En marzo de 2020 Martín Merenzon era un neurocirujano perdido en medio de la pandemia de coronavirus. “Desde mi especialidad –le cuenta a PERFIL– no había mucho que podía hacer para tratar un virus respiratorio”. Además, las cirugías programadas estaban prácticamente suspendidas“ y quería, de alguna manera, colaborar como médico” en el manejo de esa avalancha de problemas sanitarios que cayó sobre todo el mundo, agrega. Así fue como se puso a disposición para trabajar como coordinador en una Unidad de Febriles de Urgencia, o UFU, de la Ciudad de Buenos Aires. No había espacio para dudas, era un momento de ponerse todos manos a la obra, en especial, el personal de salud.
Pero... “nadie nos enseñó cómo manejarnos en una catástrofe a gran escala”, confiesa Merenzon. “No hay una materia en la carrera que se llame ‘Pandemia’” y, en medio de ese desastre, “necesitaba aprender” cómo adaptarse y funcionar.
¿La mejor idea? Recurrir “a la experiencia”, recuerda este médico nacido en 1989 y recibido con diploma de honor de la Universidad de Buenos Aires en 2014. Así fue como le pidió a su mentor, Guillermo Del Bosco, que le compartiera las lecciones que le habían dejado su labor manejando catástrofes a gran escala. “Alguien alguna vez me dijo ‘para novedades, los clásicos’”, señala Martín.
Las primeras charlas fueron por videollamada, con “problemas de conexión y la cámara apuntando a cualquier lado”, recuerda Merenzon describiendo aquellos meses en los que muchos descubríamos de qué se trataba el Zoom. A Del Bosco no le faltaba conocimiento para pasarle, comenzando por su historia como jefe de la Terapia Intensiva del Hospital de Clínicas, encargado del manejo de las víctimas del atentado a la AMIA. “Era tanto lo que tenía para contar y tan ricas experiencias que empecé a desgrabar las conversaciones”, y “mientras hablábamos de AMIA, la tragedia de Cromañón se hizo presente”. A esa altura, las charlas ya habían tomado vuelo propio y presagiaban un libro, por lo que Martín sumó “la voz quirúrgica” del doctor Luis Sarotto, el cirujano de guardia “de ese fatídico día de 1994” cuando la central mutual de los argentinos judíos voló por los aires dejando ochenta y cinco muertos y una cicatriz incurable.
El libro, finalmente, fue lanzado este año por Eudeba, con el título Reflexiones médicas a partir de las catástrofes: el Hospital de Clínicas, de la AMIA al covid, donde Merenzon se descubre no solamente como un investigador de su profesión sino como ameno cronista y casi un filósofo.
Durante la entrevista por email, Martín asegura que el volumen es, “en primer lugar, un intento de mostrar las enseñanzas y la sabiduría de mi maestro”, porque “uno puede leer muchos libros y estudiar hasta el cansancio, pero hay conocimientos que solo se ganan con la experiencia”. Para Merenzon, “lo vivido lo capacita a uno para detectar patrones repetitivos y características de ciertas situaciones que, a su vez, te permite predecir con bastante precisión lo que va a pasar en un futuro cercano: esa es la definición del ‘experto’”. Al fin y al cabo, apunta, “dentro del caos que fueron estas tragedias a gran escala, hubo mucho aprendizaje que sirvió para situaciones futuras”. Del Bosco y Sarotto se lo ratificaron: “muchas vidas se salvaron en Cromañón por todo lo aprendido en AMIA”.
AMIA, más un concepto que una historia de víctimas. Sobre la pandemia, Merenzon estima que todavía “no dimensionamos el proceso histórico del que fuimos partícipes y testigos: el cierre y encierro de la sociedad moderna, el desajuste de la economía global y el triunfo aplastante de la ciencia que desarrolló una vacuna en un año y la produjo a escala de billones de dosis”.
