Por alguna razón escucho Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band todos los días en el auto. Realmente no puedo. Es parte de mi juventud, seguro. Pero se siente invencible cuando lo escuchás. Todos queremos escuchar música de la misma forma en que lo hacíamos cuando éramos jóvenes: con oídos frescos, con ganas de que la música te cambie la vida”, dice del otro lado del teléfono Al Di Meola, el mítico guitarrista norteamericano que el 2 de agosto presenta su disco Opus (álbum editado en febrero de este año) en el Opera. Di Meola es, a sus 64 años, una leyenda de la guitarra, y alguien que posee en su propio panteón de deidades nombres como Chic Corea (con quien comenzó su carrera), Paco de Lucía (con quien trabajo) y Astor Piazzolla, con quien desarrolló una amistad en los años neoyorquinos del compositor y músico argentino (además de intercambios de partituras). El mismo Di Meola habla sobre su vínculo con Piazzolla de forma muy sentida: “Tengo una conexión muy especial con Argentina. Si no hubiera sido amigo de Piazzolla en los últimos años de su vida, hoy sería otro músico. Me afectó de una forma muy profunda: sus palabras, su música, sus ideas. Su música esta siempre en mí, en mis shows, en todo lo que hago. Fue clave para mí y la posibilidad de ver qué tipo de músico yo podía ser. Argentina, entonces, es una gran parte de mi educación sentimental. Por siempre he trabajado con nombres de la Argentina”.
—¿Qué creés que la música puede hacer por el mundo en este momento?
—El mundo siempre ha tenido problemas. Problemas económicos, sociales, políticos. Desde Estados Unidos puedo decirte esto: nunca hemos estado peor. Tenemos un presidente horrible, que crea cientos de problemas para Estados Unidos. La gente sufre. Sería ideal que la gente a cargo se ocupara de resolver determinados problemas que tienen que ver con un estándar de vida. No pido milagros. Sí que se pueda vivir con dignidad, sin odio, sin violencia. Pero sin música nos volveríamos locos. De verdad creo en eso. La música te permite liberarte de cosas que te oprimen demasiado. Sin música todo sería un real locura. La alegría, la paz, la satisfacción que da la música versus las urgencias cotidianas de nuestra sociedad. Esa es una pelea. La música es mucho más importante de lo que realmente creemos.
—Uno creería que hay demasiada conexión hoy día, ¿por qué creés que las artes dan algo distinto?
—El cine, los libros, la música, la pintura: sin estas formas de arte, la locura nos dominaría. Hay cosas que solo podemos expresar de esta forma. Cuando te gusta una canción, no necesitás que alguien te consuele en las redes sociales. Sentís que te entienden. Incluso aunque hoy sea el peor momento de la historia para ser un músico.
—¿Realmente creés eso?
—Tiene dos caras, claro. En el lado positivo implica que se ha llegado a un lugar donde la información y el flujo de lo que te interesa se siente, aunque no lo sea, infinito. En torno a la música, internet te provee una biblioteca de Alexandria prácticamente. Hay mejores músicos que nunca. Pero aquí lo negativo: ya no hay una industria musical. Está muerta. La industria reside en lugares como Spotify o Pandora, y así otros sitios; pero a ellos no les importan los músicos. Son dueños de catálogos enteros de músicos y no les importa. Es casi gratuito en términos de que los músicos no van a recibir lo que merecen por su trabajo, sino una fracción minúscula. Desaparecen las ganas de comprar, por eso no hay más disquerías. No hay una ley que cuide al artista como se lo cuidaba antes. Es casi criminal porque grandes músicos tienen que trabajar de otra cosa a diario para vivir. Claro que podemos conocer muchos autores que nunca vimos y eso es genial. Pero desaparece la oportunidad de vivir de la música.
—¿Qué has descubierto gracias a tu vida en la música que no hubieras conocido de otra forma?
—Conocí el mundo. Eso hubiera sido imposible. Lugares, culturas, sonidos: entender el mundo es clave, porque entendés realmente el poder de la música. La información es clave para ser un gran músico. Tuve el lujo de ser un músico a mediados de los 60, el mejor momento en la historia de la música. Logré ser reconocido en ese momento y por eso hoy puedo tocar en cualquier lugar del mundo.
Quizá para alguien que comienza hoy no exista esa suerte dentro de cuarenta años.
Un legado popular
—Hablás de la música cuando comenzaste a tocar. ¿Qué sentís que era realmente diferente?
—Cuando era joven hubo una explosión de pop, rock e incluso jazz. Yo viví eso. Y casi escucho esa música a diario. Cuando alguien me dice que determinado tipo de música es parte de su vida, siento una conexión superior, distinta. Quizás es por eso que no puedo hacer un show sin sumar a compositores que me formaron y educaron en mis ganas de hacer música. Los Beatles son mejores, mil veces mejores, que cualquier cosa hoy en la radio. Chic Corea, Astor Piazzolla y otros: tuve cientos de grandes maestros.
—¿Qué pasa a la hora de pensar en tu legado como músico?
—Veo que la gente dice de algo así a la hora de hablar de mi obra. Me lo han agradecido a la cara. Pero una parte mía se siente bastante abrumada de que me pongan en un lugar similar al de esos nombres. Al mismo tiempo, no ignoro el hecho de que tengo treinta discos editados y he podido tocar alrededor del mundo. Pero a veces me olvido de que hay gente que me escucha desde hace 45 años. Y que quizá lo hace con una frecuencia, al menos algunos de ellos, casi diaria, que es parte de su día a día, de su vida, de sus grandes momentos. Nunca pienso en ello, es muy abrumador. ¿De verdad me escuchan tanto? Te dicen cuando terminan los recitales que sos parte de su mundo y es difícil no sentirme muy humilde al respecto. Es un lujo.