ELOBSERVADOR
cuando todo pase

Por un diálogo fecundo con la naturaleza y entre nosotros

Lugares comunes sobre lo cierto y lo falso, el rol del consumo y nuestra manera de vincularnos con los demás trastabillan en un contexto con más dudas que certezas.

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Contrastes. La pandemia cerró algunos puntos de movilización social atractivos, expresados, por ejemplo, por el movimiento feminista. | juan ferrari / juan obregon

Un virus. Un pequeño trozo de ARN parasita nuestras células como única posibilidad de reproducirse y, usando los recursos de quien lo hospeda, ataca y destruye nuestro sostén biológico (cuerpo). Termina con la vida de miles. Estructura vulnerable y destructiva al mismo tiempo. Cualquier semejanza con la relación hombre-naturaleza no es mera coincidencia.

De pronto, nuestro sistema, toda nuestra construcción cultural, social y productiva, que con tanto entusiasmo, esfuerzo y orgullo hemos construido durante milenios es puesta en jaque. Narcisismo dañado. A manera de sistema inmunológico, se activa el amor propio y conductas restitutivas que disimulan y minimizan los quiebres o síntomas de la estructura cultural y social. Y con ello, como trataré de mostrar, un obstáculo involuntario a  la recreación genuina de nuestra cultura.

¿Qué hacer? Afortunadamente, nuestro desarrollo del conocimiento, fundamentalmente como saber científico, nos permite entender y comunicar con objetividad, rigurosidad y racionalidad acerca del fenómeno. Podemos hacer predicciones. Y darnos respuestas, sobre todo en salud, bastante eficaces.  

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Pareciera haber quedado atrás la construcción de argumentos metafísicos o supersticiones al servicio de sostener creencias acerca de dioses o divinidades suprahumanas.

Sin embargo, ante este jaque, en nuestro sistema cultural actual -al que planteo como una cadena de prejuiciosas construcciones legales explícitas o no, sociales y económicas que nos reúne, nos organiza y nos estabiliza- se formulan nuevos argumentos restitutivos (hipótesis ad hoc) que inmunizan el sistema contra cualquier tipo de interpelación. Y permiten que sea restituido en caso de ser necesario (¿será cierto que ya nada será lo mismo, como circula en algunos pensamientos optimistas?).

En otras palabras, construimos -y nos sostenemos en- un sistema de creencias que no admite la interpelación, ni la refutación, como forma de diálogo enriquecedor con la realidad, como sí lo hace el conocimiento científico.

Algunas de estas construcciones restitutivas recientes son:

La solidaridad vacía, sin contenido, como mera declamación, como mero dispositivo voluntarista o moral. Una solidaridad para la supervivencia es una solidaridad desesperada. No es una solidaridad sostenida por una inteligencia, no es una solidaridad apasionada. Solidaridad impostada que aun porta esa agresividad que se pretende superar. Solidaridad declamada por comunicadores que diez días atrás lucraban con volubles argumentos para sostener enfrentamientos y hoy nos proclaman volubles argumentos para ser solidarios entre nosotros. Una unión porque sí, sin identidad. Una solidaridad que nos amontona, aunque estemos aislados.

Históricamente, las construcciones prejuiciosas siempre echan mano a una especie de moral muy emparentada con la hipocresía.

La igualdad en nuestra vulnerabilidad como intento de limitar el individualismo y el enfrentamiento.

Argumento que, por un lado, sostiene la falacia (¿o engaño?) de que las diferencias imaginarias cotidianas, motores neuróticos de nuestra habitualidad, nos constituyen en personas diferentes. Cuando en realidad nos hacen escandalosamente iguales. Destructivamente iguales. Iguales en sostener el propio prejuicio y el amor propio de nuestro sistema de creencias.

Y, por otro lado, el desconocimiento de la diferencia como fecundo motor en la construcción de un sistema social superior. Los movimientos de género, como irrupción (ver más adelante), son un ejemplo y una esperanza en esa línea.

La construcción de nuevos enemigos, peligrosísimos, con los cuales tendremos que desarrollar épicas batallas. Un surfista rebelde, una mujer que sale a correr por la playa, millares de personas que no soportan sus propio vacío y salen desesperadamente a las rutas en búsqueda frenética e ineficaz por llenarlo. Claro que, hay que decirlo, son los mismos buenos clientes del consumo que le dan vida al sistema durante las épocas no pandémicas.

