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MISTERIO ARGENTINO

Peronismo: quién lo ha visto y quién lo ve

A finales de mayo, la Universidad Complutense de Madrid organizó la conferencia “Política y sociedad en el posperonismo”, que reunió a sociólogos y politólogos con el objetivo de entender el momento actual de la fuerza creada por Juan Domingo Perón en la primera mitad del siglo XX. Las diferentes miradas tratan de entender y dar un contexto a la extraordinaria capacidad del peronismo para adaptarse a los más diversos escenarios, de registrar el peso del mito y de la figura de Evita, y a vincular su impulso transformador con otras realidades de América Latina, como el feminismo. Aquí, los textos de los participantes.

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Madrid. Un debate en la tradicional Universidad Complutense española, sobre un tema auténticamente inagotable, no solo para estudiosos argentinos. | cedoc

Transiciones posperonistas

Carlos De Angelis*

La persistencia del peronismo y su capacidad para adaptarse a los más diversos escenarios hace que analizar esta singularidad sea siempre una aproximación y un desafío.

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Causas y azares. La década de 1940 generaba novedades en el mundo. La 2° guerra mundial producía la caída de los imperios coloniales y de los modelos nazi-fascistas que habían propuesto una salida cruenta a la crisis capitalista de los 20. En esa transición nace a la vida política argentina un nuevo modelo centrado en la figura del coronel Juan Perón. 

El programa político era tanto innovador como desafiante para las élites que habían gobernado el país hasta entonces, una industrialización veloz mediante la multiplicación de empresas estatales que iban desde la producción de acero hasta la vestimenta, pasando por los servicios públicos y empresas de transporte (estatización de los ferrocarriles y creación de empresas de aviación y marítimas). El desarrollo de este “capitalismo de Estado” sería financiado con la renta tomada de los sectores agropecuarios con la gestión del comercio exterior del mítico IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio), disuelto el mismo día en que General fuera depuesto. Por otro lado, Perón ofrece a la clase obrera nucleada en los sindicatos peronistas un horizonte de derechos laborales inusual hasta el momento. 

La creación del enemigo. El nuevo movimiento político también ofrecía junto con la movilización social y política un dispositivo cultural (para decirlo en términos actuales) alrededor de la las figuras de Juan y Eva Perón y la invención de un pueblo en contraposición de las oligarquías y sus “personeros” que incluía al radicalismo y la mayor parte de la oposición política (muchos de sus dirigentes terminaron presos como Ricardo Balbín indultado en 1951). También en su concepción, el peronismo fue (y sigue siendo) una escuela de ejercicio del poder. El golpe militar de la Revolución Libertadora de 1955 no solo depone y envía al exilio al líder (prohibiendo acaso nombrarlo) sino que transforma al peronismo en una identidad colectiva, lo que explica en parte su persistencia. Ya en los setentas las organizaciones armadas otorgarían al movimiento una dinámica más allá del mismo Perón. 

En el regreso a la democracia, el peronismo se adaptará al mundo neoliberal tras la caída del muro de Berlín para transformarse en menemismo, pero con una nueva tarea: desarmar las bases del Estado peronista que persistía tras medio siglo de historia e innumerables intentos para dejarlo en el pasado. El desguace del sistema ferroviario expone la contracara más clara al peronismo original. 

Siempre volviendo. Cuando parecía que el justicialismo comenzaba a quedaba enterrado bajo los escombros de su propia historia, su desarrollo dialéctico no se detendría. Tras el estallido del Plan de Convertibilidad (llave maestra del menemismo) en manos del gobierno de la Alianza, una nueva forma de peronismo vendría a la reparación de los daños producidos por el menemismo, ahora bajo el rostro del kirchnerismo. Pero ahora ya no se trataba de desviar la renta agropecuaria hasta la producción de bienes de consumo masivo sino para sostener a los caídos del sistema, la nueva pobreza urbana. Por esto mismo este modelo genera dudas sobre su sustentabilidad, pero tendría un aire de familia con el primer peronismo: la polarización política y social. Esta polarización genera a un potente oponente, el antikirchnerismo y habilita algunas novedades: puede ser derrotado en las urnas y hasta puede generar un híbrido como el gobierno de Alberto Fernández.

