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economía y sociedad

Sin acuerdos en el país de Alberdi y Perón

El cruce entre esas dos figuras de nuestra política es el de los derechos económicos con los derechos sociales, que es la rutina en las democracias desarrolladas, como en la alemana.

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Alberdi y Perón. | cedoc

Hace dos décadas vivía en un edificio en el que el diálogo era tan tóxico que uno trajo a quien llamó “un psicólogo social”. Esa reunión, creo, fue la más breve, volaron insultos y alguna silla.

El problema era una deuda gigante legada por el anterior administrador. Como siempre, nadie quiere integrar la comisión y, cuando llegan los problemas, se denuncia y maltrata a los que aceptaron participar.

La consecuencia era que, sin acuerdo, no se podía arreglar el ascensor. Lo mismo pasa en América Latina. Nuestras peleas de consorcio atascan el ascensor social. 

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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En esta región hay un país entero que duerme con dolor de panza: cincuenta millones de personas con hambre, gritó encubierto en su lenguaje burocrático el último informe social de la Cepal. 

Liberales y peronistas. Como urge arreglar nuestro consorcio, es necesario explorar nuevos enfoques en nuestro razonamiento público y, de casualidad, encontré en Florencio Varela una esquina que puede ser nuestro norte simbólico. Allí se cruzan las calles Juan Domingo Perón y Juan Bautista Alberdi. Esas figuras, quizás las más importantes de ambos siglos sin contar a los líderes de la independencia, no son solo un cruce político sino también social. Y, cuando se vota, ese cruce es una clase de sociología, y eso hace que sea incluso también un choque de colores de piel, como veremos. 

Pero quizás es posible lograr que el cruce entre las visiones del país no sea un choque sino un encuentro superador. Las elecciones próximas nos lo demuestran: los dos candidatos principales de la oposición son de origen peronista, y dos relevantes del oficialismo son de origen liberal. El 11 de marzo de 1973 Horacio Rodríguez Larreta padre recorría eufórico la Ciudad de Buenos Aires a los bocinazos y con el torso desnudo festejando el triunfo de la fórmula Cámpora-Solano Lima; y su hijo arrancó en el espacio peronista. Por su parte, Patricia Bullrich fue una destacada líder de la Juventud Peronista. Ninguno de los dos necesita una clase de peronismo. Y Sergio Massa y Daniel Scioli fueron jóvenes liberales, por lo que dominan a la perfección ese hemisferio donde se lo venera a Alberdi. 

Pero no sirve ese encuentro si no es para transformar. Muchos políticos son firmes con los rivales pero no con sus causas. Confrontar no es transformar, puede ser útil a veces, pero no es lo mismo. Los políticos bloquean su rol de cambio social cuando son rayos para acusar, pero tortugas en las reformas. En el fondo, tienen discurso y, tal vez, rencores personales, pero no ideas. Y, con esa actitud, “no hay futuro, solo tiempo para perder”, como canta La Mosca. 

El deber del hombre de Estado es efectuar por medios pacíficos y constitucionales todo lo que haría una revolución por medios violentos”, decía el político inglés Benjamin Disraelí, citado por Enrique Aguilar, exquisito estudioso del pensamiento político clásico. Es cercano a lo que el líder comunista italiano Antonio Gramsci llamaba con despecho la revolución sin revolución, o revolución pasiva.   

En realidad, la democracia debe funcionar así: con cambio social. Y, en su día a día, el periodismo profesional es uno de los motores de ese reformismo, dándoles voz a todos los sectores sociales. Pero ese motor puede funcionar mal. 

Para ajustarlo, hay que entender que no existe un equipo de la luz integrado por los periodistas y otro oscuro integrado por los políticos. Eso no es cierto, ni democrático. 

Por eso, el periodismo no puede ser defendido en bloque ya que la historia está llena de líderes mediáticos ventajeros, al estilo del Ciudadano Kane, de Orson Welles.  

Además, la complejidad del periodismo choca con la complejidad de la política, y eso puede perjudicar los acuerdos. La política, en su fase de persuasión masiva, necesita simplificar; y, luego, en su fase de concreción, necesita matizar y encontrar diagonales donde ni las ve Lionel Messi. El problema de la política es que esas dos fases son simultáneas por lo que tienden a bloquearse los acuerdos. 

