El verdadero cine independiente tiene que estar al servicio de las comunidades. Tiene que favorecer la inclusión y el intercambio de conocimientos artísticos y técnicos. Tiene que alentar a compartir los lugares de trabajo. Y siempre con el objetivo de sanar el tejido social -dice José Celestino Campusano-. El maltrato, el onanismo egocéntrico, el extractivismo audiovisual y el plagio descarado de exponentes del cine de género o del cine clásico tienen una relación directa con los vicios de la industria”, remarca este prolífico director argentino que es desde hace rato una de las voces más singulares del cine nacional y que produce de acuerdo a una serie de normas autoimpuestas que respeta a rajatabla. Campusano está orgulloso del trabajo de la Red Internacional de Clusters Audiovisuales, que hoy tiene 17 sedes diferentes en todo el mundo, desde Trelew hasta Nueva Jersey, y que estimula el trabajo cooperativo de creación artística. “La idea es acercarles herramientas, recursos y conocimiento a personas que no han tenido la oportunidad de tenerlos para expresarse con libertad -señala el cineasta quilmeño-. El cine que a mí me importa deja un sedimento profesional y cultural en las comunidades”.
La reina desnuda, el largometraje que Campusano estrenó recientemente en el cine Gaumont, es resultado de esas convicciones y esa metodología de trabajo que ya tiene más diez años de pleno funcionamiento. Se filmó en Gálvez, provincia de Santa Fe, y es uno de los tantos proyectos de un realizador con una capacidad de trabajo asombrosa: ya tiene otros diez guiones en desarrollo, convencido de que “filmar mucho es esencial porque nunca se sabe en Argentina si vas a poder seguir haciendo cine y porque el músculo siempre está mejor si lo vas ejercitando”. Campusano no se queda quieto nunca: “Soy mi propio productor, soy el que sale a buscar las historias y el dinero necesario para transformarlas en películas. Y eso me permite decidir, tener siempre el control del corte final”, asegura.
En La reina desnuda, la protagonista es Victoria (Natalia Page), una mujer que acaba de perder un embarazo y de separarse de su pareja. También se ve involucrada en un problema legal por la herencia de su padre. “Armamos al personaje a partir de las experiencias de varias chicas, no de una sola -revela el director-. Chicas que tenían ciertas similitudes en sus elecciones y procesos de vida. Con esos relatos, buscamos esquivar los clichés para que quede solo la sustancia. Creo que lo logramos”. También forman parte del elenco del film Dolores Moriondo, Alek Molnar, Joaquín Colombo, Franco Ganuza, Sergio Luna Molina, Norma Zeiter y Victoria Rolando. Campusano escribió el guión y dirigió. Gabriela Díaz Galván estuvo a cargo de la fotografía y Horacio Florentín fue el montajista.
— ¿Cómo trabajás con los actores? En general no hay caras conocidas en tus elencos.
—No me resulta esencial que sean “profesionales”, pero además habría que ver qué es ser “profesional”, en todo caso. Trabajo con gente que le ha dedicado mucho tiempo a la actuación, sobre todo en teatro. Es gente que hizo ese trabajo previo en alguna provincia y que no tuvo la oportunidad de estar en una película antes. Así que descubrimos talentos todo el tiempo. Lo más importante para mí es la actitud, el compromiso, las ganas de compartir un proyecto, de trabajar con los demás.
—Y así como no hay caras conocidas, tampoco el estilo de actuación en tus películas suele responder a un canon tradicional.
—En mis películas hay un claro factor de disidencia en el terreno de la actuación. Yo veo que hay una tendencia a la homogeneidad: todos usan una misma gama de recursos en el cine. Pero en la vida hay mucha heterogeneidad, entonces las notas que hay que tocar se corresponden con el entorno en el que se mueven los personajes, más que con las conveniencias narrativas más usuales. Yo busco lo que le conviene a la película y al entorno en el cual se desarrolla. Y celebro la heterogeneidad. Cada película que hacemos es como un mapa humano singular, así como evitamos los clichés de la industria del cine, nos cuidamos de no caer en la trampa de los clichés propios.
