Hoy, el 13, 15 y 17 de octubre, Paloma Herrera hará funciones de despedida de sus 25 años de fulgurante carrera. En el Teatro Colón y junto al bailarín español del New York City Ballet Gonzalo García, será la protagonista de Romeo y Julieta, con coreografía de Maximiliano Guerra. Estrictamente, no serán sus últimas presentaciones, pues luego saldrá de gira por Rosario, Córdoba y Mendoza, en noviembre, haciendo Giselle también junto al Ballet del Colón. Así pues, el 18 de noviembre en el Teatro Independencia de la ciudad de Mendoza será la última ocasión de ver a Paloma Herrera sobre los escenarios. Luego, el 21 de diciembre, cumplirá 40 años, edad para la cual, desde mayo de 2014 estableció su retiro, un proceso que inició con su adiós al American Ballet Theatre de Nueva York el pasado 27 de mayo. Su vida continúa con la docencia y en pareja en Buenos Aires. De su amor, sólo declara que se llama “Matías y está en marketing”, que están juntos hace un año y que ya comparten un hogar donde ella no ve televisión ni sabe cómo se prende el aparato.
—¿Por qué te despedís?
—Fueron muchas cosas las que se fueron dando y de repente sentí: It’s time. Hubo una época de oro en el ABT, la de Barishnikov, Makarova, Alessandra (Ferri), Cynthia Gregory. Después vino nuestra generación, de la que estoy muy orgullosa: Angel Corella, Marcelo Gomes, José Carreño, Ethan Stiefel, Julie Kent. Ellos, mis pares, mis partenaires, se despidieron y me sentí como desconectada. Las de ahora son generaciones diferentes. Además, siempre supe que me quería retirar superjoven. Eso hizo mi ídolo, Barishnikov, quien se fue del American Ballet en lo mejor. Yo quería haber dado todo, todo, todo y además irme feliz, fresca y joven.
—¿Cómo son las nuevas generaciones?
—El mundo está viviendo todo lo de las redes sociales. Yo soy muy old fashion. No tengo Facebook. Prefiero tener pocos amigos con los que tener charlas profundas, en vez de muchos amigos y todo light. Hay bailarines que detrás de escena mandan un tuit: “Se me salió la zapatilla, el conductor no me siguió y me duele la pierna”. No me interesa todo eso. Se pierde la magia. Está bueno estar informado de cosas interesantes, no de estas cosas tan banales. Hoy están los bailarines haciendo tendu en la barra, con sus teléfonos al lado. No puedo cortar con todo eso, soy la única, soy un dinosaurio, me voy a quedar sola. No voy a cambiar el mundo, pero sí puedo cambiar mi carrera. Me quiero quedar con los recuerdos de los momentos grandiosos.
—¿Qué sigue para vos?
—Quiero tener tiempo para otras cosas que no sean esta burbuja que me ha hecho tan feliz. Tiempo para mis amigos, mis afectos, para ir a un concierto, o ir al teatro. Me gusta estar del otro lado del escenario.
—¿Hiciste amigos en el ABT? ¿Tenés amigos en la danza?
—Lo de Black swan (la película) es nada que ver (con la realidad). En el ABT, cada uno puede hacer sus funciones, no está la competencia. Pero no he tenido amigos; he tenido muchos compañeros. Mis amigos para levantar el teléfono y hablar de cualquier cosa son todos fuera del ambiente y de todo tipo: actores muy under, gente que trabaja en bancos, amigos de la familia. Con la gente de la compañía me llevo superbien, pero me gusta, para abrir la cabeza –ya bastante estoy en una burbuja–, ver qué le pasa a otra gente.
—¿Qué hubo de cierto sobre las informaciones que decían que te habías despedido disgustada del ABT?
—Todo mentiras. Hicieron un drama con algo que no existe. Cuando decidí la despedida, el director de la compañía me sugirió que me fuera con Bella durmiente. En cambio, yo quería despedirme con un rol que me representara, que me permitiera extensiones. Volví a hablar con Kevin y me retiré en Nueva York con Giselle. Mi despedida fue hermosa .
—¿Dónde será tu residencia ahora?
—Ya dejé y alquilé mi departamento allá. Me vengo acá a vivir. Estoy buscando un departamento para comprar. Adoro Nueva York, me ha dado todas las posibilidades, pero elijo venir acá. Y estaré yendo muy seguido para allá, donde tengo mi schedule para dar clases.
—En tus funciones de despedida en el Teatro Colón ibas a bailar “Oneguin”, pero se cambió por “Romeo y Julieta”. ¿Cómo viviste ese cambio?
—¿Hace cuánto que vengo al Colón? Todos los años. ¿Con cuántas direcciones del Ballet? Millones. ¿Cuántas veces me pasó esto? ¡Muchísimas! Cuando fue la reapertura, el Colón había cerrado y yo era la única ensayando (se cancelaron las funciones), me tuve que volver y se reprogramó para el año siguiente. Estoy acostumbrada y sigo eligiendo venir a la Argentina. Es lo que hay. La Argentina no es perfecta, el Teatro Colón no es perfecto. Nueva York tampoco lo es. De cada lado trato de sacar lo mejor. El Colón es una belleza, la gente es divina, pero hay cosas que no funcionan. No se entiende cómo se va a programar algo si no está firmado. Me ha pasado varias veces y yo sigo eligiendo estar acá.