ELOBSERVADOR
el 9 de noviembre de 1989 caia el muro erigido en 1961

Un cuarto de siglo desde que Berlín es una sola

Símbolo del enfrentamiento entre el Oriente comunista y el Occidente capitalista, su derrumbe fue el primer paso hacia el fin de esa división. Un columnista de PERFIL que está allí, el embajador alemán en Argentina y una historiadora germana (nacida el mismo año que el muro) escriben sus impresiones.

Panorama desde el muro. En los momentos previos al día histórico, la gente ayudaba a otros a cruzar.
| Cedoc Perfil

Carlos Ares
La cicatriz de una ciudad
La cara de Berlín, inyectada de botox con vidrio, cemento y acero, nunca podrá borrar la cicatriz del muro. Es una doble fila de adoquines que puede seguirse como un sendero por toda la ciudad. Cruza en la esquina de la Postdamer Platz, continúa por el césped de una pequeña plaza, se extiende en un tramo original de casi cien metros del muro junto a la muestra Topografía del terror, montada justo donde funcionaba el cuartel general de la Gestapo, toca el puesto de paso Checkpoint Charlie, donde se intercambiaban espías, abraza la Puerta de Brandeburgo y marca a cada paso las dos ciudades.
No ya la del Este y el Oeste, que volvieron a reconocerse en el espejo y casi no hay diferencias importantes entre ellas, sino la de arriba, la que se ve y se camina a la altura de los ojos, la que mira desde el presente de diseño hacia un futuro multicultural, comercial, artístico, tecno y diverso posible, y la que a cada paso roza suavemente la piel de los pies por los adoquines de la cicatriz.

Dolor y culpa. Hay un pasado cercano ahí, atrás, abajo. ¿Duele cuando se toca? Víctor Cubillos, cineasta chileno que lleva unos años de residencia aquí, me dice que la marca está muy presente, que todos los días “hay algo en la tele, la noticia de que se encontró un resto, una bomba que no estalló, un documental , algo que recuerda la guerra, el muro y aquellos años”. Según Víctor, los que ahora tienen treinta años o más han sido “inoculados desde pequeños” con la historia de lo que ocurrió y la “culpa” por lo que hicieron como pueblo. “Se cuidan al hablar, son políticamente correctos, de algún modo se sienten responsables, pero las nuevas generaciones ya no sienten tanto el peso de esa culpa”.
En la Postdamer hay, expuestos sobre la vereda, seis fragmentos del muro original, pintados y escritos con aerosol. Un muchacho de barba postiza, disfrazado de oficial soviético de la Segunda Guerra, con gorra, capote y botas del Ejército Rojo, ondea una bandera roja con la hoz y el martillo. Pide unos centavos de euro a los turistas por dejarse tomar fotografías. A unas calles, en el medio de la Friedrichstrasse, se levanta la réplica del puesto conocido como Checkpoint Charlie. El cartel sigue allí y advierte, en inglés, ruso, francés y alemán: “You are leaving the american sector”. Delante de la caseta, protegida por una escultura de bolsas de cemento que simulan ser de arena, sobre la que hay una serie de gorras de oficiales, dos jóvenes alemanes con birretes, uno negro y el otro blanco, vestidos como soldados americanos, portando banderas de Estados Unidos, reciben centavos o billetes de cualquier divisa y se dejan fotografiar con los turistas. Si son niños o chicas, les ponen las gorras, hacen poses y saludos militares.
Junto al puesto, funciona el Museo del Muro, fundado por Rainer Hildebrandt. La primera exposición se hizo en dos habitaciones de la casa. Era un homenaje a los guardias fronterizos que deliberadamente no apuntaban a matar cuando alguien intentaba fugarse del Este hacia el Oeste. Ahora la muestra ocupa todo el edificio. Allí hay fotografías históricas de las distintas etapas en la construcción del Muro, de los túneles, coches pequeños modificados para ocultar personas, un minisubmarino, globos de aire caliente, alas delta caseras a motor, muebles, cajas, de todo lo que se usó para fugar. Allí se cuenta la verdadera y dramática historia, no en la calle.
 La longitud del “anillo” entre la RDA, la República Democrática de Alemania, y el Berlín Oeste, entre el 13 de agosto de 1961 y el 9 de noviembre de 1989, era de 155 kilómetros en total. Consistía, los últimos años, en un “muro” de más de tres metros de alto y más de uno de ancho, con cemento, alambre electrificado, zanjas para impedir el paso de coches, 302 torres de observación, 259 callejones para perros. En total, se fugaron 5.075 personas, 456 murieron en el intento.
En los primeros días, después de levantado el primer muro, con alambre de púas y postes, los desesperados se tiraban de los balcones, cruzaban el río a nado o trataban de pasar los puestos en coches lanzados a toda velocidad. El 15 de agosto de 1961, los periodistas son testigos y toman fotografías de una huida espectacular. Conrad Schumann, soldado alemán de guardia en el Este, sacude el rollo de alambre con los pies como si controlara la resistencia, va y viene y, de pronto, toma carrera, salta y se fuga. Al año siguiente, en agosto de 1962, Peter Fencher, aprendiz de albañil, intentaba huir hacia el Oeste junto con un compañero. Saltaron la primera valla pero fueron descubiertos y les dispararon. Fencher cayó herido. Nadie, ni los soldados del Oeste ni los del Este, se acercó a ayudarle por temor a matarse entre sí. Fencher gritaba, pedía ayuda, la gente insultaba a los soldados de ambos lados. Los del Este se acercaron dos horas más tarde, a retirar su cadáver.

