ESPECTACULOS
Alberto Segado

3 columna El malo de la obra

Integra el elenco de Un enemigo del pueblo, adaptada y dirigida por Sergio Renán, que el 20 se estrena en el San Martín. Dice que el drama de Ibsen parece reflejar el conflicto de Botnia y Gualeguaychú. Cree que las posibilidades artísticas de los actores se achican y que el medio está achatado.

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El panorama cultural argentino no fue lo que esperaba. | Enrique Abbate

Pocos saben que Segado estudió hasta segundo año de Medicina y que sus comienzos en los escenarios fueron en el Teatro Municipal de Morón. “ Soy del Oeste, más precisamente de Haedo”, dice con orgullo uno de los actores históricos del elenco estable del Teatro General San Martín, intérprete notable que encarnó grandes protagónicos de la dramaturgia universal. Desde el viernes 20 integrará el elenco de Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, adaptada y dirigida por Sergio Renán, con el rol protagónico de Luis Brandoni.
Recuerda que estudió en la Escuela de Teatro de la Universidad de Buenos Aires (ETUBA) y que Onganía la quiso cerrar, en 1967. Tuvo como docentes a Oscar Fessler y Patricia Stokoe, antes de que decidieran exiliarse.

—¿Por qué renunció al elenco estable en 1984?
—Fue un privilegio para todos los que lo integramos y se terminó en 1989, aunque en mi caso decidí irme antes, en términos amistosos. La ventaja que tuvo fue la posibilidad de probar todo el tiempo, arriesgar sin estar pendiente del éxito. Es una estabilidad maravillosa. Pero como en el hombre anida la burocratización y el quedarse chato y choto… En mi caso, decidí irme con la comezón del séptimo año… Fue importante como capital el haber transitado tantas obras clásicas maravillosas. No existieron muchos elencos estables en esta ciudad…

—¿No tuvo miedo a la inestabilidad propia de la carrera del actor?
—Me llevó dos años tomar esa decisión, pero luego de sopesado me decidí, sin tener bastones. Me fui en 1984, después de hacer María Estuardo; fueron meses muy productivos, hice televisión y cine. Propuestas que ya no existen, ciclos como Compromiso, Situación límite, espectaculares y unitarios. Me convocaron del Cervantes para hacer El campo, de Gambaro, con dirección de Alberto Ure, y antes de finalizar ese mismo año me llamó Kive Staiff para hacer Primaveras, de Aída Bortnik, pero como actor contratado. Junté bastante dinero y en 1985 me fui a vivir durante un año a París. Necesitaba un parate. En ese año sabático, vi mucho teatro y conocí a todos los grandes, desde Brook, Bergman y Kantor hasta Strehler.

—¿Había interpretado antes “Un enemigo del pueblo”?
—Fue para Canal 7, con dirección de María Herminia Avellaneda. Interpreté el mismo papel que ahora: el alcalde, el malo de la obra. Hoy su problemática nos es muy cercana, hasta podría decirse que Ibsen es oportunista, si miramos lo que sucede con las papeleras y con Uruguay. Escrita en el siglo XIX, demuestra que el hombre no aprendió mucho en todo este tiempo. Los mismos errores, las mismas piedras. Es la vigencia de los clásicos.

—Hubo un Segado director: ¿por qué no volvió?
—Tuve sólo dos incursiones. La primera en ese ciclo La erótica en aquel teatro Babilonia y después Factor de riesgo, de Gustavo Belatti, en Andamio 90. Nunca me tentó dirigir un gran texto para plasmarlo escénicamente. Mi gran deseo es hacer un espectáculo propio, personal, vinculado a un tipo de creación, como lo que hicieron Tadeusz Kantor o Pina Bausch. Para oficio tengo el de actor, pero para dirigir quisiera otro universo.

El fin de un modelo. Durante diez años fue docente en la escuela de su maestro, Augusto Fernandes. Abandonó esa responsabilidad por cuestionamientos propios que reflejan a un hombre preocupado por su país y su tiempo.

—¿Qué balance hace de su paso por la docencia teatral?
—Con Fernandes había hecho talleres como actor y también de dirección. En 1996, cuando me dirigió en El relámpago para el Cervantes, me invitó a ser uno de sus docentes. Al principio no acepté, tenía miedo, después lo viví como una experiencia maravillosa que duró once años. El año pasado dejé. Me empezaron a surgir preguntas, sobre para qué preparamos actores: ¿para esta realidad que vivimos?

—Los que estudian con Fernandes difícilmente sueñen con entrar a la casa de “Gran Hermano”...
—Es cierto, pero mis cuestionamientos tienen que ver con toda la realidad que nos rodea. En mi caso, me preparé para un teatro que se suponía iba a ser cada vez más exigente. A mis 20 años, pensé que habría muchos teatros San Martín. Con el paso del tiempo, cada vez hay menos lugares. Imaginé un modelo europeo, con una actividad teatral con ayudas oficiales, dándoles trabajo a actores profesionales. Nuestra realidad tiene más que ver con las salas independientes. Hoy no hay grandes textos. Nos falta un vuelo alto, trascendente. Prevalece un achicamiento a todo nivel. Todo es para menos y lo que hay es peor.