ELOBSERVADOR
MOrandini entrevista a antonio fischetti

Una muerte le salvó la vida

Ambos fueron víctimas de la barbarie. La senadora, que también es periodista, realizó esta entrevista al columnista de Charlie Hebdo que vino a nuestro país a recibir el Premio Perfil.

Juntos. Antonio Fischetti y Norma Morandini: un diálogo sobre la libertad, el sentido del humor y la responsabilidad, y los límites de los periodistas cuando ejercen su tarea.
| Nestor Grassi
Una muerte le salvó la vida: Antonio Fischetti debió estar en la reunión de la redacción del periódico más satírico de Francia, aquel fatídico 7 de enero del año pasado, cuando al grito de ¡“muerte a Charlie Hebdo”! terroristas islámicos descargaron las balas de los Kaláshnikov contra dibujantes armados sólo con sus lápices, cuyo único delito había sido desde hace años utilizar la expresión más sofisticada del pensamiento, el humor, para criticar, burlarse de la política, la religión. Fusilaron a doce personas. Un atentado en el centro de París que significó el mayor ataque a la libertad de expresión. Pero Antonio no estaba en la redacción. Llegó después. Hijo de italianos, una herencia que sus rasgos delatan, el funeral de una única tía napolitana, le sacó del lugar donde murieron los que eran su familia laboral, sus amigos más cercanos. ¿Destino? ¿azar? Ese imponderable que nos maneja la vida y que él como científico agnóstico prefiere llamar “casualidad”. Es lo que vuelve a contar, una y otra vez, en su paso por Buenos Aires, a donde llegó para recibir el “Premio Perfil a la Libertad de Expresión”, que este año, a nivel local, fue otorgado a mujeres periodistas. Ellas también utilizaron la libertad del decir para clamar en la Plaza Pública por los derechos de las mujeres. “Ni una menos”, el lema ingenioso que simplificó el drama de las que gritan y sufren en la soledad de las alcobas, las mujeres asesinados por sus novios, esposos, amantes o maridos. Un premio con el que año a año esta editorial reconoce el insumo de la democracia, la libertad de expresión. Un Premio que a mí indirectamente me devolvió esa otra fascinante herramienta de la prensa, el reportaje, para recuperar mi condición de periodista, al mismo tiempo en el que termina mi mandato como legisladora. Una década marcada por el intento autoritario de cancelar la mediación de los periodistas entre los gobernantes y los ciudadanos que desnudó la escasa conciencia en torno a que la prensa es inherente al sistema de las libertades.
El tema sobre el que giró toda mi conversación con ese hombre amable, de múltiples intereses y una sólida formación. Físico acústico, profesor que escribe libros sobre la ciencia, la ecología y el futuro con títulos sugestivos como El deseo y la ramera, Estornudos en coliflor y otras metáforas sexuales, filma documentales premiados como Sinfonía animal. Actividades paralelas a su columna en la revista que lo mantenían alejado de la redacción. Sin embargo, a diferencia de otros que se marcharon tras el atentado, él  tomó la “decisión política” de regresar a la redacción con una “conciencia renovada” sobre la defensa de los valores de la democracia y la República. “Aprendí que la vida pende por un hilo y puede cortarse en un instante. Yo estaba fuera cuando debí estar en la reunión, pero otros, como el corrector estaba en la redacción cuando no debía estarlo por causa de un retraso”. El dolor por la muerte de sus compañeros, el núcleo histórico de un periódico que aprendió a amar desde niño “era la única revista que mis hermanas traían a casa”, le impusieron “la misión” de quedarse para responder con más sátira, más risa, más irreverencia a ese grito de muerte que asesinó a sus mejores amigos. Entre ellos, Charb, el director de Charlie Hebdo de 47 años y Wolinski, un dibujante de 80 años que pasó la vida haciendo reír.  Doce personas, asesinadas, “nosotros no nos burlamos de las personas –dice–, criticamos, satirizamos las religiones. Tenemos derechos a blasfemar. Y las personas tienen la libertad para no comprar la revista”.  
“Después del trauma que fue la muerte de tantos amigos y el cuestionamiento de lo que significó el atentado, me dieron ganas de volver a Charlie Hebdo”. Entiendo a los colegas que se alejaron. Cada uno lo vivió a su manera. Mi sensación es que debo seguir trabajando por ellos, debo seguir luchando y viviendo por ellos porque los dibujantes que murieron eran mis amigos, mi familia. Pero también fue una decisión política. Cada semana cuando escribo quiero decirles a los terrroristas que “Charlie no ha muerto. Si nos detenemos, abdicamos, el terrorismo avanzará, perderemos la democracia”.