Era verdad. Los berlineses asaltaron el Muro la noche del 9 de noviembre de 1989. Udo Hovelbain volvió de la universidad, durmió una siesta y al final de la tarde fue a la casa de un amigo con el que había quedado para estudiar. Hoy, 25 años más tarde, me cuenta: “Vivía del lado oeste, había noticias sí, de que algo ocurría en Hungría, en Checoslovaquia, una cierta apertura, pero nada aquí daba idea de lo que iba a pasar esa noche. Cuando llegué a la casa de mi amigo, me dice: “Vamos, hay gente cerca del muro por todas partes”. No podía creerlo, no era una película, ¡era verdad! Un funcionario de la RDA había dicho en conferencia de prensa que ya no necesitarían de ningún permiso para cruzar y la gente del Oeste se fue hasta los pasos en toda la ciudad. Era increíble. Pasaban decenas de coches, miles de personas. Nos abrazábamos, abrían botellas de champagne, brindaban, fue muy conmovedor. Hoy vivo en Turingia, mi esposa es peruana, y nos vinimos para asistir a la celebración. Quiero contarle a ella cómo fue todo eso”.
Alrededor de la Puerta de Brandeburgo se ha levantado un escenario monumental, rodeado de carpas y tribunas. Los taxistas protestan. Cortaron el tránsito en toda la zona desde hace cuatro días. Se espera una multitud junto al Reichstag, el Parlamento, Unter den Linden (Bajo los Tilos), hasta la Columna de la Victoria y por todo el Tiergarten (el gran parque central, ocre, ambarino, otoñal).
Unas columnas de luces dispuestas junto al sendero de adoquines van a iluminar desde el anochecer del sábado y hasta el amanecer del lunes el recorrido del muro.
Hoy, 25 años más tarde, Berlín se tocará la cicatriz con las palmas del Este y del Oeste como quien se lleva las manos a la cara de asombro. ¿Qué nos pasó? ¿Cómo pudo ocurrir esto?

*Periodista. Escribe desde Berlín.


