Creo que la situación de nuestro teatro es de privilegio, me siento una elegida al haber nacido en esta ciudad.
Buenos Aires particularmente es un lugar que respira teatro desde toda la vida, desde mi abuela, desde mi tía, mis vecinos, los tuyos… Buenos Aires camina teatro, vive el teatro como “cultura social” en todas sus demostraciones (comercial, oficial y nuestro sostén enorme e inigualable que es el teatro independiente).
En los últimos años muchos de los directores supuestamente considerados “de un circuito” han estado atravesando lo que se suele denominar la barrera o diferencia entre un tipo de teatro y otro. Hoy en día es bastante común encontrar directores del teatro independiente en producciones del circuito comercial o viceversa, actores o directores del comercial interesados en el circuito off.
Precursor de esto, como de tantas otras cosas, y generador creo yo de estos cambios es mi querido Claudio Tolcachir. Sé que existieron antecesores de esto, y que saltaron esa barrera antes, pero yo personalmente veo en Claudio el modelo de algo diferente. El abrió una puerta de inspiración a muchos cambios que no eran personales ni individuales, sino que marcaban una modificación para muchos, un camino a transitar luego por otros y con esto una caída absoluta e intencional de rótulos.
Aún hoy recuerdo la sensación al ver la cola de público en la vereda y luego el pasillo de aquel pequeño PH de Boedo llamado Timbre 4. Era un verdadero fenómeno, tal vez en aquel momento inexplicable, el solo hecho de presenciar la espera previa. Gente vestida como para el teatro más caro de la calle Corrientes, mezclada con adolescentes que preguntaban el valor de la entrada y se miraban mutuamente, todos juntos haciendo cola para ver lo que sería el fenómeno teatral más grande que yo recuerdo: La omisión de la familia Coleman. Un fenómeno que si algo dejó en claro es que las divisiones no existían, o que si existían entonces podían y debían ser mezcladas.
Sin duda alguna Claudio estaba marcando una ruta que luego sería transitada por muchos actores, directores y productores. Estaba mezclando circuitos de una manera explosiva, estaba demostrando rotundamente que no importaba la “calificación”. Abría puertas. Como las de su PH.
¿Entonces qué importaba? Esa fue la pregunta que comenzó a circular en los inquietos. Uno y muchos más nos empezamos a responder el teatro desde otro lugar a partir de ahí. Creo que Claudio ha sido un demoledor de esquemas, un hermoso atrevido en el mejor sentido de la palabra. Un impulso dinámico.
Esto para mí fue el origen de una gran transformación, y así en la actualidad estamos todos más mezclados, más juntos, menos separados. Las divisiones oficial/off/comercial se han ido esfumando desde lo artístico y uno puede encontrar puestas como Entonces la noche en el Paseo La Plaza, Tarascones en el Picadero, Conejo blanco, conejo rojo en Timbre 4, Mar de noche en Apacheta o Mátate amor en Santos 4040. Todo menos separado, más mezclado. Artistas con fuerte identificación en el teatro independiente dirigen hoy instituciones oficiales, como Tantanian, Eva Halac, Monina Bonelli, Alejandro Ullúa.
Obvio que uno puede leer esta transformación también desde la crisis que está atravesando el país, todos sabemos que son tiempos difíciles y no es ajeno a esto el teatro, por supuesto. Sinceramente, la comunidad teatral a lo largo de la historia ha dado probadas muestras de que es creativa a la hora de hacerle frente a las crisis. El teatro como resistencia, como aire, como enorme vía de escape de esta realidad que se nos pone cada vez más dura a los argentinos.
En medio de este sentir y de estas reflexiones sobre nuestro momento teatral, es que a mí me llega la propuesta de volver a traer a escena El vestidor.
No lo dudé, deseaba que me llegara una obra de este tipo. Es una propuesta osada. Creo que apostar a una comedia dramática de este tipo hoy en día es una jugada atrevida y necesaria.
El vestidor es una gran obra, yo diría un clásico. Y en nuestra versión, en nuestra propuesta, hablamos de todos nosotros, no solo de los artistas. Por eso está llena de emotividad, humor,
realidad. Porque hablamos de lo que nos define, y pienso que nos definen nuestros afectos, y por sobre todo nuestros vínculos. Esos vínculos de los que nos reímos, con los que lloramos, a los que sufrimos. Por eso creo que es una obra donde todo el que la vea va a salir sintiéndose identificado, porque nuestra propuesta es cercana, es tuya y es mía.
El vestidor tiene esto que tienen los clásicos, habla de todos nosotros y nunca termina de decir todo lo que tiene dentro. Es una gran pieza. Como la vida misma, tiene de todo.
La producción nos dio todas las libertades que deseamos tener, no tuvimos que pensar en otra cosa que en lo que queríamos contar y en lo que nosotros como artistas elegíamos. Es decir, un “viajazo”, de esos viajes que uno agradece y mucho.
Contar con un elenco como Puig, Marrale, Ferrero, Padilla y Brito hoy en día, es para mí un lujo que me detengo a festejar.
Retomo con el inicio, cuando me acercaron la propuesta primero que nada sonreí, y luego lo que sentí fue que era una de esas obras que “elegís” hacer porque te otorgan “sentido”. De ésas que te atrapan el alma donde sea, dentro de una sala grande, o pequeña, para un público oficial o para uno comercial. Para quien sea y quiera. Mezclados, sí, como Dios manda.
*Directora teatral. Su última puesta es El vestidor.