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Marina GonzAlez de Apodaca

Nació en Bilbao, fue la ‘mejor tornera’ de la URSS y ahora vive en Argentina

Marina fue uno de los miles de hijos de republicanos que, durante la Guerra Civil Española, fueron enviados a la URSS para escapar al odio franquista. Una novela reconstruye su epopeya hasta llegar a nuestro país.

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Testimonios. Con sus compañeras en la fábrica; en tiempos soviéticos y el pasaje con el que salió del País Vasco, en 1937. | bufano / gonzalez

“Soy de Bilbao, estábamos en guerra contra Franco y la ciudad era bombardeada día y noche. Yo tenía diez años. Y mi hermano 14. Para que sobreviviéramos mi papá lo envió a Francia y a mí a la Unión Soviética. Creí que iba por pocos días y que pronto regresaría a casa… pero pasaron 20 años. Y aunque no lo supe hasta mucho después, mi padre falleció al tiempo de mi partida y nunca más lo volví a ver. Pero no fui la única; éramos 1.500 chicos, algunos de cinco o seis años que también dejaban atrás a sus familias. Nunca imaginamos que iba a pasar tanto tiempo. Y mucho menos que viviríamos una nueva guerra y otros bombardeos, porque cuando Alemania invadió Rusia nos encontramos bajo otras bombas, otros incendios”.

—¿Por qué su hermano fue a Francia y usted a Rusia?

—Porque los más grandes fueron evacuados a Francia. A nosotros, los pequeños nos mandaron a la URSS. Cuando subí al barco y nos acostamos sobre colchonetas, los niños por un lado y nosotras por el otro, yo lloraba. Me vi con mi bolsita y dije que quería ir para casa. Me preguntaron ¿cómo te llamas? Marina –respondí– y a partir de ese día me llamaron Marinka.

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—¿Cómo fue el recibimiento en Leningrado?

—Muy bueno. Nos esperaban con música, regalos; había niños con banderitas. Nos llevaron a un colegio. Y recuerdo que las primeras noches dormimos sobre colchones de paja que nos pinchaban en el cuerpo. Pero luego del hambre pasado en España, fue un regalo recibir toda clase de alimentos, frutas, postres.  Las rusas que nos atendían aprendieron a hablar algo de español gracias a nosotros. Nos cuidaron muy bien. Después nos repartieron. Algunos a Stalingrado, otros a Kiev, a Odesa. A los que eran primos o hermanos los dejaban juntos, al resto nos separaban por grupos.

—La salvaron de una guerra, pero poco después estalló otra.

—Alemania invadió Rusia y otra vez sufrimos los bombardeos. Los que estábamos en un colegio tuvimos que cavar trincheras para arrojarnos en ellas cuando caían las bombas. Los aviones alemanes volaban muy alto y cuando los radares los detectaban ya estaban sobre nosotros. Si hay algo que todavía me estremece es el ruido de la sirena que anunciaba que debíamos correr a los refugios y tirarnos boca abajo. Es un sonido que da miedo.

—¿El idioma fue una dificultad?

—Lo aprendimos poco a poco, pero extrañábamos el español. Entre nosotras lo hablábamos, pero a medida que crecimos y comenzamos a trabajar ya nos manejamos con el ruso. Teníamos un club de España donde hacíamos fiestas, escuchábamos música española, era una España chiquitita. Una vez, ya grandes, fuimos a ver una película de Lolita Torres, para disfrutar las canciones en nuestro idioma. ¡¡Cómo extrañábamos el español!!

—¿Los visitaron españoles?

—Una vez vino Dolores Ibárruri, La Pasionaria, que nos dio una charla terrible sobre lo que estaba pasando en España. Y aunque escuchamos lo que contó, de todos modos queríamos volver. Los que eran de familia bien, quiero decir, que tenían recursos, pudieron regresar antes que nosotros. Los que éramos pobres tardamos mucho más.

—¿Pudo viajar dentro de la URSS?

—Yo era tornera. En las vacaciones, como no teníamos pasaporte ruso, había que mostrar papeles para movernos dentro del territorio de la URSS. Era todo muy molesto. Entonces saqué mi pasaporte soviético y cada vez que salíamos de vacaciones podíamos movernos libremente.

—¿Tornera en una fábrica?

—En una fábrica de tractores que durante la guerra fue convertida en fábrica de aviones que no se detenía nunca, las 24 horas armando aviones. Nosotros vivíamos en las afueras de Moscú y a veces nos tocaba trabajar de noche; los tranvías que tomábamos para ir a la fábrica tenían estufas, entonces todos nos arracimábamos hasta llegar a la puerta del trabajo. Claro, los alemanes sabían que era una zona industrial y sobre nosotros descargaban miles de bombas. Poníamos mantas en las ventanas para que de noche no vieran luz desde los aviones. Y cuando terminaban los bombardeos subíamos a los techos y veíamos los alrededores incendiados. Fue muy terrible, porque además, con el racionamiento teníamos hambre.

—¿Qué pasó cuando murió Stalin?

—Cuando murió Stalin todos los españoles estábamos en Moscú. Lo habíamos visto en los desfiles del 1º de Mayo. En la tribuna estaba él, Molotov y otros que no recuerdo. Primero desfilaban los deportistas, luego los militares, todos organizados desfilando por la Plaza Roja. ¡Ay, lo que fue la muerte de Stalin!, todas las rusas lloraban: qué va a ser de nosotras sin Stalin. En las fábricas, lloraban mientras trabajaban. Estamos perdidos –decían– y  parecía que el mundo se había terminado para ellos.

—¿Se casó?

—Me casé con un español. Muchas se casaron con rusos. Yo me enamoré de un español que trabajaba en otra fábrica. Como nos organizaban fiestas con música española nos encontrábamos con amigos. A veces, cuando volvíamos en el metro cantábamos y los rusos nos miraban extrañados.  

—¿Cómo fue el regreso a España?

—Ay, fue terrible. Llegué con ropa antigua, que ya no se usaba y cuando tomamos el tranvía con mi prima todos me miraban. Recuerdo, además, que escuchar hablar en español me impresionó muchísimo. España ya no era la misma. La policía franquista sabía que habíamos vuelto de Rusia y nos vigilaban constantemente, nos preguntaban cómo vivían allá. Por eso mi familia me preparó para hablar y responder como si fuera fascista; no digas esto, calla

cuando te preguntan. Pero yo tenía 30 años y quería volver a ver a mi hermano; estuve cuatro meses en Madrid y me comuniqué con él, que desde Francia había partido

hacia Buenos Aires. Y al cabo de 20  años nos reencontramos aquí.