Bernhard Graf von Waldersee
Un verdadero triunfo del pueblo berlinés
Cada uno de los berlineses adultos y casi todos los alemanes saben dónde estuvieron aquel 9 de noviembre de 1989, precisamente hace 25 años, así como también cuándo y quién les transmitió esta noticia totalmente inesperada: “¡Se abrió el Muro!”. En los pasos fronterizos, de pronto, las barreras estaban levantadas y personas desconocidas se abrazaban llorando. El alcalde gobernador de Berlín, en aquel entonces, dijo: “Nosotros, los alemanes, somos hoy el pueblo más feliz del mundo”.
La apertura del Muro significó, ante todo, el triunfo del pueblo sobre la represión, el triunfo de la libertad y de los derechos humanos sobre la dictadura. La coincidencia de que la fecha del 9 de noviembre es también la fecha de abolición de la monarquía en 1918 y la fecha de los pogromos de los nazis contra los judíos y sus propiedades en el año 1938 nos permite conmemorar estos acontecimientos en forma conjunta, toda vez que nos enseñan con especial evidencia el alto valor de la democracia, la libertad y los derechos humanos.
No obstante, la apertura del Muro no significó solamente el final de la dictadura socialista en Alemania Oriental, sino que también puso en marcha un proceso político: antes de cumplirse un año, nosotros, los alemanes, pudimos celebrar la reunificación y el sueño de la “unidad en libertad” se hizo realidad.
El final feliz de este desarrollo, que visto retrospectivamente impresiona por su celeridad, se lo debemos también a nuestros Estados vecinos, que nos brindaron su confianza y dieron su consentimiento para una rápida reunificación. Por tal motivo, se debe entender la unidad alemana como una parte central del proceso europeo de unificación: el final de la división alemana no hubiera sido posible sin la evolución democrática en Europa central y oriental y, a su vez, contribuyó en forma decisiva a la superación de la división de Europa. Así, en el presente año, hemos conmemorado otro aniversario importante: hace diez años se incorporaron a la Unión Europea los Estados de Europa central y oriental.
Hoy en día, Alemania es un país unido y pacífico en el centro de Europa, económicamente fuerte y respetado a nivel mundial. Por primera vez en nuestra historia, nos hallamos “rodeados de amigos”. Para ello fue decisiva la UE como pilar del orden pacífico europeo.
Por otra parte, este año percibimos nuevamente el gran valor del orden pacífico europeo, ya que por primera vez desde hace mucho tiempo lo vemos peligrar otra vez. Por primera vez desde la Guerra Fría, hemos visto en nuestra proximidad un nuevo intento de desplazar con violencia la frontera entre dos Estados. Es por eso que en estos días el gobierno federal de Alemania realiza mayores esfuerzos aún para salvaguardar el orden pacífico, construido por todos los Estados europeos sobre la base de la libertad y el derecho, y para evitar así una nueva división de Europa.
La suerte de nuestra historia en los últimos años nos permitió asumir, junto con nuestros amigos y socios, responsabilidades en el mundo.
Con nuestra política exterior trabajamos para promover la paz, la democracia y los derechos humanos. Alemania, como miembro de la Unión Europea, abraza la esperanza de cooperar con todos los países del mundo que se identifiquen con estos valores

*Embajador de la República Federal de Alemania en Argentina. Mañana, la embajada organiza una minimaratón de 5 km que parte a las 10.30 del Palacio San Martín (Arenales y Esmeralda) hasta Plaza de Mayo. Entrada libre y gratuita.