Le comento que en nuestro país se condenó el atentado y se repitió la solidaridad del “Je suis Charlie Hebdo”, (yo soy Charlie). Sin embargo, muchos dijeron, “Sí, pero…sin dejar de mencionar las que califican “ofensivas” caricaturas a Mahoma, como si explicara lo que carece de justificación. El terror, la muerte, para silenciar lo que molesta. Ese “por algo será” que recorre nuestra odiosa historia autoritaria sin que hayamos incorporado como valor compartido que la libertad de expresión está por encima de cualquier atajo o atenuante. Pero me equivoqué al interpretar esa reacción en Argentina como la escasa conciencia democrática que existe en nuestro país en torno a la libertad de expresión. En Estados Unidos, un país con gran protección jurídica al trabajo de la prensa, en mayo de este año, el mayor galardón de la literatura, la entrega de los premios del PEN en Nueva York estuvo rodeado de una gran polémica por causa del galardón a la “libertad de expresión” que otorgaron a la revista francesa. Seis miembros del PEN American Center, algunos Premio Pulitzer se negaron a participar de la ceremonia por oponerse a que se le entregara el premio a la libertad de expresión a la revista francesa. A lo que Fischetti responde: “Los Estados Unidos jamás van a entender la laicicidad como los franceses, ya que sus presidentes juran sobre una Biblia”.  
Argumenta sin enojarse. “El humor no tiene límites, en Francia tenemos el derecho a blasfemar. El arma de los humoristas es un papel y una pluma. No el terrorismo”. Tal como sucede en la revista, hoy custodiada por policías, o su mismo director que se mueve bajo estrictas medidas de seguridad”.
El mismo sabe que es vulnerable, pero sin jactancia reconoce que perdió el miedo que pudo tener antes del atentado: “nunca imaginé que en democracia terminaríamos viviendo y trabajando en un lugar tan custodiado”, pero insiste, seguiremos satirizando para ejercer y defender la libertad de expresión y para que “la muerte de mis amigos no sea en vano”. Me inhibo de preguntar sobre la culpa que puedo reconocer en los sobrevivientes. Pero ahora no importa la razón que explica su conducta, lo cierto es que él viaja por el mundo para recoger el reconocimiento y la solidaridad de los que viven la libertad del pensar y el decir como el corazón de la democracia. Prefiero ahondar sobre el tema que lo trajo a Buenos Aires. Le pregunto sobre la única limitación que admite la libertad de expresión, la responsabilidad. ¿Cuál debe ser el límite? “Hay límites legítimos, no hacemos humor con el racismo, el antisemitismo, la vida privada”. Recuerda que la revista nunca satirizó sobre el escándalo sexual de Dominique Strauss-Khan, el otrora poderoso director del Fondo Monetario Internacional. “Nosotros no decimos que no hay límites, pensamos que no hay límites para burlarse de las ideas y la religión es una idea. Pero no de la emoción de sus creyentes, de los que no nos burlamos. La libertad de expresión, si no se ejerce, enmudece”. Sin embargo, el atentado a una pequeña revista que se jactaba desde su portada de hacer periodismo “irresponsable”, ahora convertida en el símbolo de la defensa de la libertad del decir, vive la “responsabilidad de defender la República, y por eso están pensando en cambiar ese slogan por otro.
A los que los acusan de islamófobos y preguntan ¿por qué se burlan del islam y no de la Shoah? Fischetti responde: “No es lo mismo, el Holocausto no es una idea, es un hecho real en el que hubo muertes de verdad. No difamamos a personas por árabes o judías, eso sería racismo. En Francia tenemos leyes que protegen la privacidad. Tenemos derecho a blasfemar. Criticar las ideas no a las personas por su color de piel. En Francia hay una distinción muy fuerte entre lo público y lo privado. No hacemos críticas personales”. Tal vez es esa la distancia entre una democracia desarrollada como la francesa y la nuestra en la que las críticas son personales y los que mal llamamos debates son descalificaciones personales, no argumentales.
Le cuento que en democracia, los periodistas argentinos tuvimos también un mártir del ejercicio de la libertad de prensa. José Luis Cabezas, el fotógrafo de la Revista Noticias de la editorial PERFIL, muerto por divulgar la fotografía de Yabrán, lo que generó una gran solidaridad de los periodistas, no siempre acompañada por la sociedad.
En Francia, en cambio, ellos se sienten apoyados y reconocidos, tal como sucedió con el resto de Europa. Los principales diarios de Europa tras el atentado escribieron un editorial conjunta y repitieron la frase “No somos como ellos”, del escritor checo Vaclav Havel, opositor al totalitarismo que se convirtió en presidente. Esa es la fuerza de “Una pequeña revista basada en la relación de sus periodistas, se ha convertido en un símbolo de la libertad de expresión”.
Antonio Fischetti había estado en Argentina en 2001, pero dice que ahora puede reconocer lo que sucedió en nuestro país con la dictadura, cuando la revista Humor perforó con la sátira la censura de la dictadura y el genial dibujante Hermenegildo Sábat dibujaba gotitas de sangre sobre las caricaturas de Videla.
Vive la defensa de la libertad de prensa como un acto de resistencia, aunque deban seguir explicando las sátiras de la revista que son mal entendidas, como sucedió con las viñetas de la revista tras la muerte del niño sirio Aylan en las playas de Turquía: “La prueba de que Europa es cristiana. Los cristianos caminan sobre las aguas, los niños musulmanes se hunden”.
“Nosotros criticamos al mundo occidental de McDonald’s al que quieren entrar los refugiados”, explica sobre esas viñetas que, también, en nuestro país, provocaron escozor. Pero en relación a los refugiados, no duda. “La guerra es la culpable por los refugiados y países como Francia que son responsables por esas guerras tienen la obligación de recibir a los refugiados”.