con la incesante multiplicación de puestos de trabajo en las industrias en expansión.

Las transformaciones económicas y ocupacionales fueron, a su turno, seguidas por otras, de naturaleza política, cuando Perón fue elegido presidente, en febrero de 1946, luego de haberse ganado la adhesión de las masas obreras desde la Secretaría de Trabajo, tras la revolución de junio de 1943. Precedidas por la intervención protectora del Estado, las organizaciones sindicales comenzaron entonces a penetrar en los dominios del poder patronal; la sindicalización de los trabajadores industriales pegó un salto y en poco tiempo cambió la correlación de fuerzas dentro del movimiento obrero.

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Nuevo núcleo. Durante los dos primeros gobiernos peronistas, entre 1945 y 1955, el nuevo núcleo estructural de la economía se articuló alrededor de la industria y sus trabajadores. Pero más que representante de los trabajadores ante el Estado, el sindicalismo se comportó como representante del Estado ante los trabajadores. A partir de 1955, cuando el golpe militar destruyó los vínculos de dependencia política que los ataban al derrocado régimen peronista y los forzó a levantarse y caminar sobre sus propios pies. Esta experiencia de regeneración en medio de la adversidad hizo que los sindicatos nacieran de nuevo, y anudaran con sus bases lazos de pertenencia que serían luego indisociables de su identidad política.

Esta travesía, desde el ostracismo al que pretendieron confinarlos los militares y civiles antiperonistas de 1955 hasta ese lugar prominente que conquistarían pocos años después como punta de lanza de la resistencia peronista y factor de poder, tuvo un aparato político sindical y un timonel, y ese fue el papel jugado por la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) con la conducción de Augusto Vandor.

La gestión política de los dirigentes sindicales como Vandor se caracterizó por un extremo pragmatismo. Esa actitud fue congruente con la lógica de unas estructuras gremiales cuya prosperidad dependía de la provisión de recursos estatales. El precio a pagar por ignorar los límites, siempre cambiantes, de la tolerancia oficial fue la intervención de los sindicatos, el desplazamiento de sus conducciones, la suspensión de la personería gremial. A medida que los gremios se fueron consolidando, se hicieron más conscientes de los costos que entrañaba alentar la movilización obrera sin considerar antes las relaciones de fuerza existentes. Por consiguiente, la preocupación del liderazgo sindical pasó a ser controlar el activismo de base y reconcentrar la acción en sus manos para poder explotar estratégicamente el poder de presión obrero. Este equilibrio entre el momento de la movilización y el momento del compromiso se condensó en la gimnasia de “golpear y negociar” con la que Vandor sobresalió entre sus contemporáneos.

Por otra parte, la sintonía entre el vértice y la base del sindicalismo se alimentó de su común exposición a los valores de la cultura peronista. El nacionalismo, la conciliación de clases, la justicia social, la intervención estatal en la economía fueron ideas-fuerza que jugaron un papel clave en esa socialización política. Durante el largo exilio de Perón, el sindicalismo fue la presencia más orgánica y permanente del movimiento que se reconocía en su nombre. En su condición de titulares de la camiseta peronista, los dirigentes sindicales buscaron entonces revalidar constantemente su ascendiente sobre las masas obreras y, a la vez, potenciar su capacidad de negociación política frente a los demás factores de poder mientras sucedían, al mismo tiempo, fuertes antagonismos dentro del campo sindical, con los sectores combativos.

Mientras Perón vivió, y al momento de su retorno y tercera presidencia en 1973, procuró neutralizar esa influencia aplicando sobre ellos la misma receta utilizada con sus segundas líneas: distribuyó sus favores entre unos y otros con el fin de evitar que se consolidara una fuente alternativa de poder. Tras la muerte del Líder, en 1974, Isabel Perón desafió abiertamente a los dirigentes sindicales con una política salarial agresiva a fin de colocarlos contra la pared: si se levantaban contra ella corrían el riesgo de desestabilizar, en el mismo movimiento, la propia sustentación del gobierno de origen peronista y de ser arrastrados en su derrumbe; si, en cambio, en nombre de sus solidaridades políticas, aceptaban la iniciativa oficial, se condenaban a una derrota ejemplar que los marginaba del sistema de poder. Frente a este dilema de hierro, otra vez fue la UOM, entonces bajo la dirección de Lorenzo Miguel, la que tuvo a su cargo la responsabilidad de resolverlo y, poniendo en primer lugar la subsistencia del sindicalismo como grupo de presión, encabezó una movilización antigubernamental que, al combinarse con los efectos de la ola de violencia que sacudía al país, contribuyó a precipitar un final ya anunciado.

