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A 50 años del secuestro

El secuestro de Aramburu: entre el mito de origen montonero y la historia

El asesinato del ex dictador puede verse como uno de los hechos policiales más rutilantes de nuestra historia o como un hito del proceso de radicalización política de los '60 y '70.

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El comunicado de Montoneros anunciando la "ejecución" del ex presidente de facto. | Cedoc

Con todos los ingredientes de un policial escrito por Raymond Chandler, el secuestro y asesinato del ex dictador de la autodenominada Revolución Libertadora (1955-1958) Pedro Eugenio Aramburu, entre el 29 de mayo y el 1° de junio de 1970, por parte de Montoneros quedó en la memoria como uno de los sucesos políticos más destacados del siglo XX argentino. Desde el preciso momento de su ocurrencia, el hecho se constituyó, tomando prestada la caracterización que el sociólogo Carlos Altamirano hizo sobre el Cordobazo, como acontecimiento y como mito. Como acontecimiento, porque por su propio peso marcó un antes y un después en la historia para los propios actores. Como mito, porque operó como un símbolo que condensó en sí mismo el devenir de los años posteriores.

Las recuperaciones míticas del origen montonero descansan en la elegía de su acontecimiento fundador, sus circunstancias y sus actores. De este modo, contribuyen a pensar los comienzos de la organización desde la idea de la excepción. Pero el bautismo público de Montoneros también puede entenderse como parte de un proceso que, con sus manifestaciones locales, no fue meramente argentino ni solamente peronista. Involucró dinámicas de alcance global y regional y, por supuesto, sus consabidas apropiaciones en el marco nacional. De acuerdo a cómo se lo observe, y con qué objeto, el secuestro y asesinato de Aramburu puede ser, al mismo tiempo, uno de los hechos policiales más rutilantes de nuestra historia o un hito entre otros del proceso de radicalización política de las décadas de 1960 y 1970.

Para entender el fenómeno armado en la Argentina en general, y el surgimiento de Montoneros en particular, es necesario considerar la intersección densa entre procesos políticos, culturales, sociales e ideológicos internacionales, regionales y nacionales. En primer lugar, su origen no puede separarse del crecimiento de los proyectos revolucionarios en el Tercer Mundo y muy especialmente del horizonte abierto por la Revolución Cubana en 1959, ni tampoco de la influencia del maoísmo y de las guerras de Argelia (1954-1962) y de Vietnam (1955-1975). Esas luchas tercermundistas y anticoloniales a su vez fueron parte del contexto de la Guerra Fría; por eso, el surgimiento de estas organizaciones armadas, Montoneros incluida, fue visto por algunos actores de la época como parte del avance del comunismo y el marxismo en la Argentina.

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En el país, el entendimiento y la recepción del asesinato de Aramburu respondieron a la habilidad montonera de reactualizar el conflicto al interior del peronismo en circunstancias en las que Perón se encontraba en el exilio forzoso. Pero su realización también debe pensarse en el marco de la consolidación de una “nueva izquierda” que abarcó la politización, la movilización social, la revuelta cultural y la radicalización de grupos de diversas tradiciones (izquierda tradicional, peronismo, nacionalismo, catolicismo y vanguardias culturales).

El inicio de la década de 1970 supuso la aparición pública y la consolidación de otras organizaciones guerrilleras además de Montoneros, dentro y fuera del peronismo. Un mes y medio después de la muerte de Aramburu, por ejemplo, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) de Mario Santucho fundó el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que debería conducir la proyectada revolución. Dos años antes, en 1968, las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) habían intentado establecer un foco guerrillero en Tucumán, sin éxito, y en 1969, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) habían atentado contra la cadena de supermercados Minimax, como protesta ante la visita de su dueño, Nelson Rockefeller, a Buenos Aires.

En el contexto de las movilizaciones populares, de las que el Cordobazo fue la principal expresión, la idea de enfrentar la violencia de los regímenes militares con la violencia revolucionaria ganó una creciente legitimidad. Los militantes que tomaron las armas para capturar el recuerdo y la potencia del Cordobazo lo hicieron guiados por una certeza que habían extraído de aquellos sucesos: la derrota de la revuelta cordobesa había obedecido a la ausencia de una dirección revolucionaria capaz de dirigir el descontento social. Su reivindicación de la violencia se inscribía en ese proyecto político. Vale recordar que el asesinato de Aramburu fue el detonante de la caída de Juan Carlos Onganía. Un mes después de su muerte, Ricardo Levingston lo reemplazó en la presidencia de una dictadura que ya todos veían en retirada.  

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La resonancia que hasta el presente mantiene el secuestro de Aramburu responde no solamente a la acción en sí −es decir, al hecho policial, sus intrigas, persecuciones y resoluciones− sino fundamentalmente al contexto histórico en el que se produjo. Un grupo de jóvenes que apenas sobrepasaban los 20 años de edad se presentaron en la casa de un ex presidente de facto, responsable de los fusilamientos de José León Suárez de 1956 y del robo del cadáver de Eva Perón, lo secuestraron y lo trasladaron a una quinta familiar en la localidad de Timote, en la provincia de Buenos Aires, para hacerle un “juicio revolucionario” en nombre del “pueblo argentino”. Aunque parezca una novela de Chandler, fue un hecho que se explica como resultado de procesos históricos.


(*) El autor es Doctor en Historia (IDAES/UNSAM-CONICET) y docente de la UNSAM. Autor de la tesis doctoral "La Contraofensiva de Montoneros. Entre el exilio y la militancia revolucionaria (1976-1980)". Twitter: @horadado