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Memorias íntimas del primer peronismo y de la dictadura

Maud Daverio, la esposa de Robert Cox, recorre la historia contemporánea con recuerdos familiares del primer gobierno de Perón y del régimen militar del ’76.

Familia. Bob Cox junto a Maud, con la que está casado desde hace más de cincuenta años, y su hija Victoria, que aporta un ensayo al libro.
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Así como el puente Oberbaum en Berlín une los distritos de Friedrichshain y Kreuzberg, Maud Daverio, esposa del periodista Robert Cox, construyó su propio puente a través de los recuerdos de sus viajes, reuniones y educación burguesa, pero desde una mirada sencilla, que se refleja en sus ojos claros. Sus memorias atraviesan la historia argentina contemporánea.

“Yo vi una vida muy distinta a lo que usualmente se ve”, dice Maud, autora de Memorias desde el puente Oberbaum. “Son pequeñas anécdotas que uno las puede mirar como historietas simpáticas. Si bien no hay política, están contextualizadas en un momento de la vida que es político”, en tiempos del primer peronismo. Completan la obra un ensayo de la propia Maud sobre Roberto Arlt y André Gide, y otro de su hija, Victoria, sobre Borges y las letras alemanas. Catedrática en la Appalachain State University de Estados Unidos, Victoria explica que la obra de su madre pertenece al género biográfico. “A ella le interesa explorar sobre el nazismo, lo que pasó y las relaciones que ve con diferentes países. En Roberto Arlt ella analiza cómo ciertas ideas de la época tuvieron tantas cosas negativas”.

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Por su parte, Robert Cox califica como “muy interesante” el trabajo de su esposa. “En el tiempo de Perón, ella estuvo muy cerca de él a través de su tío, el general José Manuel de Olano (Josie para la familia). Ella sabe muchos secretos de ese entonces. Es un testigo de un tiempo que ha quedado atrás en la historia y puede describirlo muy frescamente y de manera imparcial”. Para Cox, “es increíble cómo en la Argentina las cosas se repiten. Al final de su gobierno, Perón estaba tratando de arreglar con los norteamericanos con el petróleo, y ahora estamos haciendo la misma cosa”.
No voy en tren. Como fiel reflejo del “clima de época” de aquel peronismo, Maud recuerda un viaje a Europa en barco, en la compañía Dodero. “El cruce del Atlántico duró tres semanas, haciendo escala en Santos, Dakkar, las islas Canarias, Hamburgo y la ciudad irlandesa de Cork. Era un barco de carga y llevaba pocos pasajeros, 14 contándonos a mi tía y a mí. Entre la pileta, los típicos juegos de a bordo, las cenas y los bailes nocturnos la pasamos re-bien. Pero una cosa que me molestó fue descubrir la hipocresía de la gente. A la hora de la cena, se hablaba de los problemas del gobierno, de los escándalos, de la corrupción, de las influencias nazis en el gobierno, y parecíamos estar todos más o menos de acuerdo. Pero cuando llegó el 8 de octubre (el cumpleaños de Perón) el capitán nos reunió a todos para decirnos que había recibido una orden de Buenos Aires de enviar un telegrama, firmado por el capitán y todos los pasajeros, al general felicitándolo en su día. No vas a poder creerlo, pero nadie se opuso. Todos estaban de acuerdo, salvo yo, por supuesto (…)”.

Muchos peronismos. Para Maud, educada en una familia radical, es importante que “la gente se dé cuenta que hubo muchos peronismos. Uno cree que es el bueno y el malo. Perón era mucha gente. Yo no lo conocí personalmente, pero estuve muy cerca de lo que pasaba”. Maud evoca un episodio de 1948: “un día mi tío recibió un llamado del presidente Perón, pidiéndole que se presentara en su despacho. Al llegar, Perón le presentó a un científico austríaco. Hablaron de sus ideas para una planta de energía atómica. Al retornar a su casa, donde lo esperábamos para tomar el té, Josie, estupefacto y algo angustiado, nos describió el proyecto que Ronald Richter proponía a Perón para la Argentina: producir energía mediante fusión nuclear y entregarla en contenedores del tamaño de una botella de leche. Ingenuamente, mi tío pensó que Perón, al escuchar los planes del científico austríaco, se daría cuenta de lo descarado de su magnitud y haría algún comentario en su contra. Sin embargo, al irse Richter, Perón cerró la puerta del despacho, dio media vuelta y nos dijo “¿Y?, ¿qué les parece? ¡Eso hay que ponerlo en marcha ya mismo!”. Mi tío no dijo nada. Quedó paralizado. “No creo que sea viable”, nos confesó. “Este Richter lo tiene envuelto a Perón en una gran fantasía” (…)

Otros tiempos. En Memorias también hay lugar para los recuerdos de su amiga Evelyn, que a comienzos de los años 40 pudo presenciar en Alemania una marcha nazi con Adolf Hitler y Hermann Goering “parados en la carroza principal, saludando como dos muñecos con las manos en alto”, recuerdos que le sirven a Maud como puente para llegar a la dictadura del ‘76. “Todo esto me remontó a mi propio país, Argentina. Pensé en los horrores de nuestra cruel y sangrienta dictadura, y en las formas que nuestra gente buscó para exorcizar su pasado. Así como los berlineses colgaron lápidas en sus muros, los porteños dispusimos recordatorios en baldosas que señalan algún lugar donde hicieron desaparecer a una persona. La primera que yo vi fue en la acera a una cuadra de la iglesia de la Santa Cruz”.

Sobre aquellos años oscuros, a los que dedicó otro libro, Salvados del infierno, Maud dice que, en un comienzo, no podía creer lo que le contaba su esposo Robert que, como editor del Buenos Aires Herald, recibía diariamente las más espantosas denuncias de familiares de desaparecidos. “Cuando empecé a ver lo que estaba pasando, le dije: ‘yo te acompaño. Esto es absurdo’. El único miedo que tenía era por mis hijos. Entonces seguí haciendo una vida burguesa, yendo a la plaza con mis niños y volviendo, para que la gente no pensase otra cosa”. Lleva ya más de 50 años de casada con “Bob” Cox. “Tenemos una buena relación porque los dos estamos interesados en las mismas cosas. El es extremadamente bueno”.