Apenas conocidas las declaraciones de Cacho Castaña sobre la violación (por pudor no las reproduciremos), un canal de televisión bromeó o algo así con una placa con letras catástrofe: “Macho Castaña”. Lo primero que pensó el autor de esta nota que, de ahora en más, asumirá, con la indulgencia de los lectores, la primera persona, fue otra cosa: “Facho Castaña”.
Obviamente, en lo dicho y en lo no dicho se expresa claramente una idea de la masculinidad que nos suena como indiscutiblemente arcaica y absolutamente ajena.
Hay muchos hombres que no somos así: acepte el lector otra indulgencia: asumamos que somos de izquierda, psicoanalizados, feministas, que no nos gustan los fachos, ni los Castañas, ni los Harvey Weisteins.
Sin embargo, nos educamos en una sociedad casi basada en la asimetría. Como bien se afirma una antropóloga: “No es una cuestión de sexo, sino de poder”. Hay machismo incosciente, micromachismos, que también tienen efectos. Y esos efectos sutiles provocan daños no tan sutiles en las relaciones entre personas, y en la sociedad.
Micromachismos. Por sugerencia de Diana Maffía, llegamos a algunos escritos de Luis Bonino, quien habla, siguiendo a Michel Foucault, precisamente de micromachismos. En un trabajo publicado en una revista feminista, Pikara, y que reproducimos con su autorización, los describe como “esas actitudes cotidianas que, por estar tan naturalizadas, toleradas socialmente o legitimadas, se tornan invisibles o casi imperceptibles, fundamentalmente a los ojos de las mujeres. Esas manipulaciones sutiles, maniobras, trucos, tretas, que se generan y sostienen en el uso de los privilegios de los que disfrutamos y que se ejercen con total impunidad, generando confusión y poca capacidad de respuesta. Conscientes o por hábito, las fui entendiendo como mecanismos de imposición por acción u omisión, de las propias ‘razones y haceres masculinos’ en lo cotidiano; formas y modos larvados y negados de abuso de poder genérico”.
Códigos que aparecen en la sociedad imperceptiblemente: momentos en que los hombres nos sentimos culturalmente habilitados para demostrar algún poder sobre las mujeres para relacionarnos. Incluso, como forma de seducción.
Pilotos y azafatas. Beatriz Janín es psicoanalista. Señala la construcción cultural que de niños se nos impone: “En principio –señala– venimos de una historia que llega desde muy antiguo en esto de la superioridad del hombre sobre la mujer. Hace muy pocos años que algo de esto se empezó a modificar. No hace mucho que las mujeres no podíamos votar. Si se observa el video de la discusión parlamentaria previa al voto femenino, es curioso ver que hay legisladores que dicen que las mujeres no pueden votar porque tienen un cerebro más chico que el masculino. Algunos llegaron a decir: “¿Se imaginan si alguna llega a ser presidenta?”. Para ella, “es cierto que hombres y mujeres somos diferentes en muchos aspectos. El tema es que la diferencia se ve como superioridad”.
Janín señala que esto se percibe en la cotidianidad: “No hace mucho, en una reunión, en la que había dos chiquitos de cinco años, una nena y un nene, jugando con un avión, vi cómo una persona grande les decía: ‘Vos podés ser el piloto y vos podés ser la azafata’. Sabemos que no es así en la realidad”.
Activos y pasivas. Para la psicoanalista, hay culturalmente una relación distinta con la violencia. “Para aprender, por ejemplo, hay que poner en juego algo del orden de la violencia. Muchas veces, se coarta la agresión en las nenas de tal manera, ubicándolas como si ellas tuvieran que ser el adorno de las casas, mientras que en los varones esto está posibilitado, se le acepta cierto vínculo con la agresión. Y esto trae otro tipo de dificultades, incluso a la hora de aprender. Por un lado, en los vínculos posteriores, en los que está aceptado que el hombre sea más agresivo. Pero también trae dificultades en el tema del aprendizaje. Hay nenas que, por tener coartada la agresión, después tienen dificultades a la hora de aprender. Porque para aprender es preciso romper cosas, estructuras”.