Y sobre las trágicas fuentes de donde tenían que surgir algunas respuestas en tiempos de coronavirus, el neurocirujano reconoce que el libro también lo escribió “para hablar de AMIA”. Martín destaca que “mucho se dijo de ese atentado, pero como aún no se hizo justicia por lo que pasó, gran parte orbita alrededor de un enfoque judicial y policial”. En cambio, “siento que se perdió la mirada humana de lo que pasó”, así como “la bronca generada por la ineficacia político-judicial” que “tapó la condición humana” del desastre de 1994.
Según Merenzon, en Argentina “perdimos el foco de lo vivenciado por sus protagonistas y nos concentramos en la abstracción AMIA, en la AMIA como concepto de injusticia, de dolor y enojo”. Con el libro “quise volver a los hechos y las emociones y dejar de lado los prejuicios, las controversias y las conceptualizaciones infértiles –dice–. Si bien resultará un relato incompleto, por lo menos esta es la mirada de unos médicos que fueron protagonistas”, una obra que es, además, “un acto de memoria” y un volumen de “reflexiones a partir de entrevistas a médicos que participaron en la atención de las víctimas de estas catástrofes, y de textos que conecté con lo que me contaban”.
—Volviendo al eje de tu libro, ¿qué lugar ocupa el Hospital de Clínicas en el sistema de salud de la Ciudad y del país, desde el punto de vista estrictamente sanitario y como foco de ejemplo y experiencias?
—Es un símbolo. Un símbolo de la UBA, de lo que es un hospital escuela, de la salud pública. Nunca trabajé ahí, pero estudié la mitad de mi carrera en el Hospital de Clínicas. Todos los médicos egresados de la UBA tuvieron por lo menos, una materia que se dio allí. Es por eso que además de las historias concretas que cuento sobre los médicos que entrevisté, quise contar algo que salió bien dentro de un contexto de mucha tragedia y violencia en este lugar simbólico. Hoy si se leen las noticias, es una pálida luego de una pálida: todo negativo. Parecería ser que no somos capaces de hacer nada bien como sociedad. Eso saca esperanzas en el futuro. Y si no se tiene por qué vivir se pierde el cómo vivir. Noté que la atención a las víctimas del atentado terrorista a la AMIA y de la tragedia de Cromañón fue efectiva y organizada, aun dentro del caos que reinaba en el momento. Busqué activamente ese lado brillante y positivo dentro de eventos muy oscuros. Sentí que, si se contaban estas historias, podía contagiar un poco de optimismo y si disecaba, reflexionaba y analizaba los componentes de aquello que salió bien podía encontrar el marco de referencia para replicar el espíritu que llevó a trabajar bien y en conjunto. Porque es imposible anotar el paso a paso de una acción que tuvo buen resultado, como si fuera una receta de cocina, y querer repetirla en todas las situaciones. La historia se repite, pero siempre es diferente, y una receta rígida no va a servir para todos los eventos. Me gustaría que esto que salió bien también sea un símbolo y sirva para que otras cosas salgan bien.
“La medicina es de todo, menos glamorosa”
—¿Qué elementos tuviste en cuenta para tratar de compartir con lectores que no son médicos, las impactantes situaciones que se viven en un lugar como el Hospital de Clínicas? Me pregunto qué tanto de esa experiencia se puede traducir a palabras y cuánto no se puede.
—Quise mostrar que los médicos somos personas que tenemos conocimiento y praxis que nos permiten asistir a otras personas cuando están enfermas. Humanos ayudando humanos, nada más. Por eso me focalicé por sobre todo en qué pasó por la cabeza de estos médicos cuando explotó la bomba y empezó el incendio y no tanto en la descripción detallada de los procedimientos quirúrgicos y las heridas traumáticas encontradas en las víctimas. Todos podemos entender la ansiedad, el miedo, la valentía, y la dedicación porque son emociones humanas que todos, médicos y no médicos, compartimos. La medicina es de todo, menos glamorosa, a pesar del imaginario que todavía puede llegar a existir en el inconsciente colectivo. Esos son los elementos alrededor de los cuales vertebré el relato. Pero le agregué el contrapeso de los datos. La imagen que puede resumir ambos componentes es aquella que me describió Del Bosco sobre los voluntarios que venían a donar sangre al Hospital luego del atentado terrorista: una fila de varias cuadras que se hizo en donde 750 personas donaron sangre en las primeras 24 horas, habiéndose transfundido 176 unidades de glóbulos rojos, noventa y siete de plasma, sesenta y tres de plaquetas y setenta y seis de crioprecipitados. Ahí mismo, tenés emoción basada en la evidencia.
