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¿Abolir los exámenes?

Miedo, poder y pertenencia en las secundarias

Cómo pensar y repensar prácticas evaluativas más respetuosas, que se conviertan en espacios de formación para los estudiantes y en tiempos colectivos de reflexión.

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Escuelas secundarias. | cedoc

“Saquen una hoja, nada de cartucheras ni celulares, solo biromes en el banco...”. Esta rutina escolar se repite asiduamente en el aula. Control, miedo, sufrimiento, ansiedad, desgaste, angustia son las palabras que escuchamos para describir ese momento. El examen: sin dudas, el momento más traumático de la vida estudiantil.

El debate por la evaluación en el aula y el fenómeno de la repitencia es de larga data, son actos pedagógicos reiterados de una voluntad que los produce, pero en un contexto pospandémico cobraron relevancia en la discusión pública. El desafío es dar respuestas pedagógicas a hechos complejos, en los que coexisten múltiples aspectos, entre ellos, los vinculados con los procesos identitarios y sus implicancias en las trayectorias escolares.

Para mi tesis doctoral entrevisté a estudiantes de escuelas secundarias de gestión estatal, las palabras claves, mencionadas al comienzo, y las percepciones, sentidos y significados de la evaluación en sí y cómo se ven en ese contexto son el producto de mi investigación. Estas son algunas de las respuestas más destacadas: “Mi experiencia de evaluación en todo el secundario fue desagradable”. “Los exámenes son un extremo por donde pasa el estrés de los estudiantes”. “Me quedé atascado y depresivo”. “Experiencia traumática”. “Ataque de pánico”. “Miedo a sentirme humillada”. “Nos empiezan a bombardear con evaluaciones”. “La evaluación es lo que de alguna manera fue haciendo que no me guste estudiar”.

En estos relatos distinguí la asociación del examen y la repitencia, que es un problema grave para el sistema educativo, pero fundamentalmente es una tragedia para los estudiantes. En sus propias palabras: “Me empezó a ir mal en todas las evaluaciones”. “Ya perdí tres años de mi vida porque repetí, podría estar estudiando o trabajando en algo más productivo”. “Al no tener las herramientas suficientes como para poder defenderme, me hicieron repetir”. Hay un cuestionamiento personal y social, que trae aparejados otros problemas en la vida de ese estudiante, que se verbalizan como sensación de fracaso, sentimiento de abandono y desgarro del mundo al que ven obturado su acceso.

La construcción identitaria del estudiante comienza sostenida por el déficit, la insuficiencia constante, lo que afecta la vida presente y futura, y su imagen de sí mismo. Ese es el correlato subjetivo de la repitencia. Se desplazan así otras vivencias que van afectando su convivencia dentro de la escuela y su inserción en la sociedad, dando lugar a preguntas como: ¿quién soy para este Otro? Se trata de algo que hace tiempo viene investigándose.

A mediados del siglo XX, en 1967, ya se advirtió en un clásico de la pedagogía y la sociología italiana bajo el título Lettera a una professoressa. Desde una aldea toscana, escrito por un grupo de alumnos de la escuela de Barbiana: “Hay que abolir los exámenes. Pero, mientras se requieran, por lo menos sean ustedes leales. Las dificultades se ponen en el mismo porcentaje en que aparecen en la vida. Si ponen más, quiere decir que tienen la manía de la trampa. Ni que les hubiesen declarado la guerra a los muchachos. ¿Quién los obliga a eso? ¿El bien de los alumnos?”. Esta denuncia expresa la preocupación eterna de la educación de pasar pruebas. Entre sus legados más valiosos, se encuentran la eliminación de la repitencia y la invitación a dar la palabra al estudiantado para expresarse, razonar y defenderse.

Jean-Marie Barbier, investigador francés, en La evaluación en los procesos de formación, desde un abordaje teórico constructivista e histórico, estudia el análisis de las “prácticas de evaluación y de construcción identitaria”. Señala que “es probable que sea de naturaleza evaluativa que un actor individual o colectivo componga una imagen de sí, una imagen del otro y una imagen del medio, y esto en una perspectiva dinámica”. Una práctica evaluativa no solo deja huellas identitarias, sino que también moviliza y desarrolla componentes identitarios que corresponden a ese campo de actividad. De esta forma, es casi imposible separar la imagen que se hace un estudiante de una acción de evaluación de la imagen que se hace de sí mismo en esa acción. 

Es relevante comprender el papel de la evaluación en la construcción identitaria del estudiante y descubrir cómo la percibe, significa y reconstruye, porque en alguna medida “las posibilidades que tiene la evaluación de causar daño suelen ser más amplias, menos evidentes y más perdurables”, según Ernest House, en su libro Evaluación, ética y poder. Este autor estadounidense, que ejerció la docencia en la escuela secundaria y trabajó en la evaluación de las evaluaciones, plantea la necesidad de promover la reflexión sobre la evaluación auténtica y la importancia del contexto, basada en alguna forma de responsabilidad moral de la persona evaluadora y los destinatarios de la evaluación, de manera que los análisis sobre justicia, veracidad y belleza integren su práctica.

¿Qué aspectos de la evaluación en el aula pueden causar daño en los estudiantes? Si acordamos que los sentidos –y la finalidad– de la evaluación son pedagógicos, tal vez esto no estarían sucediendo hoy en las aulas. Los estudiantes dicen: “Quizás esa parte pedagógica de poder ayudar, acompañar, de generar el cambio en mí no lo vi”. “El problema está en la forma de explicar, de tratarte y no tener paciencia”. La evaluación es formativa y educa al estudiante. Es un espacio creativo y re-creativo para despertar el deseo de aprender y asumo que debería lograrlo en su paso por la escuela. Su finalidad es pensar en los estudiantes, ser parte del aprendizaje y ser parte de un proyecto educativo institucional.

La escritora y pedagoga argentina Edith Litwin, en su libro titulado El oficio de enseñar. Condiciones y contextos, nos lo dice: “Si la educación nos convierte en mejores personas, prácticas más respetuosas del producto de cada uno de los estudiantes seguramente dejarán huellas en sus maneras de realizar, ver y entender los límites de las acciones que despliegan”. Se trata, en definitiva, de pensar y repensar prácticas evaluativas más respetuosas, que se conviertan en espacios de formación para los estudiantes y en tiempos colectivos de reflexión.

Evaluar escuchando, evaluar la evaluación que hacemos escuchando, comprender la relevancia incesante que esta práctica tiene en la vida escolar. Hay experiencias escolares que simplemente se viven así, que pueden ser consideradas injustas por el estudiantado y solo resta nuestra empatía. Es una tarea pendiente, importante y, aunque parezca imposible, hay que hacerlo.

*Profesora en Ciencias de la Educación (UNER). Magíster en Didáctica (UBA). Doctora en Ciencias Sociales (Flacso).

(Trabajo realizado en el marco del seminario Análisis Académico y Opinión en Medios de Comunicación. Cátedra Lloret. Doctorado de Ciencias Sociales. Flacso)