Situaciones dilemáticas. ¿Dónde hacemos el sacrificio contemporáneo? ¿En la piedra sacrificial del coronavirus o en la piedra sacrificial de la crisis económica? La superación que implique no sacrificar a nadie no está en consideración. Clara expresión de estar utilizando un “programa” vetusto y deteriorado (que no brinda soluciones)

La negación de nuestras complicidades. En este caso el hacinamiento humano es sin duda cómplice innegable de este acontecimiento. Hacinamiento universal, el hombre ocupando y apropiándose de todos los espacios (llenándolos). Hacinamiento confundiéndolo con socialización. Hacinamiento como producto necesario de industrias que rinden económicamente, como la del turismo o la inmobiliaria, entre otras. Hacinamiento para el consumo.

Los diagnósticos sociales y económicos, como intento abusivo de que la realidad encaje en tales teorías o doctrinas. Aparente compromiso con lo social. El verdadero compromiso social debe ser el de generar un marco de diálogo fecundo de las teorías con la realidad y sus emergentes, donde las teorías sean herramientas de exploración en la realidad y no un formato de saber que subordinan forzadamente a la realidad natural y social y la adiestran (¿colonialismo del conocimiento?).

Parece lejana, aún, la posibilidad de construir una cultura como un conjunto de herramientas, que en un camino evolutivo (recreativo) nos lleve a un destino de seres más dignos, inteligentes y éticos entre nosotros y con la naturaleza.

La pandemia como una irrupción. Planteo las irrupciones como acontecimientos que interpelan el sistema. Ponen en jaque su sostén narcisista, su carácter prejuicioso. Potencialmente, pueden ser llave hacia un cambio evolutivo (recreativo) del sistema, motorizado por el deseo (concepto a desarrollar en otra ocasión). Las irrupciones portan un efecto esperanzador: nos hacen tomar contacto con que aún hay por desarrollar inéditas formas de relaciones, de trabajo, de sexualidad, de afectos, de creación.

La irrupción no es una evidencia de lo oculto, sino la manifestación de lo misterioso o estructuralmente desconocido de la realidad. Pero la irrupción no tiene entidad por sí misma sin un “programa” que la reconozca (simultaneidad, reciprocidad entre ambos). ””Programa” que se instala en nosotros como identidad, en tanto prójimos (pensado como condición ética del ser humano). Fenómeno muy vinculado al amor (concepto de los más vapuleados y desvirtuados de su genuino significado) y donde nuestra existencia cobra sentido en un fecundo y genuino juego de reconocimientos. Fuente genuina de felicidad.

De lo contrario, el acontecimiento tendrá un mero carácter disruptivo y, así, tramitado con “programas” ya usados (prejuicios), veremos en él un desorden que lograremos volver a ordenar (restitución).

La idea es que usemos nuestros viejos “programas” sacándoles la mayor eficiencia posible. Pero, a partir de reconocer la irrupción, articularlos con inéditas actualizaciones. Evitando que los prejuicios del amor propio nos lleven a obstaculizar nuevas versiones de la realidad.

A manera de cuento o fábula. El virus, a modo de espejo, hoy nos muestra lo frágiles y destructivos que somos.

Sostenidos por un sistema que desarrolla creencias (conocimiento anclado al narcisismo), vamos construyendo una especie fascinada consigo misma, como Narciso con su imagen en el lago, eludiendo cualquier diálogo con la naturaleza. Nos plantamos con soberbia ante ella y nos apropiamos, usando lo que creemos nos pertenece, desde nuestro desquiciado sentido común.

Subestimamos a una naturaleza que nos desafía con el límite o la extinción, tal vez como un intento de generar ese diálogo. Si nuestra respuesta a ese desafío es desde esa condición vulnerable y destructiva, el límite, tarde o temprano, devendrá en un límite darwiniano.

Hacer frente dignamente al desafío será poder -desde esa instancia ética que podríamos llamar prójimo- establecer un diálogo fecundo, de mutuo enriquecimiento, con la naturaleza y entre nosotros. Diálogo como una auténtica práctica del amor y fuente de felicidad. Curiosamente, lo que todos decimos que buscamos en nuestras vidas. Sin embargo, lo más probable es que, dentro de unos meses, nos encontremos sumergidos en y comprometidos con un sistema que nos pedirá sacrificios e infelicidades para restaurar sus creencias.

Entender que nuestro aporte al planeta es el producto de una inteligencia ética y no el de una inteligencia soberbia, destructiva y apropiadora es algo que, supongo, vamos a ir aprendiendo en futuras danzas con ARNs, con otros especímenes biológicos o con crisis ambientales.

Hoy por hoy, solo nos queda sentirnos importantes haciendo cuarentena en casa. Y a algunos, tener la conciencia de que aún no hemos superado genuinamente un pequeño trozo de ARN.

*Psiquiatra.