*Sociólogo (@cfdeangelis).

 

Perón, uno y bino

Ariel Sribman Mittelman*

Una reflexión sobre la Argentina posperonista debe comenzar por una cuestión puramente lingüística: “Argentina posperonista” puede significar tanto Argentina pos-Perón como Argentina posperonismo. Ambas conducen a lugares interesantes.

Comencemos por la primera. Propongo que lo específico del peronismo, lo que lo diferencia de otros movimientos populistas, es la figura de Perón. Esto, que parece una verdad de Perogrullo, esconde una interesante circunstancia que merece análisis. Las palabras “la figura de Perón” no se entienden bien sin esta aclaración: Perón es una figura carismática, pero… ¡son dos personas! Si en el catolicismo Dios es uno y trino, en la Argentina de los últimos ochenta años Perón es uno y bino: son Juan Domingo y Eva. Probablemente sea una circunstancia única en la historia: un liderazgo carismático compartido por dos personas.

Además, se trata de una figura binitaria que goza de carisma póstumo: el carisma que permanece en el imaginario colectivo cuando la figura carismática ha desaparecido físicamente. Así, el carisma de Perón sigue fascinando a las nuevas generaciones aunque jamás hayan visto ni escuchado ni leído a Juan Domingo ni a Eva. Estamos claramente en el terreno de lo mítico.

En síntesis: uno de los elementos que con más fuerza cincela la Argentina posperonista es el carisma póstumo del Perón bino. Lo hace de dos modos distintos en sendos ámbitos: en política, el peronismo es una marca; en la sociedad es una identidad.

Pasemos a la idea de “Argentina posperonista” como “Argentina posperonismo”. Parece una opción sin asidero, puesto que el peronismo indudablemente existe, y por lo tanto, hablar de posperonismo como etapa posterior al fin del peronismo carecería de sentido. En efecto, la propia existencia del peronismo es clave para describir la presente situación argentina, tanto si nos fijamos en la política como si nos centramos en la sociedad; tanto si pensamos en el peronismo como plataforma política, como si lo consideramos como movimiento.

Comencemos por este último: la razón de ser del peronismo como movimiento es la existencia de un amplio sector de la población clasificable como clases desfavorecidas. Es indudablemente dramático que una gran parte de la población siga viviendo bajo el umbral de lo aceptable económica y socialmente. En este sentido, el peronismo como movimiento es un termómetro de la situación social: el mercurio peronista se expande al aumentar la fiebre socioeconómica.

El peronismo como plataforma política se puede interpretar siguiendo la misma lógica que con el movimiento, por un motivo evidente: el discurso del partido se dirige al movimiento, y por tanto debe ajustar en buena medida su agenda a la de aquel. 

En todo caso el programa del peronismo como plataforma político-electoral da cuenta de una situación muy preocupante: ochenta años después se sigue hablando de antiimperialismo, soberanía, nacionalizaciones o estatizaciones de empresas y servicios públicos…

También se sigue hablando, ciertamente, de pobreza, desigualdad, acceso a la educación, etc.; pero esos temas también los tocan los partidos no peronistas. Son problemas ineludibles, que todos los partidos deben abordar. En cambio, el antiimperialismo o la soberanía nacional, entre otros, son temas exclusivos de determinadas plataformas políticas; entre ellas, el peronismo. Conservarlos en la agenda durante ochenta años es crítico para el Estado y para la nación, porque no se trata de políticas menores, sino de temas estructurales, en los que son imprescindibles los acuerdos de Estado, las políticas de largo plazo. 

No hay tales acuerdos porque en la Argentina posperonista cada gobierno arrasa con lo que hizo el anterior. La negociación no es la regla sino la excepción. En demasiados terrenos se gobierna con la mitad del país en contra de la otra mitad, y las políticas de Estado caen en el mismo terreno remoto que la figura binitaria de Perón: el del mito.

