En año de nuevas elecciones generales, bueno es reflexionar sobre lo sucedido con el voto de los y las argentinos en 2015 y 2017. En 2015, el triunfo de Macri no solo se debió a la intensificación de la polarización y los enormes errores del kirchnerismo que pensó, equivocadamente, que después de 12 años de gestión, con lo mal que ya estaban las cosas y poniendo a cualquier candidato, la sociedad continuaría votándolos masivamente. Al contrario, una parte importante de la sociedad estaba planteando la necesidad de una alternancia, algo que le brindara una bocanada de aire fresco en términos políticos y que, al mismo tiempo, le abriera la posibilidad a un mejoramiento de sus oportunidades económicas.
Así, en 2015, el triunfo de Macri no fue solo producto de un beligerante antikirchnerismo (que obviamente tenía cara y contracara), aún si éste le otorgó la leve diferencia con la cual llegó a la Casa Rosada. En realidad, su triunfo se explica por el establecimiento de una cadena de equivalencias, en la que se articularon demandas diferentes, algunas de las cuales voy a enumerar sin establecer orden jerárquico alguno.
Primero. Hubo una asociación con el mundo del trabajo. Si, pese a todo lo que se dice hoy acerca de la persona del Presidente y su escasa vocación por el trabajo… Quien lo manifestó con contundencia hace unos días, fue el secretario general de Smata que, mostrando gran desazón, explicaba en un programa televisivo que pensó que, al ser ingeniero, Macri venía (o sabía) del mundo del trabajo (mi cita no es textual).
Segundo. Hubo una conexión con el mundo de los pequeños y medianos empresarios, del interior profundo de las clases medias, de las economías regionales, aquellos que votaron a Macri porque confiaban en que él, siendo un empresario (aparentemente exitoso y, además, hijo de inmigrantes), podría entenderlos y apoyarlos.
Tercero. Hubo votantes sueltos, sin demasiadas adscripciones políticas, pertenecientes a diferentes sectores sociales, que sin conocer ni interesarse demasiado en averiguar qué había hecho Macri en la Ciudad de Buenos Aires; otros avalando la construcción de una ciudad más global y menos incluyente, se dejaron tentar por la promesa de un discurso anticorrupción y con la idea de que ahí flotaba la promesa de una suerte de moral republicana. El aval de Elisa Carrió, como garante del Pacto moral-republicano, coadyuvaba a consolidar dicha creencia.
Octubre. Hoy esta cadena de equivalencias, que articuló varios tópicos, entre ellos: “antikirchnerismo/mundo del trabajo/visión empresarial amplia/honestidad republicana”, ya no está presente ni lo estará para las elecciones de octubre. En realidad, la posibilidad de un pacto social, económico y moral solo vivió en el imaginario de sus votantes, machacado una y otra vez por aquellos medios de comunicación que abiertamente jugaron a favor de Macri.
También es cierto que, si muchos/as de sus votantes hubiesen tenido una mirada histórica, esto es, si hubiesen tenido en cuenta cómo se enriqueció la familia Macri, desde la dictadura militar en adelante, quizás habrían desistido en hacer asociaciones tan fáciles cómo la de vincular la candidatura de éste con la defensa del trabajo o con la defensa del pequeño y mediano empresario nacional.
Todo quedó en offside tempranamente, cuando el Gobierno mostró las cartas con las primeras medidas, a través de una política aperturista, neoliberal, de ajuste y abiertamente orientada a beneficiar el capital financiero. Sin embargo, en 2017 la sociedad decidió darle nuevamente el aval, pese a los resultados negativos en términos económicos-sociales, que evidenciaban tanto la ceguera de clase y el más craso desinterés de Macri y su equipo por lo que ya estaba sucediendo en el mundo del trabajo, de las Pymes, como la caída en saco roto de las solemnes apelaciones a la transparencia y la honestidad republicana.
A muchos les cuesta aceptar también –incluso para quien suscribe esta nota– que es posible tropezar dos veces con la misma piedra, teniendo tan vivo y tan cerca el recuerdo de la intemperie de los 90. Pero el caso es que rápidamente entramos en una nueva era. Finiquitado el ciclo del populismo progresista, volvimos al más rancio léxico neoliberal, ese mismo que creíamos definitivamente enterrado o desterrado: ajuste, tarifazo, mercados, desocupación creciente, FMI, riesgo país…
Para quienes fueron sus votantes, el gobierno de Cambiemos, perdido en el laberinto del retroceso social y el agravamiento de la crisis, se reveló finalmente como un fraude. Hoy, al calor de la crisis económica, social, financiera y el ajuste permanente, la cadena de equivalencias políticas que lo llevó de modo casi inesperado a la Casa Rosada, ya está decididamente rota. Si quedan eslabones de ella, para octubre de 2019, lo que estará disponible para la oferta macrista es el antikirchnerismo, en estado puro (como “pesada herencia”; como “populismo irresponsable”, como “mayor riesgo país”, entre otros), pero sin un imaginario positivo como propuesta.
Bien duro fue y es el aprendizaje de que no hay que confundir alternancia con alternativa. Al mismo tiempo, la experiencia nos dice que, de seguir entrampados en esquemas binarios, no solo liquidamos la posibilidad de instalar un nuevo escenario político que aliente vientos de cambio; si no, también veremos que, de un lado y otro, siempre terminan por generarse y repetirse peligrosas cadenas de equivalencia.
*Socióloga.