La tradición inglesa que lo marcó en el Royal Ballet de Londres parece haberle legado elegancia y mesura. Pero, cuando Iñaki Urlezaga repasa la historia del ballet nacional “Danza”, al que colaboró a fundar y dirigió, y cuando trata de entender por qué el ministro de Cultura Pablo Avelluto decide cerrarlo, sus ojos se enrojecen, hace pausas, y endurece su discurso: “Me parece bien si se recorta a alguien del Estado, que no haya trabajado. Pero no hubo ninguna irregularidad en el ballet. No comprendo esta decisión. El costo político de esto, ¿a quién beneficia?”. Así, se refiere a la decisión del martes, cuando el ministro le comunicó que “discontinuaba el financiamiento” del único ballet de danza clásica a nivel nacional. Eufemismos para referirse al cierre de este emprendimiento, no sin agregados casi irónicos que resuenan a la formalidad de los textos de despido, al “agradecer los servicios prestados”, que Avelluto expresó con un frío reconocimiento por “el trabajo y la dedicación puesta[o]s por Iñaki Urlezaga en este proyecto”.
—¿Cómo fue el derrotero de esta compañía?
—En 2013, arrancamos con 32 audiciones públicas en todo el país: transversal y federal. Se conformó el primer elenco con unos cuarenta bailarines, sin llegar todavía a los sesenta según la nómina. El 28 de marzo de 2014, fue la primera función. Desde 2014, el proyecto fue parte del Ministerio de Desarrollo Social [al frente, entonces, de Alicia Kirchner]. El proyecto nació como algo artístico y social, para realmente llegar a todo el mundo [la compañía se presentó en todo el país, siempre con entradas gratuitas] y porque las audiciones se hacían en todas las provincias. Entre 2014 y 2016, el ballet se desarrolló. A finales de 2016, cuando se había logrado cierto nivel artístico después del esfuerzo que implica formar algo desde cero, la ministra [Carolina] Stanley me explica que la compañía se tenía que ir a Cultura, que sería algo para potenciarla, y que ya asignaba el pase del presupuesto a Cultura, que lo único que tuvo que hacer fue ir pagándolo. Yo creí ingenuamente que trasladarse a Cultura era una mejoría. [Pero] 2017 empezó muy tardíamente. [Recién] el 13 de septiembre, firmamos los contratos los 53 bailarines, el director, cuatro maestros, una asesora artística, vestuaristas y personas de coordinación, técnicos y producción: unas ochenta-noventa personas que forman la planta del ballet. Así, se regularizó la situación laboral de la gente. Desde el ingreso al Ministerio de Cultura, siempre pregunté cómo se iba a seguir. La respuesta era: “Lo estamos analizando”, “Lo estamos viendo”. La última función fue el 30 de diciembre, en Parque Centenario, el espectáculo de danza más multitudinario del Parque. El 4 de enero me piden los objetivos para 2018. El 9, yo tenía acordada una cita con Avelluto. En su despacho, me comunica que iba a discontinuar el ballet, porque no había conseguido los fondos para llevarlo adelante y que lo tenía que desfinanciar. Así, de golpe. No sé lo que pasó. Conozco el final, pero no entiendo qué sucedió en el medio.
—¿Cuál era el presupuesto del ballet?
—El presupuesto de Stanley para 2017 era de 30 millones de pesos para todo el año, de los cuales el 70% es para recursos humanos; el resto, producción.
—O sea que un ballet nacional no amerita 30 millones de pesos...
—…para el área de Cultura…, [no].
—¿Ves diferencias en la gestión cultural del gobierno anterior y del gobierno actual?
—Eso es inevitable, sobre todo, en un gobierno que expresa públicamente ser lo contrario a lo anterior. Pero el arte va más allá de las personas. Los que amamos la cultura la defendemos con uñas y dientes, más allá de quién la haya hecho. No se puede borrar todo, porque empieza algo nuevo de cero: de esa manera no se construye nada.
—¿Vos y/o tus bailarines han pensado en qué sigue, en qué harán a futuro?