*Profesor de Estudios Latinoamericanos, Universidad de Estocolmo.

 

Reflexión, estrategia y acción 

Cecilia Güemes*  

Que vivimos tiempos inciertos, turbulentos y difíciles de comprender es una idea que impera en el imaginario argentino desde casi siempre. No hay una grieta, sino varias, y con diferentes profundidades y vulnerabilidades que se acumulan, y desigualdades que se interseccionan. 

La respuesta política que se articula frente a ello a escala global es la de construir un nuevo contrato social que incluya dimensiones y actores que quedaron fuera de la versión original, como la relación con naturaleza y el protagonismo de las mujeres. 

El contrato social es una ficción destinada a explicar la configuración de los Estados (centralización del poder físico y fiscal) y el estatus de ciudadanía (carta de derechos y deberes cívicos) que hacen posible la convivencia social en tanto garantizan seguridad a los individuos. El drama en Argentina (y varios países de la región) no pasa solo por la primitiva exclusión de las mujeres y la poca sensibilidad con el medioambiente, sino por la incapacidad de conseguir cuanto menos la seguridad que es la base del pacto original. 

Para los argentinos, “el Estado es una inconcebible abstracción” y los derechos están solo en el papel. Causa y efecto de ello es la ineficacia de los gobiernos para: 1)  garantizar que la ley se cumpla y los comportamientos que defraudan la confianza se penalicen y, por tanto, que la acción de los actores sociales pueda predecirse, y 2) implementar una fiscalidad progresiva capaz de redistribuir la riqueza y poner en marcha políticas sociales que suavicen distancias sociales y permitan imaginar un “nosotros”, conduce a una desconfianza social permanente que lastra el desarrollo, la democracia y el bienestar de la ciudadanía.

En Argentina, según datos de Latinobarómetro, en 2007 un 37% manifestaba temor a ser víctima de un delito y un 30,7% pensaba que la distribución de la riqueza en el país era muy injusta. En 2020 los datos aumentaron al 45,4% y 43,3%, respectivamente. La conclusión: no se percibe que el contrato social funcione ni antes ni ahora, a los argentinos nos cuesta “ReConocerNos” y, por tanto, construir futuros colectivamente. 

¿Cómo escapar a este trágico destino? Para empezar, hay que evitar que la batalla cultural desplace e invisibilice a la social. Mientras las nuevas derechas centran todo su esfuerzo en denunciar la “ideología de género” y, a partir de ahí, enmarcan el debate público, los contendientes quedan atrapados respondiendo a esas narrativas y pierden de vista la importancia de construir propuestas y agendas con políticas claras que aspiren a gobernar un futuro igualitario en lo social y lo económico.

En este sentido, y en un país donde los feminismos se han convertido en “sujeto histórico”, esto es, protagonistas que desde un lugar alienado y subordinado tienen el potencial de transformar la historia, es importante prestar atención a cómo las fuerzas neoconservadoras se rearticulan y amenazan lo ganado. Los derechos no se conquistan hasta que se transforman en realidades capaces de eludir las impugnaciones sustanciales y empíricas que se les hacen. 

Las narrativas y la consagración normativa de principios son bienvenidas, pero hace falta también ofrecer propuestas programáticas que integren los desafíos no resueltos del viejo contrato social con las nuevas demandas. Es imprescindible además que estas demandas se traduzcan en políticas públicas capaces de procesar institucionalmente el conflicto social y equilibrar las relaciones de fuerza. Para alcanzar justicia, además del reconocimiento hace falta aspirar a la redistribución.

*Profesora Ciencias Políticas, UAM. Investigadora asociada Fundación Carolina (@CeciliaGuemes).