Poseer. Janín señala que es común escuchar a adolescentes que en la pubertad reciben agresiones en la calle a las que no saben cómo responder. Una situación traumática que se repite.
Volvamos a la primera persona del singular: ¿está mal mirar a una mujer por la calle? Seguramente, peor de lo que pensaba. Juan Carlos Volnovich, también psicoanalista, también feminista, “intelectual de izquierda”, habla de un formas light. Hay que “ver una imagen más abarcativa. Vivimos en una sociedad patriarcal. Supone que no hay diferencias entre hombres y mujeres, sino desigualdades. Ventajas a la hora de acceder a puestos de poder, por ejemplo. Es cierto que hay hombres subordinados, también, esclavos. Pero incluso esa esclavitud es diferente a la de las mujeres. La condición de patriarcado está presente en todas las relaciones. Incluso de manera naturalizada. Pensamos que son así las cosas”.
Para Volnovich, lo que acaba de pasar, las últimas denuncias, corresponde a un “momento de visualización. Los feminicidios, por ejemplo. Uno se da cuenta de que no son homicidios, que están relacionados con crímenes realizados con mujeres. Especialmente con mujeres. Y uno percibe que, estadísticamente, los crímenes de mujeres contra hombres no son simétricos. Desde el femicidio abierto, que todo el mundo puede repudiar, hasta situaciones mínimas, hay un amplísimo espectro. Algo que se ve en los detalles mínimos, que son espontáneos y sinceros, que parecen invisibles”.
Pregunto y le pregunto a Volnovich: pero ¿siempre es así?, ¿todo acto casual como por ejemplo mirar a una chica por la calle representa un acto machista?, ¿dejar pasar a una chica en el colectivo es un acto machista?: “Se expresa –contesta– desde el inicio de la vida, con los niños y las niñas con la mirada. En los ojos y en la mirada está puesta ya la relación de poder. Hay un sujeto, el que mira, y de objeto, el que es el mirado. Si vos ves a una chica por la calle, y la mirás, ya establecés una relación de poder: una cosificación de la mujer, como objeto de la mirada. La mujer, puede reaccionar de dos maneras. O mira para otro lado o devuelve la mirada. La reacción social es extraña en este sentido. De un hombre, se asume que ‘está conmigo’, pero una mujer que establece esa complicidad muchas veces es vista como una prostituta”.
¿Un nuevo puritanismo? Catherine Deneuve y cien intelectuales francesas interpelaron a las estrellas de Hollywood que se vistieron de negro. Aquí se abre otro punto de discusión. Algo que por razones de espacio establecemos como una pregunta final: aun conviniendo que es precisa una nueva política, ¿se necesita también cambiar la moral? ¿No se corre el riesgo de crear una nueva corrección política en la sociedad? ¿El hecho de cambiar el final de Carmen en una puesta italiana es el camino de transformación?
“Las relaciones cambiaron a lo largo de la historia”
La escritora Marina Mariasch plantea, desde el feminismo, la necesidad de un nuevo paradigma en las relaciones: “Hay que ser valiente para admitir que, incluso quienes nos consideramos feministas, no estamos exentos del machismo estructural, que justamente tiene esta característica que impregna a toda la sociedad. Eso se refleja mucho en una parte de la carta que escribieron Deneuve y las francesas, cuando se refieren a que no es lo mismo tocar sin darse cuenta o mandar un mensaje sexual sin que haya interés del otro lado. Ese no darse cuenta es precisamente el problema”. Pero ¿por qué no nos damos cuenta de que está ahí?
“Porque vivimos en una sociedad patriarcal –contesta Mariasch– en la que el machismo está naturalizado. Que alguien pueda tocar a esa mujer como si ese cuerpo le parteneciera es parte de la estructura”.
“Estamos –afirma– en un cambio en el paradigma de las relaciones, lo que se puede decir y hacer y lo que no. En el campo de la sexualidad, en la antigua Roma se hacían cosas que hoy no están habilitadas en Occidente, como orgías con niños. Es algo que ha cambiado y hoy no se admite. Ahora también cambian los códigos.