Fueron varios los intentos por llevar Tuya al cine. Cinco intentos. Más dos proyectos inconclusos en Alemania, uno para el cine y otro para la televisión. Y el entusiasmo de algunos emprendedores, como mi amigo Gerardo Rozin, que me decían que la novela tenía que ser una obra de teatro “para llenar una sala de la calle Corrientes”. En algún momento sentí que Tuya estaba condenada a ser uno de esos proyectos en los que, a la manera de La película del rey, de Carlos Sorín, los innumerables tropiezos para llevarlo a cabo se transforman en la verdadera historia. Hasta que Edgardo González Amer logró hacer de Tuya una película.
De aquellos intentos fallidos también tengo buenos recuerdos. Como el llamado que irrumpió una mañana de sábado en mi casa: “Disculpá la molestia, soy Alejandro Doria, no sé si me conocerás, yo soy director de cine”. Claro que lo conocía, y me temblaron las piernas. Se disculpó además porque había sacado mi teléfono de la guía, un método de uso poco frecuente incluso en aquella época. El número no figuraba a mi nombre, sino a nombre de quien entonces era mi marido. Yo no lo habría advertido si no hubiera sido porque Doria me dijo: “Perdón por el atrevimiento, pero mi asistente fue novia de tu marido hace muchos años y se le ocurrió buscarte en la guía telefónica por su nombre”. Alejandro Doria fue un enamorado de Tuya, y si la enfermedad no se lo hubiera llevado antes, sin dudas habría concretado el proyecto.
El de Doria, sin embargo, no había sido el primer intento, y después de ése aparecieron otros antes de que me juntara con Edgardo González Amer. Todos interesantes, todos posibles, todos empujados por buenos directores que ya tenían en la cabeza grandes elencos. ¿Por qué me decidí por González Amer? Por intuición, porque me cayó bien, porque lo creí honesto y confiable. Y no me equivoqué, en cada paso que dio en el arduo camino para concretar el proyecto confirmó aquella primera impresión.
González Amer eligió el elenco. Y me pasó lo mismo que con otras películas que se hicieron con mis novelas: a priori yo le había puesto otras caras, pero cada actor por la prepotencia de su trabajo me convenció de que él era el personaje que yo había escrito. Andrea Pietra es Inés, Jorge Marrale es Ernesto, Juanita Viale es Charo, Ana Celentano es Alicia. Con Malena Sánchez me pasó algo particular: ella es aún más que el personaje que inventé; si pudiera, le robaría detalles, gestos, miradas, y se los pondría a la Lali escrita.
Con esta novela hecha película me di un gusto adicional, hice un cameo. Tenía esa fantasía desde que vi a John Cheever haciendo un bolo en El nadador, película protagonizada por Burt Lancaster sobre un cuento suyo. En ese momento yo ni siquiera tenía una novela publicada. Hacer el cameo me enseñó también el tiempo y esfuerzo que implica rodar una escena. Pasé más de medio día en Ezeiza y sus alrededores por unos segundos en la pantalla. Y mi efímera participación dando dos o tres pasos por el aeropuerto implicó estar varias horas de la mano de un señor desconocido que pretendía ser mi marido o alguna cosa por el estilo. Ser actor de cine, bueno o malo, resultó una tarea no tan sencilla.
Aquel día en Ezeiza tuve oportunidad de conocer a Jorge Marrale (un Ernesto impecable) y compartir un largo rato en el camión/camarín con Andrea Pietra y Juanita Viale. La belleza de Juanita Viale es verdaderamente impactante, antes, durante o después de maquillada. Y la imagen de femme fatale contrastaba con su preocupación por conseguir un cargador de teléfono que le permitiera cargar el suyo para estar comunicada con sus hijos.
Un párrafo aparte para Andrea Pietra. Más allá del gran protagónico que compuso, hay algo en su retorno a la pantalla que me alegra sinceramente. Pietra se puso la película al hombro con un compromiso que conmueve. Y cuando la conocí, en el camión/camarín, sentí la misma intuición y confianza que había sentido cuando conocí a González Amer.
A veces los proyectos que se hacen desear son los que nos deparan más alegrías. Tuya, la película, merece que le vaya bien. Yo, por mi parte, ya me doy cumplida por demás.
*Escritora.