 

La democracia es como el salmón

Rubén Díez García*

El pasado 30 de mayo celebramos la Conferencia “Política y sociedad en el posperonismo”, en el marco de las actividades de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. La conferencia contó con la intervención de la profesora e investigadora Cecilia Güemes y de los profesores e investigadores Carlos F. De Angelis y Ariel Sribman, quienes, a partir de la presentación de sus investigaciones en curso sobre la realidad política y social argentina, nos acercaron a la situación y el devenir de los últimos acontecimientos acaecidos en el país. 

El profesor Carlos De Angelis desarrolló una interesante y sugestiva intervención sobre Transiciones posperonistas, que encontré muy provechosa para orientar a ese habitual público español ensimismado y despistado, entre el que me incluyo, acerca de la complejidad del devenir político y social de un país con una historia tan rica en matices y enigmática como la argentina. Me llevé un aprendizaje que otro argentino, Andrés Calamaro, ejemplifica en esta frase: “Quiero vivir dos veces para poder olvidarte. Quiero llevarte conmigo y no voy a ninguna parte”. ¿Hacia dónde mira la clase política y que valores guían su acción de gobierno? La situación de inestabilidad política, bloqueo institucional y polarización política y social que se vive en Argentina y en otras sociedades americanas y europeas, la española es otro grave ejemplo, da cuenta de los peligros que acechan a nuestras democracias, ayer y hoy: el populismo, los posicionamientos reaccionarios, la intolerancia, y la quiebra de las instituciones civiles y de la propia cultura cívica. 

La profesora Cecilia Güemes defendió con maestría unas ideas y un programa de acción de gran raigambre en Latinoamérica y España, pero que transita, con particularidades, numerosos países. Su reflexión, pensamiento estratégico y acción ejemplifica la fuerza arrolladora que ha caracterizado a movimientos y plataformas progresistas llamadas a impulsar los cambios y utopías que hoy ponen el acento en la incorporación de las mujeres y la cuestión medioambiental, a través de un “nuevo contrato social” centrado en la lucha contra la desigualdad. Arde la calle al sol de poniente y hay tribus ocultas cerca del río, entonaba Radio Futura en la movida madrileña de la década de los 80. La capacidad de estos actores para adaptar programa y estrategia al juego de las instituciones democráticas y la cultura política heredadas de la Ilustración es su mayor, y única baza, de lo contrario el riesgo de las lógicas de acción-reacción está servido. 

Por último, y antes de entrar en una agradable y enriquecedora conversación, mi colega, el profesor Ariel Sribman puso el acento en las pulsiones populistas que anidan en numerosos actores políticos, y en concreto, en el peronismo clásico, Perón, uno y bino, y sus transiciones: la fuerza del mito y de la demagogia, la encarnación del pueblo y de los desfavorecidos en el líder carismático, la internalización de lógicas estrictamente movimentistas por parte de los partidos políticos, o la cultura del enfrentamiento que impiden el desarrollo de políticas de consenso. Elementos que, de un modo u otro, encontramos en un amplio espectro político a lo largo de todo el globo, desde Latinoamérica a Europa, pasando por América del Norte y Asia. Tiempos oscuros para la democracia, pero ¿estuvo alguna vez el cielo despejado? Quizá, el cielo azul de Buenos Aires y Madrid. 

Bajo un cielo azul, el pasado 15 de mayo, festividad de San Isidro, Andrés Calamaro fue distinguido con la Medalla de la Ciudad de Madrid. Su alcalde, José Luis Martínez-Almeida, brindó estas palabras al agradecido músico argentino: “Se le apoda el Salmón, y al igual que este pez de agua dulce y salada, la de Calamaro es una carrera contracorriente, pero siempre marcada por una desbordante creatividad”. Hagamos de los retos que afrontan hoy nuestras democracias una oportunidad para construir puentes entre diferentes, entre personas libres e iguales. Hagámoslo a través del diálogo, la tolerancia, y la creatividad. La mesa y el dialogo que compartimos en el transcurso de la Conferencia fue un buen ejemplo práctico.

*Profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. @RubenDiezGarcia.