Hacía treinta años que Simón Cardoso había muerto cuando Emilia Dupuy, su esposa, lo encontró a la hora del almuerzo en el salón reservado de Trudy Tuesday”. Tal el comienzo magistral de Purgatorio (2008), la que es, a nuestro entender, la mejor novela de Tomás Eloy Martínez. Como pocos escritores, quizás, Tomás se atreve con un tema que, para desgracia de los argentinos, se ha convertido en un común denominador para hablar de ese estado intraducible que es la desaparición.
—Vos aquí te internás en un universo misterioso y farragoso como es el de la muerte y la vida. ¿Por qué?
—No es farragoso para mí porque los límites son claros. Basta con no tenerle miedo a la muerte y de lo que hay más allá para que las cosas no te sorprendan. Uno siempre supone… y aquí también esto depende de las distintas etapas de la vida en las que estás creyendo. Cuando sos muy joven te imaginás inmortal, que tenés toda la vida por delante cuando, en realidad, los sufrimientos y las felicidades empiezan en ese momento. Pero, cuando sos joven, además de ésta, contás con un adicional, una nueva vida. Una segunda existencia proporcionada por la creencia en la eternidad después de la cual te convertís en un siervo de Dios.
—Pero vos no sos un hombre religioso…
—Cuando joven era muy religioso. Fui educado en la religiosidad más extrema, lo cual también se convierte en el salto más fácil para llegar a una religiosidad menos extrema hasta, te diría, el borramiento de la religiosidad. Te confieso que ahora veo la muerte como un acto de transición...
Se establece un liviano silencio entre nosotros. Y decimos “liviano” porque, mientras piensa, hay mucha luz en la mirada de Tomás Eloy.
—… Sí, un acto de transición y una etapa quizás no feliz para el muerto porque quien muere no sabe realmente lo que sucede después, no sabe lo que se pierde. Tiene idea de lo que se puede ganar, es verdad, pero también sabe que lo que deja (y eso es lo que me parece que más cuenta) es su memoria, lo que de él se recuerda. Además sabe que esa memoria es, en cierta forma, su inmortalidad. Que esa memoria ya no depende de un don divino o del cumplimiento de una fe con ciertas reglas religiosas, sino de uno mismo. De lo bien o mal que hayamos actuado en la vida. (...)
—(...) Tal como ocurre con Emilia, tu protagonista, en aquella época había mucha gente que no tenía militancia ni entendía lo que estaba pasando. En tu relato te referís a todos los que, por miedo o por desinterés o por falta de formación política, no sabían…
—No era fácil saberlo porque hubo un ocultamiento de la información tan cerrado y una complicidad tan extrema de la sociedad que se logró una de-sinformación prolijamente manipulada por algunos medios que cambiaban las oscuridades por falsas blancuras. La prueba es que los propios detenidos en los campos de concentración fueron muchas veces usados en conferencias de prensa. El caso de la revista Para Ti con la señora Jara de Cabezas, por ejemplo. El caso del detenido Basterra que asiste a una conferencia de prensa de Menotti antes del Mundial de Fútbol 78 como si fuera un periodista y, en cambio, está acompañado por un oficial de Marina que lo vigila. Sabe que van a fotografiarlo y a reconocerlo.
—Bueno, a pesar de la vigilancia, Basterra logra sacar de la ESMA muchas fotografías de detenidos que se agregaron a sus prontuarios y con los que, años después, se reconstruyó su paso por ese campo de exterminio.
—También tengo entendido que la señora Jara de Cabezas ha iniciado un juicio contra la revista Para Ti.
—¿Estás de acuerdo con que se reabran las causas?
—Sí, por supuesto. Me parece que los crímenes de lesa humanidad están muy claramente marcados por la línea divisoria que traza la Corte Suprema. Es decir que crímenes de lesa humanidad que no prescriben son aquellos cometidos por el Estado, con el dinero de los contribuyentes. Haciendo uso y abuso de su Poder. Muchos se amparan en la teoría de los dos demonios. Por ejemplo, para mi sorpresa, ¡por nuestro ex fiscal Moreno Ocampo! ¡Cómo pueden transformarse las personas!
Nos quedamos en silencio recordando años pasados mientras Tomás nos acerca los helados apropiados para esta tarde sofocante.
—Volviendo a tu novela, es cierto que la inconsciencia de Emilia hace todavía más impactante su búsqueda permanente. En algún momento vos hablás del trabajo de Emilia y su marido. Son cartógrafos del Automóvil Club y sus mapas se convierten en una especie de telón de fondo de la tragedia. Incluso vos mencionás, como una clara alegoría, una isla que desaparece.
—Ocurrió, no hace mucho, que algunos lagos desaparecieron de la noche a la mañana. No se conocían las razones de este fenómeno. En cambio, lo que vivimos los argentinos fue una maniobra armada, planificada. Como te decía, la línea divisoria es muy clara entre los crímenes proyectados por el Estado contra los ciudadanos con la intención (y esto me parece particularmente importante) de aniquilar a la subversión (como decía el decreto que firmó Luder) y la realidad, que fue, en cambio, aniquilar a una generación entera de argentinos con su pensamiento y su vida.