Hay que empezar por la lluvia. El volumen de la caída el 25 de junio del 2015 entorpeció el desplazamiento de electores en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) en el Conurbano. Casi cuatro millones de los de la Tercera Sección no fueron a votar por el virtual anegamiento de amplias zonas del Gran Buenos Aires.
Me tocó hacerlo en una escuela ubicada entre Burzaco y Rafael Calzada. Con los pozos negros desbordados, la masa líquida que cubría la calle de cordón a cordón era un mar de oleaje literalmente negro y nauseabundo.
El olor, pestilente, completó la sensación de hartazgo que percibí en quienes daban forma a la cola inclemente fuera del edificio.
Otra postal del desamparo que remitía simbólicamente a las inundaciones del 2013 en La Plata que costaron cientos de vidas y sellaron la suerte electoral del Frente para la Victoria en las legislativas de ese año. El inesperado viaje de Daniel Scioli a Italia en medio del proceso electoral sumó desconcierto.
La versión del encuentro fuera de agenda con el Papa se diluyó rápido en el agua. Primer indicio de la fatiga para dar excusas convincentes de su vocero y jefe del Gabinete, Alberto Pérez. Es que en treinta años de gestión, el peronismo se había encargado de agotar todas las reservas: Antonio Cafiero basó la campaña electoral de 1987 en terminar con las inundaciones con las que aconsejaba convivir el gobernador Alejandro Armendáriz.
Aníbal Fernández fue una válvula de escape al malestar condensado dentro del propio oficialismo: los intendentes eludieron compartir con él actos y fotos y la Iglesia no halló motivos para no militar en su contra. El contraste con María Eugenia Vidal era evidente. Su virtud residía en lo que se le criticaba. Su ajenidad con el establishment de la Provincia permitió establecer con nitidez la diferencia.
Compartí algunas de estas cavilaciones con un colega cuya desprejuicio ideológico y profesional es un desafío a quienes convienen todavía en llamarse progresistas. Si Carlos Pagni no creyese en la necesidad de contribuir a divulgar ideas desde una concepción federal y democrática, ninguna de ellas hubiese trascendido.
El 26 de junio asistí a Odisea argentina, que Pagni conduce por TN con Nicolás Dujovne, y de nuevo el 19 de octubre, cuando anticipé la victoria de Vidal, pero también la de Cambiemos en los municipios de Tres de Febrero, Lanús, Quilmes y San Vicente por la combinación de pésimas gestiones y mala oferta electoral. Eso, sin contar a Aníbal. El peor candidato a gobernador desde Herminio Iglesias. (http://tn.com.ar/programas/odisea-argentina/odisea-argentina-decision-2015-en-la-recta-final-bloque-2-19102015_629923).
Al aire, y como a Sergio Berensztein, Pagni me preguntó si aceptaba ir el lunes posterior a la primera vuelta para analizar el resultado de las elecciones. Fuera de cámara, prometió dotarme de galera, frac, moño y bastón y hacerme dar una vuelta olímpica en el estudio si el vaticinio se hacía realidad. Era la atmósfera política del momento.
Es incómodo, y hasta improcedente, aludir a supuestos méritos. Prefiero hablar de tópicos como observador inspirados en Rodolfo Walsh. Uno, permanecer entre la gente para no ser vanguardia enceguecida, como recomendó a los montoneros. La otra, seguir fiel al compromiso de dar testimonio en tiempos difíciles, como recordó a los militares en su carta abierta a la Junta del 24 de marzo de 1976.
Hubo, sin embargo, un hecho que me persuadió del triunfo de Vidal casi un mes antes. Declaró que más que prometer cosas iba a intentar que el Gobierno funcione como tal. Es el conflicto principal que administra desde hace diez meses, en tensión con los poderes ocultos que rechazan el orden legal del sistema democrático. Lo que explica las amenazas en su contra. Y lo que invita, de modo paradójico, a mantener abierta la esperanza.
*Periodista y politólogo.