—No se puede pensar en un futuro todavía. Pero toda esa gente que se formó en la compañía es idónea; está capacitada para reinsertarse en un cuerpo nacional, provincial o municipal. Pero mucho trabajo, ya se sabe que en la Argentina no hay. Además, se cierra la única compañía de danza clásica a nivel nacional. Lo duro es tragar eso. Es terrible perder la fuente de trabajo. Y para la Nación, se elimina la única compañía clásica nacional: eso es algo irrecuperable.
—¿Es una decisión irreversible?
—Lo único irreversible es la muerte. Los gobiernos pasan y quedan los artistas. En caliente, la gente [del ministerio] no ve lo que una medida tan injusta conlleva, no ve el atropello que uno siente. Después… errar es humano y perdonar es divino. Tal vez alguien diga: “La verdad, que me equivoqué”.
—¿Por qué creés que Paloma Herrera está recibiendo apoyo para mejorar el ballet del Colón y al ballet nacional que dirigías es cerrado?
—Las preguntas que no tienen respuesta duelen porque no se pueden procesar, no se pueden metabolizar… Ella está muy contenta; le han dado todo lo que ha pedido. [No obstante] en todo el mundo, primero siempre hay algo nacional y después están los organismos, sedes, prolongaciones de cada municipio o provincia. Acá se hace todo al revés, incluso a pesar de que existe una ley nacional que alberga la posibilidad de la creación de un ballet nacional. Es una ley de Raúl Ricardo Alfonsín [la 23.329, de 1986] que dispone que este ballet [nacional] trabaje en la órbita del Ministerio de Cultura.
—¿Resulta comprensible que Julio Bocca se haya ido a trabajar a Uruguay?
—Sí, sí… Argentina es un país muy maltratador…
—¿Tenés ganas de irte?
—Ganas no me faltan… de volver a irme.
—Te fuiste a hacer parte de tu carrera en Europa, volviste, apostaste y ahora…
—Estoy de nuevo en cero. Pero me sentía orgulloso de que en un país sudamericano hubiera otra compañía de calidad. El disfrute de ver a los bailarines, a los que espero volver a ver brillando en otros teatros y compañías, eso no me lo borra ningún político de turno.
De contratos, preavisos y mecenazgos
—Paloma Herrera, aludiendo sobre todo a su experiencia en el American Ballet Theatre dijo: “Si sos bueno, vas a tener tu contrato renovado siempre”. ¿Creés que la afirmación se aplica a la Argentina?
—Si sos bueno… depende de para quién. Hay subjetividades. Es una frase muy dura en un país en el que el seguro de desempleo no sé si existe como tal ni si la previsibilidad a la rescisión de un contrato es lo que debería ser. En Inglaterra, mi experiencia fue toda por contrato; la renovación era automática. Y si no existía esa posibilidad por parte del director, tenías seis meses de preaviso.
—En redes sociales y comentarios de lectores de diarios online, hay quienes consideran que un ballet no debe ser subsidiado…
—Una compañía, cuando es estatal, no entra en la categoría de subsidio. Tiene que ver con otra forma de mirar los gastos. Lo que sí, en la Argentina, está pendiente el debate sobre si todo el dinero tiene que ser solo financiado por el Estado. En Inglaterra, el 51% de los gastos de los teatros públicos, que es el pago de los artistas, lo sostiene el Estado, lo cual es una manera de tener el control de la calidad de la institución. El resto (producciones, contrataciones, necesidades de teatro) está patrocinado por mecenas o esponsoreo. Es un ejemplo a seguir. Acá existe la Ley de mecenazgo. Con el ballet nacional “Danza”, si el Gobierno tiene que encargarse de otras necesidades, atendibles, primarias, si el Ministerio de Cultura tenía dificultades económicas, quizás podía encontrarle la vuelta, para que el ballet no muriese.
Son pensamientos míos, de un bailarín. Yo no estoy en el sillón de un ministro, presidente o ejecutivo. [Pero] si estuviéramos dentro del Ministerio de Acción Social y me hubieran dicho que había que cubrir otras necesidades o urgencias –he visto inundaciones en Santiago del Estero–, lo hubiera comprendido. Pero Cultura, [se dedica] al funcionamiento de la Cultura. Eso quisiera yo seguir pensando…