—En los últimos años hubo muchas ficciones que pusieron el foco en la marginalidad, pero el punto de vista siempre es un poco ajeno a la realidad que intentan retratar, ¿no?
—Bueno, hay gente convencida de que sabe de un tema porque habló media hora con alguien que de verdad lo conoce. Esa es la “investigación previa” que hacen. Por eso se ve todo tan artificial. Igual ya ni miro esas cosas porque me resultan ofensivas. Si de verdad querés romper el canon de representación falsa tenés que ocuparte de generar un contacto real con los sectores populares. Hay gente que elabora estrategias de supervivencia y de crecimiento en la excepcionalidad con una gran inteligencia. Si no abrís esa puerta, aparece esa mirada paternalista y conmiserativa que ya me tiene harto. Hay toda una destreza de los sectores populares para poder mantenerse a flote. Si vivís más no tenés esa destreza. Las clases populares tienen una gran capacidad de réplica, una facilidad para analizar determinadas situaciones difíciles y resolver rápido. Es mucho más interesante eso que la mirada académica o falsamente artística, que siempre observa con desprecio y busca antes que nada competir y vender.
—¿Es más fácil para vos producir hoy que cuando empezaste?
—Sí, sin dudas hoy me resulta mucho más fácil hacer una película que cuando arranqué. Ya hace cuarenta años que estoy relacionado con el cine. Empecé trabajando en los laboratorios Álex. Y hace veinticinco años que filmo películas con estas prerrogativas que comentaba recién.
—De todos los proyectos que tenés en carpeta, ¿cuáles ves más cerca de concretarse?
—Espero que hagamos todos, pero los que están más avanzados son Territorio, una película que escribí a partir de los que me fue contando un familiar que estuvo en los avatares de la política rural, con todo lo que eso implica en Argentina, y Esclavo en Texas, una coproducción entre Argentina, Bolivia y Estados Unidos. También filmamos en Santa Fe El clan Vega, protagonizada por una familia realmente temible compuesta por padre, madre y dos niñas. Son historias reales contadas desde un punto de vista respetuoso, alejado de ese cine inocuo, inofensivo que suele programarse en festivales grandes como los de Cannes y Berlín. Ellos creen que son los únicos que pueden decir qué carrera cinematográfica es legítima y cuál no. Estamos en la vereda de enfrente de esa idea machacona y decadente.
Una escuela sin paralelo
Con películas como Vil romance, Vikingo, Fango y Fantasmas de la ruta, José Celestino Campusano consolidó un estilo propio, sin muchos paralelismos a la vista dentro del cine argentino, aunque él reconoce algunas películas que considera importantes, influyentes: Fin de fiesta (1960), de Leopoldo Torre Nilsson), Hijo de hombre (1961), de Lucas Demare, Los chantas (1975), de José Martínez Suárez, por citar tres ejemplos que suele nombrar en las entrevistas. “Son películas que vi varias veces, y creo que he podido desentrañar en ellas algunos secretos que me sirvieron para dirigir las mías”, resalta el cineasta, que ha trabajado mucho sobre el espeso territorio del conurbano bonaerense, donde como subraya él “todo es desmesurado: el amor, la amistad, la violencia”.
“Yo trabajo con las referencias de ese tipo de cine y con las que me da el enjambre humano con el que interactúo -añade-. Una vez que pienso que sé algo, también entiendo de inmediato que debo actualizarme. A mí me gusta ponerme en crisis todo el tiempo. Y mi forma de hacerlo es consultar a los demás y estar muy atento a la realidad de la calle, que es superior a cualquier teorización estúpida de los que no la viven y te quieren decir cómo tenés que hacer las cosas. A los únicos que les doy explicaciones es a los que se suman a los proyectos que filmo porque creen en lo que proponemos. No me importa que alguien haya sido extra toda la vida, si yo veo que cree. que confía, le puedo ofrecer perfectamente un protagónico. No me interesan los famosos. La presencia de un famoso no legitima nada. Lo que legitima a una película, al menos para mí, es la honestidad y el trabajo colectivo”.