Pablo Trapero (1971) será el presidente del jurado de “Un certain regard” en la próxima edición de Cannes. Festival que contará con la presencia de, por ahora, tres películas argentinas: Relatos salvajes de Damián Szifrón en Competencia Oficial (donde la última película argentina en competir había sido Leonera de Trapero), Refugiado de Diego Lerman en la Quincena de Realizadores y Jauja de Lisandro Alonso (junto a Viggo Mortensen) en Una cierta mirada. Trapero luce radiante, más ansioso que apretado por su nuevo rol en el festival donde aunque le cueste admitirlo está en casa (cinco de sus películas compitieron –tres en la sección que hoy preside–, él fue jurado de la Competencia de Cortos y Martina Gusmán, su mujer, fue jurado en la Competencia Oficial). “Cuando me llamaron para avisarme, me dijeron que nunca un latinoamericano había ocupado ese lugar, así que por un lado es un enorme reconocimiento y por el otro un regalo, eso sí, tenés que hacerte cargo de las decisiones que tomes.”
Frente a la gran avanzada argentina en Cannes (se rumorea que todavía falta el anuncio de una película más), Trapero dice: “Hace años Frémaux, el director del festival, fue sacado de contexto, hablando del cine argentino mal, y creo que este año, aunque ya se había demostrado eso, se desdice a quienes usaron aquel extracto para hacer correr ese rumor”.
—Dentro de las películas argentinas en Cannes, ¿cómo ves la llegada de Szifrón a la competencia?
—Solamente pude ver el afiche de la película de Damián. Pero por supuesto lo conozco, me da mucha curiosidad. Me parece que es una linda puntuación de festival y un llamado de atención de Damián. Seis cortos, seis historias, y componen un relato: no es algo que se ve todos los días, y menos en una competencia.
—Viste que Darín va a Cannes, pero no fue a acompañar “El secreto de sus ojos” al Oscar...
—Porque Cannes da esa posibilidad de ser un show, con alfombra roja, pero además hay mucha gente muy apasionada por el cine. Han encontrado la forma de mezclar el glamour con un cine más artístico, sobre todo en los últimos años.
—Vos supiste combinar esa vida en festivales y éxito comercial, pero no suele pasar con nuestro cine. ¿Qué te pasa cuando ves que hay más de cien estrenos argentinos y la gran mayoría no funciona con el público?
—Hay varias cosas que pasan. Es muy difícil saber de antemano en Argentina y en general el resultado de una película. En todo sentido: el más fácil de medir es la cantidad de gente que va a una sala. Pero una película no se define solamente por sus tres semanas en un cine comercial. Afortunadamente el cine vive mucho más tiempo que el que está en una sala comercial. Una cinemateca, un DVD, en internet, en un festival, sigue teniendo valor.
—¿Y cuándo hablamos del éxito comercial?
—Me da la sensación a veces de que hay muchas películas que se estrenan que ni siquiera están preocupadas por que alguien se entere de que se estrenaron. Eso me parece una llamada de atención importante: ¿qué tiene que ver el público si no se enteró? Ese es el problema más grande. Después están las que por sus posibilidades, pequeñas, se enfrentan a condiciones de estrenos muy desparejas: ¿cómo competís con películas que hacen un año previo de publicidad? Después están las que salen a dar lucha, de igual a igual: es complicado. No sólo hacés la película sino que tenés que diseñar una forma de mostrar la película. Y ese es el debate importante a dar también: no sólo es una competencia desigual, sino que es una forma de planear y pensar las películas diferente.
—¿Cómo podría ayudar el Incaa a mejorar esa situación?
—El Incaa podría planear más cosas para ayudar a esas películas. Pero es un trabajo en conjunto entre los productores y el Incaa, del que hace la película y del que la cuida. No se puede dar esa responsabilidad a la película sola ni al Incaa. Siento que es una responsabilidad compartida entre nosotros, el Incaa y el público.
—Un ataque a la cantidad de películas es, por ejemplo, criticar los subsidios…
—La Ley de Cine es maravillosa y hay que cuidarla. Si no, no tendríamos ni esta charla y mucho menos nuestro cine. No habría cine en Argentina. Es un privilegio que tenemos y que tenemos que cuidar. Es un subsidio que no sale de tu sueldo ni del de nadie: lo genera la propia industria y es legítimo.
—Suele decirse que “con plata de los impuestos se hacen películas que nadie ve”…
—¿Qué plata? Es la plata de la gente que va al cine o de las películas que pasan en la tele. Vos pagás Shrek y una parte de ese dinero va al fondo de fomento. Estamos todos contentos con la cantidad de películas. La cuestión es: ¿cómo hacemos que esas películas se vean? También uno puede decir, como productor o director, yo no quiero que esta película la vean más de cinco o diez personas. Si tenés 150 películas y se ven cinco hay algo que falla. El punto es encontrar un equilibrio.
—También el cine argentino actual en la época kirchnerista se lee menos político, y algunos hablan de que eso está condicionado, desde las propias películas, por los subsidios.
—Es relativo. Pensá que la nueva Ley de Cine surge en la época del menemismo y fueron las películas más críticas las que dieron origen al fenómeno. Cuando sale la Ley de Cine no había ninguna ley que protegiera la cultura prácticamente. De ahí hasta acá pasaron muchos años y muchas películas que debaten sobre la realidad, probablemente haya mucha timidez de cierta gente por mostrar situaciones de la realidad que entren en conflicto con la situación afuera del cine, que puedan generar una polémica y lo ves porque hay pocas películas que discuten sobre la realidad actual.
—¿Por qué creés que se da eso?
—Yo creo que tiene que ver con una posición de timidez o de temor de quienes hacen las películas. Me parece que las películas están para discutir la realidad y está bueno que así sea. Para mí si el cine no discute con la realidad pierde su valor, yo no lo concibo únicamente como un entretenimiento. El cine puede ser un entretenimiento, pero antes es algo que plantea conflictos con la realidad. Me gusta el cine que obliga a enfrentarte con lo que te encontrás cuando salís de la sala. Y es probable que haya en los últimos años películas menos curiosas. O incluso temerosas algunas.