—Después del covid, ¿cómo está preparada la Argentina para una eventual nueva pandemia? ¿Somos mejores o peores después del coronavirus?
—El covid hizo que los gobiernos nacionales y provinciales invirtieran mucho presupuesto en salud para combatir al virus. Por ejemplo, antes del covid en muchos hospitales había salas enteras sin oxígeno de pared. Si un paciente necesitaba un soporte con oxígeno en mascarilla, tenía que internarse en un lugar específico del hospital, convirtiendo a este recurso en uno limitado. El covid mejoró la infraestructura para combatir un virus respiratorio, ya que se hizo una gran inversión para instalar los tanques, caños y bocas de oxígeno necesarios. En este punto estamos mejor que antes. Me gustaría que, además de infraestructura, se discuta qué condiciones queremos para los médicos que trabajarán en una próxima pandemia. Sería interesante que se armara una fuerza de trabajo del Ministerio de Salud que evalúe las decisiones que se tomaron durante la pandemia, los puntos fuertes y débiles del sistema de salud y el resultado de estas acciones. ¿Cómo podemos saber si hicimos bien o mal el trabajo si no lo analizamos? Hay que hacer un análisis científico-epidemiológico para saber si somos mejores o peores. Entiendo la resistencia que puede generar una tarea con estas características, sobre todo en el arco político. Nadie quiere mostrar sus errores ni recibir críticas (menos por los de afuera). No se trata de echar culpas, sino brindar soluciones. Yo lo único que puedo hacer como individuo es reflexionar, pero las autoridades deben evaluar. Las catástrofes futuras son inevitables e impredecibles. Lo que podemos evitar es cometer dos veces el mismo error.
Pasada la euforia
—¿Los aprendizajes de AMIA y Cromañón quedaron sistematizados? ¿Están sirviendo a las nuevas generaciones de médicos o se perdieron en un mundo de anécdotas?
—Creo que no se discuten lo suficiente en la comunidad médica y justamente para que no se pierdan en anécdotas es que busqué escribir este libro haciendo foco en ellas. Los aprendizajes no fueron sistematizados. Fueron un momento de brillantez y esplendor, pero que no produjeron un cambio profundo y duradero en la comunidad médica en general. Es el mismo efecto que ganar la Copa del Mundo: en Buenos Aires se vio una manifestación espontánea pacífica de cinco millones de personas, una verdadera expresión de sociedad cohesiva. La máxima grieta que había era entre quienes opinaban que el mejor gol del Mundial fue el de Di María o el de Julián Álvarez. Pasada la euforia, todo volvió a estar como antes, y la sociedad dividida en tercios, volvió a estar en desacuerdo. Dos grandes lecciones me llevo de la respuesta del Clínicas ante el ataque a la AMIA y el incendio de Cromañón. La primera: cooperar flexiblemente da buenos resultados. Este concepto lo traigo de Yuval Noah Harari. Los humanos somos los únicos animales que podemos trabajar juntos entre miles de desconocidos solo apoyándonos en ideas abstractas en las que creemos y compartimos. La segunda: el ejercicio del Hospital Escuela de revisar las decisiones tomadas, lo que conocemos como “Ateneo Médico”. Solo analizando lo ocurrido en AMIA, el Clínicas aprendió y estuvo mejor preparado para la tragedia de Cromañón. Muchas veces creo que en Argentina hay mucho de formular un plan de acción e implementación y no hay tanto sobre diagnóstico y evaluación.
