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fusilado en 1931

Severino Di Giovanni: el anarquista que despertó la admiración de Juan Perón

Obrero y poeta, su biografía es la de un anarquista en una Buenos Aires en la que las ideas revolucionarias se mezclaban con el nacimiento del movimiento sindical. Roberto Arlt fue el cronista de su trágica muerte.

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Anarquistas. Severino Di Giovanni formó parte de varias protestas por la ejecución de Nicolás Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Seis años después corrió la misma suerte. | cedoc

El 1º de febrero de 1931 por la mañana era ejecutado en Buenos Aires Severino Di Giovanni. Fue un hecho de trascendencia nacional e internacional. Periodista, obrero y poeta italiano emigrado a la Argentina, había llegado a ser la más conocida de las figuras anarquistas de su tiempo por su campaña en apoyo de Sacco y Vanzetti, los dos también trabajadores e inmigrantes italianos que fueron juzgados, sentenciados y ejecutados en Massachusetts, Estados Unidos, el 23 de agosto de 1927.

En Estados Unidos, como en la Argentina, había una lucha común contra el fascismo que gobernaba en Italia y avanzaba en Europa. Las democracias flaqueaban, las fuerzas conservadoras y los partidos liberales quedaban presos del miedo al comunismo y cautivos del militarismo autoritario. Una historia de ideales libertarios, luchas sociales y violencia política que encuentra, a comienzos de los años 30, un punto de inflexión.

La captura de Di Giovanni se había producido dos días antes de su trágico final, al salir de la imprenta donde trabajaba como tipógrafo. Intentó escapar y lo persiguieron por calles y techos de la ciudad. La policía disparó numerosas veces. Dicen que él habría hecho cinco disparos, y en el tiroteo cayó muerta una niña y hubo heridos. Severino fue atrapado en un garaje y tenía una leve herida en el pecho.

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He visto morir. Cuando tenía que cumplirse la sentencia, una multitud se congregó en las cercanías de la Penitenciaría nacional. Los detenidos denunciaron que habían sido torturados salvajemente. Veinticuatro horas después, Paulino Scarfó, su compañero de lucha y amigo más cercano, corrió la misma suerte. Al morir, ambos reivindicaron su credo libertario: gritaron “Viva la anarquía” frente al pelotón de fusilamiento.

Roberto Arlt le dedica una crónica memorable en el diario El Mundo bajo el título “He visto morir”, publicada luego en sus Aguafuertes porteñas (1933): “Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan. Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir. Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la oscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial: ‘..de acuerdo a las disposiciones… por violación del bando… ley número…’ El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas (…) Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso (…)

—Pelotón, firme. Apunten.

La voz del reo estalla metálica, vibrante:

—¡Viva la anarquía!

—¡Fuego!”

Antifascista. El protagonista de esta historia tenía 29 años en el momento de su muerte. Había nacido un 17 de marzo de 1901 en Abruzos, Italia, y tenía cuatro hijos, fruto de su unión con Teresa Masciulli. Tras la llegada de Mussolini al poder, escapó con su mujer a Buenos Aires, donde encontró trabajo como tipógrafo. En sus momentos libres, se reunía en la semiclandestinidad con grupos revolucionarios que alternaban la lectura de autores como Bakunin, Malatesta, Proudhon y Kropotkin con la planificación de hechos violentos y atentados. Había conocido a Paulino Scarfó, nacido en Argentina, también de sangre italiana, y a su hija, América Scarfó, de 14 años, que ya era anarquista y feminista y con quien tendría una relación sentimental en el último tramo de su corta pero intensa y agitada vida.

Severino contaba con simpatías en la FORA (Federación Obrera Regional Argentina) del V Congreso. Esta corriente gremial representaba la línea más radicalizada del anarquismo, a la que se oponía el sector de la FORA del 9º Congreso, que se inclinaba por una fuerte acción reivindicativa pero contraria al ejercicio de la violencia terrorista como herramienta de lucha. Cuando llegó a Buenos Aires, Severino comenzó a editar una revista en italiano denominada Culmine, donde pregonaba todo tipo de accionar en favor de los desposeídos. La publicación denunciaba también con dureza la represión y las torturas de la dictadura de Uriburu, que había derrocado a Hipólito Yrigoyen en septiembre de 1930. Años antes, protestas gremiales y huelgas animadas por el anarquismo desencadenaron feroces represiones en las llamadas Semana Trágica (1919) y Patagonia Trágica (1921).