Recuperación. Con la recuperación de la democracia, en 1983, los metalúrgicos, con Lorenzo Miguel a la cabeza, seguirían marcando el paso del movimiento sindical en su confrontación con el gobierno de Raúl Alfonsín, con el cervecero Saúl Ubaldini como punta de lanza desde la CGT, apuntalado detrás por las 62 Organizaciones. Pero empiezan a compartir ese liderazgo –y a verlo disputado– con otros sectores y gremios que representan a los trabajadores de otras ramas de la industria, servicios, estatales y transporte. Allí es donde empiezan a tallar fuerte los camioneros, sindicato creado en 1943.

La poderosa Federación Nacional de Trabajadores Camioneros y Obreros del Transporte Automotor de Cargas, creada en 1965, agrupa a todos los choferes de camiones del país y logra el primer convenio colectivo de trabajo unificado el 15 de diciembre del 67, fecha que queda instituida como Día del Camionero. Liderados por Ricardo Pérez durante los años 70, los camioneros integraron el Grupo de los 25 durante la última dictadura, junto a los choferes de taxis (Roberto García) y los trabajadores del tabaco, con Roberto Digón a la cabeza. Tuvieron su bautismo de fuego con la primera huelga desafiando al Proceso, el 27 de abril de 1979. De la mano de Pérez, Hugo Moyano –que venía de la regional Mar del Plata con activismo en la Juventud Sindical Peronista– alcanza la conducción del gremio en 1987, triunfa en las elecciones y accede a la secretaría general con lista propia, siendo reelecto en 1991, 1995, 1999 y 2003. En 2004 arriba a la conducción de la CGT y se convierte en un actor clave del sindicalismo y la política nacional, en apoyo primero, durante su gobierno, de Néstor Kirchner y luego confrontando con Cristina Kirchner. 

A los choferes de camiones, Moyano sumó los del correo privado, los recolectores de residuos y los choferes de los camiones de caudales, con lo cual llegó a duplicar el número de afiliados en pocos años, superando los 150 mil trabajadores sindicalizados. El líder camionero pasó a encabezar además la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT) y extendió sus posiciones y negocios desde los cercanos vínculos con las empresas recolectoras de residuos hasta otros rubros, como el de los clubes de fútbol. Retirado de la conducción y al frente del Club Independiente, Moyano padre coloca a su hijo Pablo al frente del gremio y en una estratégica secretaría de la CGT. Desde allí, Moyano hijo reseña: “Estamos en lo gremial, la política, el deporte y la farándula. Tenemos combustible, transporte de caudales, recolección de basura (…). Hemos crecido porque siempre hemos defendido a los trabajadores. Cuando Moyano ganó el gremio, en 1987, tenía una sede antigua, un hotel en Córdoba y un camping chiquito. Ahora tenemos 14 sanatorios propios, más de treinta hoteles, más de cien campings y los mejores salarios. Por eso somos tan fuertes” (El País, 4/12/2017).

En los 27 años que lleva bajo dominio de los Moyano, Camioneros pasó de 20 mil a 220 mil afiliados. Han crecido y se han diversificado, formando una suerte de conglomerado sindical-empresario con base obrera y polirrubro. Otros son los desafíos que enfrenta dentro del mundo laboral. Este poder sindical puede verse compartido, al menos como poder de presión, por las agrupaciones sociales de ex piqueteros que hoy se agrupan en la llamada “economía popular”, con apoyo del papa Francisco. Y por el otro lado, el desafío tecnológico –la robotización–, que transforma el mundo del trabajo y las relaciones laborales.

(*) Autores de La lucha continúa. 200 años de historia sindical en la Argentina (Vergara, 2012), entre otros libros.