* Excorresponsal en Washington y en Israel. Escribe sobre temas de Estados Unidos y Medio Oriente y tendencias / @mraimon
“Un día (a)normal”
Martín Merenzon*
Las catástrofes con un gran número de víctimas resetean la normalidad de los hospitales e instalan una “nueva normalidad”. Las actividades semanales rutinarias como los Ateneos, la recorrida de sala en una determinada hora, el horario de entrada y salida, las licencias de cualquier tipo, las clases, los horarios de consultorio, el calendario semanal de distribución de quirófanos entre servicios, la distribución de las guardias entre los médicos, quedan desplazados y en pausa. El golpe de la AMIA fue tan duro que la “nueva normalidad” se instaló sin preámbulos. Del Bosco la recordaba con precisión. Evidentemente, hay experiencias que los años no borran jamás:
Llegaba 7 a. m. al hospital, 7.30 a. m. iba a la sala, hacíamos la revista de sala. Veíamos primero a los enfermos inestables. No era una revista rígida. Si llegaba un especialista, interactuaba con él y luego continuaba el recorrido. En los primeros días había muchos pacientes. Al hospital llegaron cien heridos el primer día, pero no todos quedaron internados. En un primer momento habrá habido internadas cuarenta personas entre UTI y sala. Uno de nosotros había hecho un triage en la guardia. Él derivaba y organizaba. Se suspendieron todas las actividades docentes. La revista de sala, luego de que se superara el primer impacto de ingresos, era de entre 15-18 pacientes. Al mediodía hablaba con familiares. Ayudó mucho que el director (el Dr. Florentino Sanguinetti) informara a su vez a cada una de las familias, en intervalos regulares, en el aula grande de radiología. Eso ejemplifica cómo no se quebró la estructura jerárquico-administrativa. La díada que se forjó fue fundamental: estructura presente y tus compañeros trabajando con vos hombro a hombro; la historia del Clínicas mostrando lo mejor.
A la tarde seguíamos viendo a los pacientes. A las cinco de la tarde hacíamos una última revista. Los primeros dos o tres días, fueron hasta cualquier hora. Descansábamos poco. Se iban resolviendo los problemas. La ayuda mutua fue clave para que no nos agotemos del cansancio y pudiésemos cargar energías por algunas horas.
Los cirujanos se lucieron. Por la dinámica de la catástrofe, la mitad de los enfermos llegan todos juntos en la primera hora. Después baja la intensidad. Hubo un segundo derrumbe que lo vimos en directo por la televisión en el hospital. Ahí hubo un repique de pacientes. Yo estaba enfocado en eso. Me daba tranquilidad pensar que esto iba a terminar cuando terminara. En algún momento iba a terminar porque todo empieza y todo siempre termina. Entrás en un modo de aceptación. Me tocó ésta, entonces sigo, no cuestiono, no filosofo. Para mí eso es como una clave mental. Te quita ansiedad. La ansiedad de cuándo se termina. Me hace acordar a cuando hacés el desayuno y ponés a hervir agua para un café estando apurado. Te quedás mirando el agua esperando que hierva y, si estás apurado, pasa el tiempo y nunca hierve. ¿Eso sabés qué es? La ansiedad trabajando.
En situaciones críticas se acaban las “pavadas”, se acaba la neurosis. Es supervivencia pura. Las dudas de la posmodernidad desaparecen. Son situaciones que le dan sentido a la vida de uno. Todo lo que uno ha puesto en su formación profesional, lo pone a disposición de ayudar a la gente, le da sentido a todo. Estas situaciones son buenas para saber quién es quién. Quiénes se quedan a pelearla y quiénes se retiran de la arena. En algún lugar leí que los verdaderos revolucionarios o ganan o los matan en el intento. Aquellos que pierden y viven generan desconfianza: ¿cómo eludiste el fusilamiento? ¿Entregaste a alguien? ¿Huiste?
*Fragmento del libro Reflexiones médicas a partir de las catástrofes.