ELOBSERVADOR
cien años no es nada

Un socialista argentino y también del mundo

El autor, que escribió con el epistemólogo un libro sobre el futuro del socialismo, evoca la importancia de la mirada social y política de Mario Bunge.

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Racional. Para Bunge, ciencia y política se encontraban en un conjunto de ideas que contribuían a terminar con la inequidad en el mundo. | cedoc

Para mi sorpresa, en abril de 2013 recibí un mail desde Montreal enviado por Mario Bunge, a quien no conocía personalmente. Desde entonces, tuve el privilegio de trabajar, compartir amistad e intercambiar ideas políticas con este ser humano excepcional.

Nada tengo para agregar de todo lo que se ha dicho y publicado sobre el Bunge filósofo y científico; su prestigio y reconocimiento internacional. Es al “Marucho” socialista, militante político, que intento destacar aquí. Su sorpresivo mensaje desde Canadá obedecía a que había recibido allí el periódico La Vanguardia, cuya reaparición me había sido entonces encomendada por el Partido Socialista argentino y concretada justamente ese abril de 2013.

Nunca le pregunté cómo hizo para procurarse un ejemplar desde Montreal, pero ésa fue la primera de las tantas muestras que obtuve sobre la militancia socialista y el amor de este argentino por el país que había abandonado medio siglo antes, impedido de hacer su trabajo y harto, como tantos, de sus dictaduras o seudodemocracias. Fue poco después de ese primer contacto que me propuso “hacer algo juntos para reinstalar la idea del socialismo, hoy desnaturalizada incluso por no pocos socialistas, y del socialismo no solo como posibilidad, sino incluso necesidad, en el mundo actual”. Pocos meses después, en septiembre de 2013, aparecería el libro, ¿Tiene porvenir el socialismo?; publicado por Eudeba y compilado entre ambos con la participación de otros cuatro especialistas.

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Vale la pena citar aquí parte de su extenso y luminoso ensayo: “Adoptaré la definición de ‘socialismo’ que creo congruente con todas las corrientes de izquierda. En una sociedad auténticamente socialista, los bienes y las cargas, los derechos y los deberes, se distribuyen equitativamente. En otras palabras, el socialismo realiza el ideal de la justicia social.

Este ideal se justifica tanto ética como científicamente. En efecto, la igualdad social pone en práctica el principio de equidad o justicia; contribuye poderosamente a la cohesión social y es fisiológicamente beneficiosa, como lo sugieren experimentos recientes, que muestran que la exclusión causa estrés, el que a su vez debilita el sistema inmunitario, al punto de debilitar o aun matar (Kemeny, 2009). Sin embargo, hay dos maneras de entender la justicia o igualdad social: literal y calificada, o mediocrática y meritocrática. La igualdad literal descarta el mérito, mientras que la calificada lo exalta sin conferirle privilegios. El socialismo que involucra la igualdad literal nivela por abajo: en él, como dijo Discépolo en su tango Cambalache, un burro es igual a un profesor (obviamente, el ilustre tanguista no se refería al socialismo, sino a la sociedad argentina de su tiempo). El socialismo que involucra la igualdad calificada es meritocrático: fomenta que cada cual realice su potencial y, a la hora de asignar responsabilidades, da prioridad a la competencia. Desprecia la chapucería y aprecia el valor social y moral del trabajo, que ensalzara Karl Marx” (fin de la cita).

En estas definiciones políticas y otras que desarrolla en el ensayo, donde propone al cooperativismo como forma y base productiva de una sociedad socialista, Bunge introduce sus conocimientos científicos, físicos, matemáticos. ¿De qué otro modo entender su cita de un notable especialista acerca de que “la exclusión causa estrés y debilita el sistema inmunitario”? Fiel a sí mismo, “Marucho” apoyaba sus propuestas sociales y políticas en hechos, “facts”, como proponía Bertrand Ru-ssell, uno de sus mentores, y en aportes científicos.

Intercambiamos ideas, personalmente y a distancia, sobre la coyuntura mundial y en especial, latinoamericana. Disentíamos en cuanto a su apoyo a los populismos regionales, en particular el kirchnerismo y la “revolución bolivariana”, que basaba esencialmente en su antiimperialismo y rechazo al neoliberalismo, temas en los que coincidíamos.

En una ocasión, respecto a mis críticas sobre los populismos argentino y venezolano, respondió: “Todo lo que decís es cierto, pero olvidás el capítulo internacional: esos países forman parte de un frente antiimperialista. No es por amor a la democracia que la CIA apoya a Capriles contra el chavismo…”.

A mi respuesta, abundante en datos sobre la corrupción y las crisis económicas populistas, agregó: “Me has convencido. ¡Tratá ahora de convencer a la CIA! Sí, todo populismo no es más que un tejido de mentiras. No obstante los venezolanos pobres se beneficiaron con el chavismo, y Capriles está del otro lado…”.

Citar estos intercambios solo apunta a subrayar, más allá de las opiniones personales, el compromiso político y social de un filósofo y científico de primerísimo nivel mundial, comprometido no obstante con la cotidianeidad de los pobres y marginados del mundo, indignado por la evolución actual del capitalismo, que los aumenta en número, explota y excluye cada vez más. Por no hablar de sus lúcidas reflexiones sobre la reciente adhesión al capitalismo de los “socialismos realmente existentes”.

En fin, un grandísimo personaje de su tiempo, autor de una obra monumental y comprometido con todos los hechos, períodos y avatares del devenir humano, en el que, parafraseando a otro tango famoso, Cien años no es nada. Pero los suyos, “Marucho”, fueron mucho, muchísimo. Un aporte extraordinario al conocimiento y el progreso humanos, basado en una inteligencia excepcional, el estudio y trabajo de todos los días, hasta el último día de una larga y fructífera vida.

*Periodista y escritor