Quizás habría que parafrasear el poema de Borges y señalar que el Teatro San Martín es “eterno como el agua y el aire”. El proyecto de un teatro para la Ciudad de Buenos Aires se inició a principios del siglo XX con el impulso por los festejos del Centenario (1910). Pero su construcción se inició el 24 de junio de 1954 con la firma de los arquitectos Mario Roberto Álvarez y Macedonio Oscar Ruiz. Sus puertas se abrieron el 25 de mayo de 1960; ahora, en plena cuarentena, están cerradas, pero su corazón sigue latiendo sesenta años después. Estrenos nacionales y artistas internacionales le dieron a lo largo de las décadas su sello. Entre ellos, un director español, Lluís Pasqual, tuvo dos grandes éxitos, con Los caminos de Federico y La tempestad, ambos con el gran actor nacional: Alfredo Alcón (1930-2014), nombre que es casi sinónimo del San Martín (desde 2017 el hall central lleva su nombre).
Pasqual le dijo en exclusiva a PERFIL: “Lo primero que me sorprendió fue ver que dos de sus salas tenían apellido catalán: Casacuberta por un lado y Cunill Cabanellas por otro...: el primero, gran actor según la tradición oral y el segundo, gran hombre de teatro, renovador de la puesta en escena. ¡Hermosa manera de honrar la memoria de dos artistas de un oficio de cuya práctica no queda más traza que el recuerdo! Después de haber hecho Eduardo II con Alcón decidimos embarcarnos en la difícil aventura de levantar El público de García Lorca. Al cabo de varias semanas de lecturas nos dimos cuenta de que nos faltaba algo antes de acometer ese viaje. Nos hacía falta bucear en las entrañas del poeta para construir un lenguaje común hecho de intuiciones y de imaginarias certezas, conocerlo y tratarlo más de cerca en sus emociones y sentimientos para no ponerle ni un adjetivo intelectual a esa obra imposible sino poder acercarnos a esa herida hecha de carne y de la sangre que rezuman sus palabras”. Y agrega a su vívido relato: “De esa necesidad nació Los caminos de Federico. Como si de un confinamiento se tratara, nos encerramos cuatro semanas en el espacio de la sala Casacuberta. Si en Eduardo II habíamos constatado nuestro entendimiento, en Los caminos... nos enamoramos a través de Federico con una libertad, una confianza y una capacidad de desnudo espiritual el uno hacia el otro como casi nunca he sentido con ningún otro actor. (…) El resultado fue que Alfredo no era Federico sino su alma. Las palabras eran como carbones inertes que cobraban vida y se volvían incandescentes al acercarles la llama de su arte inmenso...”.
Del otro espectáculo, La tempestad, hablan actores del mismo elenco. “Hicimos dos temporadas después de seis meses de ensayo –recuerda Carlos Belloso, Calibán de Shakespeare–. Alfredo (Alcón) era un excelente actor y un entrañable amigo de tablas”. “Para mí fue un antes y un después –asegura Eleonora Wexler–. Soñaba con trabajar en este teatro. Fue un enorme aprendizaje estar al lado de Alcón, persona maravillosa, gran talento, y esa escuela que nos dejó. Amo al San Martín, es como mi segunda casa”.
Los estrenos se iniciaron en la década de 60. A aquella época y a otra más actual se refiere Norma Aleandro: “Hice varias obras como actriz: Becket de Jean Anouilh (1963), Don Gil de las calzas verdes de Tirso de Molina (1964) y El círculo de tiza caucasiano de Brecht, dirigida por Oscar Fessler (1972). Después volví como directora, con Hombre y superhombre de Bernard Shaw (2001)”. De este espectáculo habla una de sus protagonistas, Eleonora Wexler: “Con Norma Aleandro dirigiendo nos divertíamos muchísimo. Ella imitaba al personaje. Fue una fiesta hacerlo”.
