Hay días en que creo que debe haber algo más, pero hay otros en que pasan hechos horribles y me lo cuestiono. Por eso admiro a la gente con fe, ellos encuentran respuestas. La fe es como nunca estar a la intemperie: es tener siempre consuelo. Los que dudamos no lo tenemos. Aunque tengo algo muy especial con la Virgen de Salta. Cuando estuve allí, no le pedí nada, pero me curé de algo que estaba sufriendo. Después me contaron que era muy milagrosa. Por eso, cuando puedo, voy a la catedral, la visito y la saludo.
Yo tenía una gran amiga, Violeta Antier, que me enseñó lo más valioso que me enseñaron en la vida: reírme de mí mismo. Me acuerdo que yo me sentía el ombligo del mundo, llegaba al radioteatro que grabábamos haciéndome drama porque me había peleado con tal o cual, boludeces, y ella enseguida me veía y me preguntaba: ‘¿Y ahora con qué te hacés mala sangre?’. Y me daba risa. Después de reírse de uno, al comprender que lo que nos pasa no es trágico, todo es más fácil.
Los artistas populares hablan con el lenguaje de la mayoría, del pueblo, no el de una minoría que presume de una falsa intelectualidad. El mérito más grande que un artista puede tener es llegar a entrar en el pensamiento y la vida de su pueblo.
“Uno con un político debería tener admiración por lo que piensa, por su ideología, no por su simpatía. Nosotros como actores apuntamos a la simpatía, pero sería bueno que alcancemos una madurez tal que permita que los políticos no tengan que hacer papelones haciéndose los simpáticos y que digan lo que piensan y quieren hacer y nosotros, evaluando eso, decidamos a quién votar.
No sé, a mí ‘maestro’ me parece una palabra muy alta, muy elevada. Yo puedo llamar ‘maestro’ a Troilo, a Goyeneche, a Salgán, a Arlt, a Berni. Cuando me dicen ‘maestro’ hago alguna broma, para que nos riamos y a partir de ahí podamos hablar sin las distancias que presupondría la relación entre un maestro y un alumno. Otras veces, si me dicen ‘maestro’ digo ‘buenas tardes’ y me voy, porque me dejan seco.
Una de las cosas que más disfruto de la vida es recibir el afecto de mis compañeros de trabajo. Porque la admiración es linda, por supuesto, pero si no hay afecto... La admiración no te acompaña cuando estás solo, es un pensamiento casi intelectual. No hay moneda que cobre el regalo del afecto.
La idea de que las cosas profundas y hondas que hablan del alma humana son sólo para un grupo reducido de gente es lisa y llanamente fascista. La gente entiende perfectamente, porque un clásico no es un hecho intelectual que alguien puede no saber qué se quiso decir: apunta al sentimiento, al lenguaje del alma, que es universal. No hace falta ir a la universidad para entender lo que plantean los grandes autores en sus obras.
Si ves en la mirada del otro que te tiene fe, te ponés más lindo y crecés. Ese regalo lo tuve desde mis comienzos.
Nadie se atreve a confesar que siempre se tiene miedo antes de cada función. Si tenés un mínimo de imaginación humana, cómo no vas a tener miedo de enfrentarte con un texto y un público. Actuar es un acto de humillación, uno sabe que nunca estará al nivel de lo que escribió Shakespeare, pero en la lucha por alcanzar esas alturas, uno crece. Como en la vida, no podés salir canchero, hay que levantarse y vivir cada minuto, lo mejor posible.