Helga Dressel
El fin de semana que cambió mi vida
Cuando aún existía, el Muro y yo teníamos más o menos la misma edad. Pero de eso solamente me he dado cuenta una vez que dejó de existir. El Muro podía ser exótico, absurdo. Pero, igual a la existencia de hemisferios políticos, era un hecho, para –así parecía– la eternidad, o algún futuro remoto.
El Muro contorneaba toda Berlín Occidental, completando un círculo de 155 kilómetros y delimitando, de esa forma, una isla del capitalismo en pleno mar de socialismo. Una isla occidental lejos de su continente, 200 km más allá de la Cortina de Hierro, que dividía el mundo en dos hemisferios: el mundo occidental versus el mundo oriental. En aquel entonces, se trataba del antagonismo ideológico entre el capitalismo “salvaje” y el socialismo “real existente”. La experiencia física de la frontera no la conocí hasta que fui a estudiar a Berlín Occidental. Ahí, sí, la situación me pareció absurda y, por supuesto, inhumana.
Porque, en mi caso, el camino entre la vivienda comunitaria, la universidad, el trabajo y la casa de amigos casi nunca me llevaba hacia el Muro.Y aun si lo hacía, tampoco me interesaba mucho lo que había del otro lado. No tenía parientes en la RDA. Mantenía mis contactos con amigos en América. Lo que existía a poquísima distancia, en el otro lado del Muro, era un mundo aparte.
En la retrospectiva, me parece difícil entender esa ignorancia. Pero así era. Y en eso soy bien representativa de una cierta gente del occidente alemán de mi generación.
El 9 de noviembre, un jueves, había sido rutinario: universidad, encuentro con amigos y, eso sí, no tan común: me había acostado temprano. Fue cuando mí mamá me llamó por teléfono: “¿Escuchaste el noticiero? ¡El muro está abierto!”. Le respondí: “OK, mamá, voy a prender la radio”. Pero estaba cansada, no imaginaba lo que había querido decir con aquellas palabras y seguí durmiendo... hasta que compañeros de casa invadieron mi habitación. No voy a contar de la excursión nocturna que acabamos haciendo de madrugada. Salimos después de la medianoche y, por lo tanto, ya era otro día. Es una historia contada miles de veces. Las fotos de las multitudes pasando por los puestos de control fronterizo. Solamente que, al salir de la puerta de casa a la avenida desierta, un Trabi (auto oriental) frenó y nos preguntó, un tanto perdido, por el camino de regreso al Oriente, y nos llevó hasta la frontera. Horas más tarde, regresamos en otro auto oriental que, al pasar la frontera del otro lado, buscaba quién le enseñara el camino a la avenida más famosa del Occidente de la ciudad, la Kurfürstendamm.
Al otro día, la vida parecía igual. Pero al final de la tarde fuimos a la alcaldía de Berlín Occidental, la Schöneberger Rathaus, donde había una reunión con los grandes de la política occidental: el alcalde, el primer ministro Kohl; el ministro de Relaciones Exteriores y el más famoso de todos, el ex alcalde y ex primer ministro Willy Brandt, entonando de forma miserable el himno nacional, cuya letra empieza clamando por unidad, justicia y libertad. Con toda buena intención: la falta de musicalidad era para taparse los oídos.
Pero fue ese fin de semana el que me abrió los ojos: el mundo había cambiado de verdad. La parte occidental de Berlín quedó repleta de gente. Mucha gente. Muchísima gente. Y yo, sintiéndome como si viviera en un museo. El sábado habíamos combinado tomar un café. Pedaleando en bicicleta hacia el lugar del encuentro, vi gente caminando en silencio, mirando hacia arriba, contemplando los edificios. Al regresar, tomando el camino de siempre que llevaba por la tal avenida Kudamm, de pronto encontré un mar de personas. No quedó otra que bajar de la bici. Acabó llevándome dos cuadras empujando la bici hasta llegar al otro lado de la avenida y seguir viaje.
Fue ese fin de semana el que me hizo entender de una vez que no solamente la RDA dejaría de existir, sino también la isla llamada West-Berlin y la RFA tal como era. Y con ello, el mundo antagónico del tiempo anterior a la caída de Muro se tornó otro, bien diferente aunque, por lo que parece, no menos complejo. Ya no existen el Muro de Berlín ni la RDA, y la RFA es otra. La nueva Alemania está ahí. Y los estudiantes de hoy en día que salen formados de las universidades pueden decir: tienen la misma edad como el mundo sin el Muro de Berlín. Y el mundo con el Muro les parece a ellos un pasado antediluviano.
Los muros ahora se están construyendo en otras partes. Alrededor de Europa, por ejemplo. Y aguardan el momento de su demolición

*Docente y gestora cultural. Organiza cursos sobre la historia de Berlín en el Instituto Goethe de esa ciudad.