Tuvo varios directores artísticos, pero fue Kive Staiff en sus tres períodos quien más dejó su huella. Armó un elenco oficial y consiguió que en 1977 se formaran el Ballet Contemporáneo y el Grupo de Titiriteros, ambos vigentes. Agregó la sala Leopoldo Lugones para el cine (1967), su propia revista y publicaciones (1980) y la Fotogalería (1985). Una de las creadoras escénicas más importantes durante muchos años fue Laura Yusem. Sus puestas en escena y el triángulo creativo que conformó con Griselda Gambaro (autora) y Graciela Galán (escenógrafa y vestuarista) marcaron un hito. “El San Martín fue mi casa –afirma Yusem–. Me resultó maravilloso poder volver a dirigir el año pasado (El cartógrafo con Elena Roger). Conozco cada revoque del teatro. Empecé con Staiff, quien fue el primero que les dio lugar a las mujeres en los teatros oficiales, primero Alejandra Boero (1977), después Inda Ledesma, y siguieron muchísimas. Y no nos daba la sala chica…”
Hubo actores que resultaron casi sinónimos del San Martín. Uno de ellos fue Osvaldo Terranova, hoy su hija, Rita, también actriz, lo recuerda: “El primer éxito de mi padre fue Cremona de Discépolo (1971), y su consagración, He visto a Dios de Defillipis Nova (1973). En 1974 me sumé y compartimos el escenario en la Casacuberta. Este teatro no solo le dio un lugar de primer actor sino que le permitió trabajar su máscara trágica y se hizo un especialista en el género grotesco”. Otra heredera de la actuación es Ingrid Pelicori, integrante de numerosos estrenos: “Toda mi vida está atravesada por el San Martín. Mi adolescencia, viendo a mi padre –Ernesto Bianco– en Un enemigo del pueblo, junto a Héctor Alterio o a María Rosa Gallo (por entonces mi tía) interpretando Las troyanas. Eternamente agradecida al repertorio que pude abordar, Chéjov, Ibsen, Discépolo, Shakespeare, y ligada a los actores que han sido también mis maestros: Elena Tasisto, Alicia Berdaxagar, Juana Hidalgo, Graciela Araujo, Walter Santa Ana, Alberto Segado, entre muchos otros. Esperamos reponer Cae la noche tropical, junto a Leonor Manso, previsto para fines de abril. Ojalá suceda pronto”.
Llegaron varios creadores del exterior y sus puestas significaron hitos importantes. Desde Vivian Leigh (1962) siguiendo con María Casares (1963), John Gielgud (1966), Marcel Marceau (1971), elencos de Kabuki y Noh de Japón, Tadeusz Kantor (1984-1987), Pina Bausch, Darío Fo, Kazuo Ohno, Bibi Andersen, Vittorio Gassman, Robert Sturúa o Nuria Espert. El Teatro San Martín es para los espectadores porteños, como para los artistas, su segunda casa. Teatro, danza, títeres, cine, música y fotografía tienen un espacio destacado allí.
La identidad de una ciudad
“Me resulta imposible pensar Buenos Aires sin el Teatro San Martín –escribe Jorge Telerman, director general y artístico desde 2016–. Tampoco puedo imaginar mi propia vida alejada de este verdadero ícono cultural de la ciudad que, como tal, nos pertenece a todos. Primero como ferviente espectador, después como ministro de Cultura y ahora como director del Complejo Teatral de Buenos Aires, los escenarios de este teatro me han atravesado. Que el San Martín cumpla sesenta años me ofrece, en lo personal, la posibilidad de fortalecer el compromiso tomado cuando asumí la dirección del CTBA: lograr que este querido teatro alcance un verdadero florecimiento, con espectáculos artísticamente cada vez más ambiciosos, y un crecimiento progresivo y sostenido en la cantidad de espectadores. Por eso me llena de satisfacción la respuesta que alcanzamos con obras como Hamlet, Petróleo o Campo minado, por nombrar solo algunas de las producciones que agotaron todas sus funciones como hace tiempo no ocurría. También ver el hall central colmado de todas las edades sumándose a las propuestas de ese espacio de libertad tan significativo para los porteños. Celebro en este nuevo aniversario, el talento, el compromiso y la amorosa entrega de los artistas y trabajadores que hacen posible que los sueños se realicen. Y que el Teatro San Martín pueda reinventarse cada vez para que el espectador continúe deslumbrándose”.