“Perón era antisemita. Protegió a los nazis que huían de Alemania”, dice un catedrático israelí, que alterna su residencia entre los Estados Unidos y la Argentina en una charla informal en su departamento en Buenos Aires. Esta opinión sobre el ex presidente aún persiste en el exterior y coincide con la de muchos miembros de la colectividad judía local, especialmente los de mayor edad, pese al paso del tiempo y a que ya ha quedado enterrada en el pasado la antinomia peronismo-antiperonismo.
Sin embargo, dista bastante de la realidad. Si bien durante la administración de Juan Domingo Perón ingresaron al país criminales de la Segunda Guerra Mundial, también lo hicieron en otras partes del mundo con la anuencia de sus gobiernos, como es el caso de los Estados Unidos y la Unión Soviética, entre otros, lo que no los hace ni más ni menos antisemitas.
Por el otro lado, no se le conocen medidas públicas, escritos, discursos ni declaraciones en contra de los judíos tanto durante sus funciones durante la dictadura del 43, como cuando fue presidente o en sus años de exilio.
“Perón no era antisemita. Si uno lee los numerosos discursos en contra del antisemitismo durante sus dos primeras presidencias se da cuenta de inmediato que ningún otro presidente antes de la llegada de Perón al poder expresaba de forma tan clara, tajante y contundente, su rechazo a la discriminación contra los judíos”, afirma el vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv e historiador del peronismo, Raanan Rein, en su reciente libro Los muchachos peronistas judíos.
La neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial, las acusaciones del subsecretario de Estado estadounidense Spruille Braden de que si Perón ganaba se iba a instaurar un régimen nazi-fascista en la Argentina, que repetía la Unión Democrática durante la campaña presidencial, y la inclusión en su partido de grupos de ultraderecha como la Alianza Nacionalista Libertadora hicieron que esa imagen negativa se expandiera dentro de la comunidad judía, al punto de que la gran mayoría de sus miembros votó por la oposición en los comicios de 1946, como señala Rein en otro de sus libros.
Pero hubo miembros de la colectividad que se vieron deslumbrados por su carisma y atraídos por su labor, incluso en tiempos de la dictadura. “Me encontré con muchas figuras judías dentro del movimiento obrero organizado, entre los intelectuales, entre hombres de negocio que apoyaban al peronismo, algunos desde sus inicios, antes de la llegada de Perón al poder, desde sus tiempos como secretario de Trabajo y Previsión en el gobierno militar”, afirma el historiador a PERFIL en su reciente visita a Buenos Aires.
Perón buscó acercarse a los israelitas, al punto de que un grupo de intelectuales, comerciantes y profesionales conformaron la Organización Israelita Argentina (OIA), “la sección judía del Partido Peronista”, en cuyas reuniones el presidente y Evita solían dar discursos con alabanzas a hacia los judíos.
En paralelo, usaba idénticas palabra para referirse a los árabes argentinos cuando se juntaba con ellos, al igual que lo hizo cuando la Fundación Eva Perón envió frazadas y alimentos a Israel tras la guerra de la Independencia al mismo tiempo que las mandaba para El Líbano.
En estas reuniones, Perón llegó a decir que “un judío argentino que se abstiene de ayudar a Israel no es un buen argentino”, lo que contradecía las acusaciones de doble lealtad de los sectores más reaccionarios. “Mientras uno apoyara el peronismo podría tener también otras lealtades e identidades. Entendió que al cultivar sus lazos con sus madres patrias, los distintos grupos étnicos podrían servir a distintos intereses de la Argentina para aumentar su influencia, su prestigio, su intercambio comercial y sus apoyos en la escena internacional”, destaca Rein.
Al igual que lo hizo con la colectividad, buscó un acercamiento con Israel, pese a que se había abstenido en la votación en la ONU sobre la creación del Estado judío en 1947. A partir de allí, no dejó de emitir gestos en su favor: su reconocimiento como nación, el nombramiento de un embajador (Pablo Manguel, de la OIA) abrir una embajada y firmar un acuerdo bilateral de comercio (el primer país latinoamericano), entre otros.
Estos intentos no eran porque sí. Más allá de lo que sintiera en forma personal, “comprendía muy bien que su propósito de atraer el apoyo de la comunidad hebrea requeriría cultivar los lazos con el Estado de Israel; más aún, estaba convencido de que unas relaciones fructíferas con Israel contribuirían a la mejora de las relaciones con los EE.UU”.
Esta es una señal más de su pragmatismo a la hora de gobernar y explica la forma en la que se dirigía la colectividad. “Cuando hablamos de políticos en general y de líderes carismáticos en particular, siempre las cosas son sobreactuadas y sin lugar a duda siempre existen intereses de todo tipo al elaborar un discurso o una política”, concluye Rein.