Un tiempo después de haber dejado mi banca de legisladora, acudí a Graciela Fernández Meijide para pedirle consejo. Quería saber cómo había hecho para “reinventarse”, para salir de la política partidaria y recuperar su voz, tan personal y lúcida, de ciudadana comprometida con el país. Tuvimos una charla muy franca. Me contó que tuvo que atravesar el desierto y que, de a poco, a través de la escritura y la reflexión, fue encontrando el camino. “¿No querés sumarte al Club Político?,” me propuso generosamente.
Obviamente, acepté honrada. En pocos años el Club Político se había convertido en un referente ineludible del debate público argentino. Algunos de los intelectuales, políticos y profesionales más destacados (como la propia Graciela, Luis Alberto Romero, Alejandro Katz, Magdalena Ruiz Guiñazú, Tito Palermo, Eduardo Levy Yeyati, Beatriz Nofal, Agustín Salvia, Marcos Novaro, Graciela Romer, Jorge Sigal, Ricardo Gil Lavedra, Duran Barba, Silvia Mercado, Julio Bárbaro, Daniel Muchnick, Juan José Llach y tantos otros) pertenecían a esta red. Cada mes convocaban a políticos, funcionarios y especialistas a exponer sus ideas. Lo que no imaginé fue que al llegar a casa ya estaría esperándome un mail con el formulario de inscripción. Así de entusiasta y enérgica es Graciela.
Foro. Y así de enérgicas y apasionadas –descubrí rápidamente– son las conversaciones y discusiones acaloradas que intercambian los socios diariamente, a través de una riquísima e interminable cadena de mails. Este es el verdadero secreto del Club. Un foro virtual intramuros: fuente inagotable de información, opiniones, artículos, lecturas, propuestas, protestas y experiencias personales relacionadas con la historia reciente y la actualidad del país y el mundo. Lo más impresionante es que ahí convivimos peronistas, radicales, liberales y socialistas; entusiastas del libre mercado y críticos del capitalismo; quienes militaron en la guerrilla en los 70 y quienes nunca simpatizaron con la violencia armada.
Hay algo único en el Club. Es un oasis donde practicamos el debate cívico y democrático sin patrullajes ideológicos y sin ferocidad. Algo inusual en la estéril y agrietada arena política que dejó el kirchnerismo como su mayor legado cultural. Otra característica del Club es su horizontalidad. Todos podemos participar en el incesante debate virtual en igualdad de condiciones. El único requisito, y no es poco, es ser avezado en el arte de la argumentación y la fundamentación. Aunque tengo bastante experiencia en debates parlamentarios y televisivos, confieso que en el Club soy más espectadora que protagonista. Es que no es fácil agregar algo valioso cuando los que enuncian y opinan son estudiosos, detallistas y muy conocedores.
Un debate memorable fue el que se generó tras la muerte de Fidel Castro, una figura que marcó a fuego, literalmente, la política y las democracias latinoamericanas desde 1959 hasta nuestros días. Transcribo una ínfima parte de esos mails, para mostrar la diversidad y la profundidad de miradas que conforman esta asociación. Cada párrafo es una persona distinta:
“Cae la tarde de este 26 de noviembre de 2016 y el correo colectivo del Club Político Argentino está sospechosamente calmo, silencioso. Murió Fidel ¿y no decimos nada? Fidel fue enorme y nos interpela hoy como interpeló al planeta durante medio siglo…”.
“Podríamos condolernos por su desaparición y así sumarnos al coro de la corrección política (aunque a algunos nos parezca que apesta), o podríamos ser la voz de los asesinados por Castro, de los perseguidos políticos; de las familias deshechas; de las mujeres prostituidas a cambio de una ducha caliente o de un plato de comida; o de los muertos que, desde el fondo del mar, dan testimonio del significado que tuvo para ellos la libertad y por la que prefirieron arriesgar sus vidas…”.
“Primeramente digo que me reconozco como un ex admirador de Fidel y de su revolución. Pero tras largos cincuenta años de régimen de partido único, de ahogo de libertades públicas (las que tanto defendemos cotidianamente) y de represión, hace ya mucho tiempo que dejé de tenerlo como modelo a él y/o a Cuba…”.
“Cuando una figura que marcó una época de la Política y fue parte de las Utopías de nuestros años mozos se va...por mi parte merece respeto y admiración en un mundo de injusticias y bloqueo…”.
“Me tomo la libertad de dar la palabra a una víctima del castrismo. El escritor Reinaldo Arenas, que fue perseguido por disidente y por homosexual, como Virgilio Piñera, Guillermo Cabrera Infante, Heberto Padilla y José Lezama Lima, entre otros escritores cubanos. Sufrió cárceles,
humillación y torturas hasta que pudo escapar de la isla. ‘Queridos amigos: debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida… Les dejo pues como legado todos mis terrores, pero también la esperanza de que pronto Cuba será libre’”.
“Guauuuu, no me imaginé que un comentario sobre la muerte de un personaje lo suficientemente importante como para merecer en los diversos periódicos más del 30%/40% de sus páginas de la edición de hoy domingo, notas y opiniones de las más diversas, generaría dentro del CPA algunos comentarios…”.
“Murió Castro II // Con la muerte segura y no desmentida de Castro (porque la desmintieron varias veces) murió una parte de la vida de mi generación. Pasados los 16 años admiramos la revolución cubana por la porfía de un grupo de hombres que logró con coraje y tremenda paciencia eliminar el gobierno de un dictador clásico latinoamericano, señor feudal y criminal como Batista… Poco a poco (Fidel) fue mostrando su rostro, sus intenciones. Trasladó a Cuba la estructura stalinista rusa, hasta la manera rusa de meterse en la corrupción, fusiló a quien se le antojó, persiguió a opositores políticos, periodistas y homosexuales, y fracasó espantosamente en volver eficiente a la economía cubana, incluso con la ayuda soviética. Fue así un fracasado. Por su narcisismo y su vanidad lanzó un discurso que tentó a la juventud latinoamericana en contra de los Estados Unidos. Les calentó la cabeza con una utopía absurda e imposible, los llevó a las armas y luego al suicidio colectivo cuando no midieron las consecuencias de enfrentarse con los Ejércitos Continentales. Esa devoción por Castro, engañosa y veleidosa, se llevó al otro mundo a numerosos amigos míos entre fines de los años 60 y casi todos los años 70”.
*Periodista y ex senadora nacional.