Las metodologías del anarquismo violento, al margen de las protestas sindicales, tenían diferentes expresiones y podían producir víctimas, heridos y muertos. Un hecho de los tantos que protagonizó Di Giovanni y tuvo amplia difusión en los diarios de la época ocurre el 6 de junio de 1925 en el Teatro Colón, cuando el presidente Marcelo T. de Alvear le hizo una fiesta al embajador de Italia. Se cumplía un cuarto de siglo de la asunción del rey Victor Manuel III. Según consigna Osvaldo Bayer, Di Giovanni arrojó desde el “paraíso” (lugar ubicado en el sector más alto del teatro) volantes contra la dictadura italiana que tenía como cabeza al creador del fascismo, Benito Mussolini, y al monarca italiano Vittorio Emanuele, gritando vivas al anarquismo. Precisamente, es por ese acto de protesta que fue detenido Di Giovanni.

Sacco y Vanzetti. Varios atentados previos se le adjudican o quedaron asociados a su figura; entre ellos, un artefacto explosivo en la casa central del City Bank en el centro porteño, el 24 de diciembre de 1927 a las 11.53, con dos víctimas fatales y decenas de heridos; poco antes, otro ataque similar contra la sede del Banco de Boston, el 4 de diciembre de 1927, con daños materiales; un ataque contra la embajada de los EE.UU., como reacción a la ejecución de Sacco y Vanzetti; otro contra el consulado italiano en Buenos Aires, donde se hallaban reunidos dirigentes afines al fascismo, el 23 de mayo de 1928 a las 11.42, donde hubo nueve muertos y 34 heridos. Estos actos de violencia generaron un efecto contrario en la sociedad, reacciones adversas incluso dentro de las organizaciones y grupos de izquierda, además de la condena en los medios periodísticos, grandes y pequeños.

Cuando en Estados Unidos, en agosto de 1927, fueron ejecutados los anarquistas inmigrantes italianos Nicolás Sacco y Bartolomeo Vanzetti por “presunto robo a mano armada” y asesinato de dos personas, Severino Di Giovanni se puso al frente de la agitación en Argentina, ayudado por su camarada Paulino Scarfó, junto a su hermano Alejandro. En el ínterin Severino se enamoró de la joven Josefina América Scarfó, la hermana de ellos.

El 31 de enero del 31 Di Giovanni fue apresado y se le hizo juicio militar sumario. Fue condenado a la pena de muerte y al día siguiente corrió la misma suerte su amigo Paulino. El teniente primero Juan Carlos Franco,

“defensor de oficio”, expone con vehemencia su alegato a favor de Di Giovanni y es sancionado por el Ejército, dado de baja y obligado a exiliarse en Paraguay. Entre los ecos de estas muertes, se recuerda el poema de la escritora italiana Virgilia D’Andrea, que escribió: “De rosas, la sangre ese bello cuerpo cubre /mientras en los ojos ha naufragado el cielo/ dulcemente canta y el alma se disuelve en tenue velo”.

Se evitan otros fusilamientos. Otros anarquistas habían sido condenados a muerte bajo la dictadura de Uriburu. En 1931 los anarquistas Pascual Vuotto, Reclus de Diago y Santiago Mainini, de la ciudad de Bragado, fueron torturados y condenados a prisión por un crimen que no habían cometido; el caso fue conocido como “los presos de Bragado”. Se inició una intensa campaña por esclarecer el hecho y en solidaridad con los detenidos. Finalmente serían liberados el 8 de julio de 1942 por conmutación de la pena. También fue el caso de los choferes Florindo Galloso, Santos Ares y José Montero, condenados por un consejo de guerra a la pena capital en 1931 a raíz del incendio de un automóvil. En este caso, la ejecución no se cumplió por gestiones de la Confederación General del Trabajo (CGT), constituida meses antes por la unión de varios sectores gremiales, entre los que no estaban los anarquistas.

*Periodistas e historiadores. Autores de La lucha continúa. 200 años de historia sindical en la Argentina (Ediciones B/Vergara, 2012).

 

El General, Bayer y el ‘rebelde esperanzado’

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Muchas versiones hay sobre el interés del general Juan Domingo Perón en la historia de Severino Di Giovanni. Una de ellas es la que rescata Germán Ferrari en su libro sobre Osvaldo Bayer El rebelde esperanzado. Perón se mostró interesado por la obra de Bayer y la comprensión de las acciones de Severino. Al menos, eso decía la esquela, escrita de puño y letra, que Bayer recibió en Clarín, donde trabajaba como editor de Cultura, de manos de un piloto de Aerolíneas Argentinas que sirvió de correo.

“Siempre he pensado que, así como no nace el hombre que escape a su destino, no debiera nacer quien no tenga una causa por la cual luchar, justificando así su paso por la vida: Di Giovanni fue un idealista, equivocado o no, y es respetable para los que luchamos por una causa, que tampoco podemos saber si es la verdad”. La tarjeta estaba fechada en Madrid, el 15 de marzo de 1971. Allí en ese libro se devela la incógnita de cómo llegó la biografía de Di Giovanni escrita por Bayer a manos de Perón: fue el cantante de tangos Carlos Acuña quien se la entregó, con la siguiente dedicatoria del autor: “A Juan Perón, la vida de este anarquista que luchó por la libertad”.