En el marco de los festejos por los cincuenta años de la Opera de Cámara del Teatro Colón, esta noche (y por un total de seis funciones) vuelve Powder Her Face al Centro Cultural 25 de Mayo. El reestreno de la tan polémica como elogiada obra de Thomas Adès repetirá a las figuras que le valieron grandes críticas y sumará un nuevo elenco con artistas más jóvenes, algo que entusiasma particularmente a su director de escena. Para Marcelo Lombardero, “la Opera de Cámara tiene una doble misión. Por un lado, difundir un repertorio muy liviano en términos de producción (fácil de montar pero con mucha profundidad, dado que es muy difícil sacar a un barrio una gran producción del teatro, pero sí podemos llegar con una de gran calidad y novedosa). Por otro lado, está la formación de público. Por una cuestión de lejanía y falta de producción, hay mucho repertorio y espectáculo de este tipo que al público de la Ciudad se le priva. No hay tantas ofertas en este sentido”.
Lombardero cree que se está en un momento ideal para escapar de fórmulas caducas y contar historias como las de la Duquesa, a quien ve como un personaje contradictorio, con un sentimiento de clase muy fuerte hasta en el momento más tremendo y, a la vez, es alguien condenada por su pares por disfrutar de su sexualidad y desvalida frente al poder patriarcal. “Esta dicotomía hace que sea una historia muy rica. Si no, estaríamos contando una banalidad. ‘Es la ópera de la felación’, dirán quienes la conocen por una escena que propone un planteo técnico musical y dramático muy difícil: cómo cantar cuando la boca está ocupada. La obra es mucho más que eso. Para los ingleses es un hecho real, que remite a un recuerdo colectivo. Es como si nosotros hiciéramos una ópera sobre Samantha y el jarrón de Coppola, cosa que sería genial. No tenemos aristócratas ni duquesas, pero tenemos de estos personajes”, explica Lombardero y continúa: “La Opera de Cámara es un lugar de resistencia. Hoy hay un vacío en la programación de los espectáculos, no solo acá. Hay anemia a la hora de pensar la programación. Se cree erróneamente que el público va a los grandes hits, porque se piensa en un público melómano que ya no existe. Esa idea que teníamos de un público entendido no va más”.
—¿Qué hizo que pasara eso?
—Varios aspectos. La música no está en el centro de la vida del ser humano… O sí, el tema es que ahora está en el centro, pero como un ruido. La gente no escucha música, la consume. Es un producto de consumo más en un sistema que todo lo banaliza y lo estandariza. La música nos acompaña como un ruido en una heladería, en un sanatorio, en un ascensor o en un baño. Ya ni siquiera hay tiempo para escuchar un disco. La gente hoy escucha temas, imaginate si va a dedicarle tiempo a una sinfonía. Por eso siempre me hago la pregunta de para quién hago lo que hago. Mi idea siempre ha sido no hacer las cosas para un público determinado. Hay que abrir el espectro cada vez más. Hay que hablar en términos teatrales contemporáneos.
De teatros y museos
—¿Cumplís tu objetivo? ¿Llegás a quien querés?
—No podemos hacer del teatro un museo. Esta ópera habla de una mujer que es sometida al escarnio público, entre otras cosas, por la decisión de llevar una vida sexual activa. En ese sentido, la obra es conducente y conecta con nosotros hoy. El teatro no es un pasatiempo bonito, al teatro se va a pensar. Lo que más me gusta es que la gente del barrio venga. Tuve la suerte de dirigir dos instituciones como el Teatro Colón y el Argentino de La Plata. En este último, nuestra base de público era menor de 25 años. Me interesa un público activo, que discuta. Me expuse al abucheo en el Colón y lo agradezco. Celebro cuando ocurren estas cosas. Me parece que cuando se genera una incomodidad está bien. El teatro no tiene por qué ser cómodo.
—¿La Opera de Cámara es una respuesta ideológica?
—Siempre tengo una mirada ideológica sobre lo que pongo en escena y programo. Indudablemente. También la elección del repertorio tiene que ver con eso. El año pasado hicimos algo relacionado con el donjuanismo y la femineidad. Allí reconstruimos una obra de Scarlatti llamada El triunfo del honor, una versión del Don Juan, cuya particularidad era que el rol protagónico se lo otorgaba a una soprano. En aquel entonces, un rol travestido. Pero, ¿es posible un Don Juan femenino? Ahí pensamos en Powder Her Face, aunque la imagen que queda de esta duquesa es muy diferente a la que deja el Don Juan masculino. A ella no se la ve como a una heroína romántica.