Segregados pero iguales. Una de esas diagonales urgentes es bajar las barreras para que la potencia de la economía popular ese precariado, como se empieza a llamar– confluya en la legalidad. Eso puede ser decisivo para saber si, como país, tenemos futuro o solo tiempo que perder.

Esa economía popular es el libre mercado de los pobres, diría Alberdi si viviera. Es su principal fábrica de trabajo, por lo que es necesario reconocer y promover a esos millones de emprendedores. 

Pero hay una barrera cultural clave para reconocer esa riqueza económica. La Argentina tiene un racismo silencioso, que late en la práctica cotidiana y se entrelaza en el hablar, que se agudiza cuando nos va mal. En un juicio reciente por el crimen de un joven en Villa Gesell, uno de los testigos dijo sobre uno de los agresores: “Revoleaba patadas y trompadas, y le pegaba a todo lo que no era de su mismo color”.

Todas las sociedades tienden a levantar muros interiores en base al color de piel, el origen étnico, la nacionalidad o la condición socioeconómica. Los boliches, por ejemplo, suelen ser un reflejo del tipo de segregación social existente. Es un frenesí clasificatorio y divisivo al que todos solemos contribuir. Formalmente vivimos en una sociedad de iguales, pero la realidad es una sociedad de iguales pero segregados. 

Segregados pero iguales es la frase que consagró la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos en 1896 para asegurar el racismo durante casi un siglo después de la guerra civil. 

En la investigación sobre la Deuda Social Argentina que hace la UCA, se relevó que un 38% de la población urbana argentina se autopercibe como mestiza o morocha y esos sectores tienen menos ingresos y trabajo formal que el resto de la población. La desigualdad social por color de piel es notoria, pero negamos que haya racismo. La paradoja es que creemos que solo son racistas las sociedades que lo debaten, como Estados Unidos o Brasil, aunque solo quienes lo hablan lo están combatiendo.

El racismo viaja de polizón en la crítica a la que llaman la “sociedad plañera. Según ese discurso social, hay millones que no quieren trabajar por vagos, mientras borbotean un negros/negras de mierda. Los más comprensivos dicen que esas personas no quieren trabajar porque sus padres no les transmitieron una cultura del trabajo ya que tampoco trabajaron y afirman que, cuando un pobre se esfuerza, puede salir. Serían de alguna forma pobres por voluntad propia, lo que lleva a muchas personas de otros sectores sociales a desconectarse moralmente de la severa violación de derechos humanos que significa la pobreza. 

14 y 14 bis como claves del futuro. El populismo libertario a lo Javier Milei dice que quienes reciben planes son parásitos e inútiles, y los planes son robarle al que trabaja para repartirla entre los vagos. Coherente, repite que la justicia social es bien de chorros, por eso para ser político hay que ser chorro. Perfecta síntesis de la barbarie: estigma, desprecio y sesgo antipolítica.

Es raro, porque quienes piensan así no pueden desconocer personas pobres que lo son a pesar de trabajar de sol a sol. Y conocen vagos de antología hijos de padres laboriosos y de otra condición social. Pero en la historia fue frecuente asociar burdamente la moralidad con el ingreso socioeconómico: el censo municipal de 1869 evaluaba como gente decente solo a cinco mil personas sobre ciento ochenta mil que tenía Buenos Aires.  

En definitiva, el cruce de Alberdi con Perón es el de los derechos económicos con los derechos sociales, que es la rutina en las democracias desarrolladas, como en la alemana. A mí me gusta mezclar París con Puente Alsina, como dice el tango. Pero a la Constitución también, y en el mismo número de artículo. El 14 y 14 bis son la dotación de derechos que se tienen que encontrar en la diagonal: los derechos de emprender y los derechos del trabajo.

Las constituciones proyectan un futuro y, al volver la vista atrás, esa negociación frenética de una noche de constituyente revela un tesoro para arreglar el ascensor.

 

*Profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral. Integrante de la Academia Nacional de Periodismo.