El psicoanalista francés Christophe Dejours, especializado en trabajo, compartió tres días intensos de trabajo en Buenos Aires. Su viaje fue organizado juntamente por la Editorial y la revista Topía y AGD-UBA (Asociación Gremial Docente-Universidad de Buenos Aires).
Los títulos de las actividades reflejan su posición. Una conferencia sobre “Trabajo, precarización y subjetividad”, un seminario sobre “Procesos de subjetivación y desubjetivación en el trabajo” y la presentación en la Feria del Libro de la segunda edición ampliada de su libro El sufrimiento en el trabajo. Las distintas actividades lograron convocar a más de 500 asistentes que vinieron de diferentes lugares de nuestro país, de Uruguay y Chile.
Neoliberalismo. ¿Quién es Dejours? Profesor del Conservatorio Nacional de Artes y Oficios y Director del Laboratorio de Psicología del Trabajo en París, tiene una extensa producción, entre las cuales se destacan La banalización de la injusticia social y los dos tomos de Trabajo vivo, ambos publicados por la Editorial Topía.
¿Por qué este interés en las ideas de Dejours? Sobran los motivos. Uno de ellos son sus planteos sobre la centralidad del trabajo en la constitución de nuestra subjetividad. El trabajo está en la médula de nuestra identidad. Esto le permite entender cómo los cambios en la organización del trabajo en el mundo a partir de los años 90 han modificado la subjetividad y la sociedad.
Para Dejours esto es el núcleo del neoliberalismo. Es una forma de organización del trabajo con varias características: el llamado “giro de la gestión” (el management a cargo de la organización del trabajo); el gobierno “por los números”; la evaluación individualizada del rendimiento; la llamada “calidad total”, la estandarización de los procedimientos, la precarización del empleo y la promoción de la competencia en desmedro de la cooperación.
Estas transformaciones nos atraviesan hasta los huesos enfermándonos. Incluso producen fenómenos sin precedentes en la historia, como los suicidios en los propios lugares de trabajo (tal como fueron los conocidos casos de France Telecom hace unos años).
Historia. Para ello es necesario retomar la historia del trabajo y del desarrollo de las fuerzas productivas en el capitalismo en cada etapa histórica. Se pueden sintetizar en tres períodos: el pre-industrial, el liberal-industrial o fordista y el posfordista neoliberal o toyotista.
El neoliberalismo se caracteriza por el predominio de una ideología de la desregulación, liberalización y privatización en todas las áreas de la vida que pretende dejar libres a las fuerzas del mercado. La competencia es el principio supremo, cuya consecuencia es la fragmentación de la sociedad donde predomina “el todos contra todos”. Esta situación atraviesa la mayor parte del mundo. Desde la Argentina de Macri hasta la Francia de Macron. Pero también incluye tanto los modos fascistas como el de Brasil con Bolsonaro o el de Hungría con Orbán, así como en los diferentes populismos de centro, llamados de izquierda, que intentan atenuar sus consecuencias.
En todos los casos, mujeres, minorías e inmigrantes son los que tienen la mayor probabilidad de caer en la precarización laboral. Las personas que realizan los trabajos en dichas condiciones son los que están expuestos a condiciones laborales más peligrosas, por la limitación de los derechos laborales.
Deshumanizados. La precarización y flexibilización laboral transformaron las condiciones de protección de los trabajadores, ganadas a través de muchas luchas. Se han deshumanizado los vínculos a partir de la entronización de la competencia y del uso de la tecnología. Hoy nos encontramos con la llamada “uberización” del mercado del trabajo. Son lo opuesto al tradicional empleo estable: en ella los trabajos son temporarios, por objetivos, intermitentes y flexibles.
Sus consecuencias son la desubjetivación con el consecuente aumento de una larga lista de enfermedades. Como dice Dejours: “la seudo cooperación que pasa por la utilización de la información y de los mensajes de internet, los e-mails, etc. tiene el inconveniente mayor de acrecentar la carga de trabajo de una manera que ya no puede controlar. De allí el desarrollo explosivo de las patologías de sobrecarga: el Burnout, el Karoshi (lesiones por esfuerzos repetitivos o trastornos orgánicos) y también la patología de la adicción.” Estos son efectos de la ruptura de la cooperación entre trabajadores debido a la desconfianza y el temor abonados por la cultura de la competencia individual.
En este sentido para una buena parte de los trabajadores, el empleo ya no reporta ni estabilidad ni seguridad. La extenuación se ha convertido así en una experiencia que comparten muchos individuos en muy diferentes situaciones vitales y laborales: estrés, de-sánimo y sobrecarga se unen en una alteración depresiva.
La interiorización de una responsabilidad frente a la propia autorrealización y la propia felicidad en un horizonte cargado de peligros de fracaso, sin que éste pueda descargarse sobre instancias externas, es la fuente de estrés específico y de la experiencia de verse desbordado. La neurosis que se gestaba en la sociedad disciplinaria en torno al conflicto entre el deseo de transgresión de la norma y el miedo al castigo ha dejado paso el cuadro depresivo del llamado capitalismo tardío. De allí que los síntomas predominantes en la actualidad son los referidos a lo negativo: depresiones, suicidios, adicciones, anorexia, bulimia, etc.
Depresión. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) se calcula que la depresión afecta a más de 300 millones de personas en el mundo y que cerca de 800 mil personas se suicidan al año. El 78% de los suicidios se produce en países de bajos y medianos ingresos. El suicidio es la segunda causa principal de defunción en jóvenes de 15 a 29 años.
Pero no es casual que la depresión y sus consecuencias, como el suicidio, se hayan convertido en una de las principales “enfermedades del siglo XXI” y una de las principales causas de defunción, en particular para un amplio sector de la juventud trabajadora –o que lo será en un futuro próximo– que ve fracturadas sus esperanzas por tener una vida digna, ya que cada día se ven más golpeadas las condiciones laborales en que los jóvenes se insertan en el trabajo.
De allí que es importante recordar lo que plantea Dejours en su libro La banalización de la injusticia social: “Necesitamos un análisis y una interpretación de la ‘banalidad del mal’ no solo dentro del sistema totalitario nazi, sino dentro del sistema contemporáneo de la sociedad neoliberal, en cuyo centro se sitúa la empresa. Pues la banalidad del mal toca a todos aquellos que se transforman en colaboradores diligentes de un sistema que funciona sobre la organización regulada, concertada y deliberada de la mentira y la injusticia.”
Las ideas son nutrientes necesarios para poder enfrentarnos con mejores herramientas en los distintos ámbitos. Tanto para entender aquello que nos sucede, como para poder operar y transformar la realidad actual.
*Psicoanalista. Director y Coordinador General de la Revista y Editorial Topía.