Ya en la escuela primaria se nos enseñó que, al ponerlos en el mismo recipiente, el agua y el aceite no se mezclan. Sin embargo, una cosa es la física con sus reglas claras y estables y otra muy distinta la comunicación, cuyas alquimias resultan indescifrables y en la mayoría de los casos los resultados son impredecibles. En ese sentido, el Grupo Clarín logró, por medio de Radio Mitre, obtener óptimos réditos de una combinación casi tan imposible como la del agua y el aceite: cuando se unen en el pase entre sus programas mañaneros, Jorge Lanata y Marcelo Longobardi no sólo obtienen buena química humorística, sino que se alzan en algunos momentos con más del 50% del share radial de la AM.
Las trayectorias no sólo fueron disímiles, sino casi opuestas. Lanata edificó su carrera desde el margen izquierdo de la ideología –en la biografía que le dedicó Luis Majul se puso blanco sobre negro que uno de los financistas de Página/12 era Gorriarán Merlo– mientras Longobardi lo hizo desde el derecho –en la misma época, era un habitué de Bernardo Neustadt y Mariano Grondona–. Por si fuera poco, Longobardi es íntimo amigo de Daniel Hadad, quien fuera amenazado de muerte por Lanata. Ahora, de la mano de Clarín, descubrieron que juntos son más exitosos que separados: el rating de su pase supera el de cada uno de sus programas, que nunca bajan del 40% del encendido radial. En una sociedad donde los políticos opositores están atomizados y –entre otros motivos–se los critica por eso,
ellos, distintos entre sí, congregan desde sus programas de radio a quienes están descontentos con el Gobierno.
En cuanto a las expectativas que deposita “la calle” en ellos dos respecto de su rol como voces disidentes al poder central o “figuras” de la oposición, Lanata enseguida explica que “no me veo como un dirigente de la oposición y tampoco como un opositor. Soy periodista y haría lo que hago con cualquier gobierno. De hecho, me peleé con todos los presidentes desde 1983 hasta acá, y está bien que eso haya sido así. Esté el gobierno que esté siempre habrá tensión entre el poder y el público, y nosotros tenemos que estar de ese lado”. Longobardi, por su parte, argumenta que “no trabajo pensando en eso, quizá hasta sería petulante si lo hiciese. Sí creo que hago mi trabajo de la mejor forma posible y con el mayor profesionalismo que puedo. Soy un periodista, un hombre de radio que se informa e informa a los demás. No hay mucho misterio. Quizá ésa sea la explicación más sencilla de ‘tanta’ expectativa o por lo menos es la que yo elijo.”
¿Cuál es el modus operandi que permite esa química entre ambos? Es probable que uno de ellos sea la preparación y el cálculo casi milimétrico. Si lo que se escucha al aire –tanto en el pase como en cada programa– posee un tono distendido y que presupone sorpresas, lo cierto es que hay una amplia preparación. Lanata se levanta cada día a las 6.30 y va a la radio, se encuentra con su equipo de producción –Erica Olijavetzky, Andrea Rodríguez, Margarita Peralta, Manuel Amor, Natalia Figueiras y Gustavo Sammartino– y diseña lo que será su programa del día y algunos elementos del pase mientras Longobardi está al aire con su equipo: María Isabel Sánchez, Rolo Villar, Alberto Cormillot, Willy Kohan y Leandro Buonsante. La diferencia entre un programa y otro la denotan, también, la cantidad de productores: en el de Longobardi hay sólo tres, mientras que en el de Lanata son legión –y además hay que agregar a los columnistas de Lanata sin filtro: Jorge Fernández Díaz (se encarga de política y además es el “Doctor Amor”), Fernanda Iglesias hace espectáculos, el siempre brillante Ismael Bermúdez en economía, Luciana Geuna se encarga de los temas judiciales, la voz disonante de Mercedes Ninci como columnista todoterreno y Nicolás Wiñazki como la otra pata “política”, más joven, del programa.
Una de las curiosidades del pase entre los dos líderes de la mañana radial es que, así como sus perfiles periodísticos están claramente identificados con la política, en el cruce entre ambos –el formal, que arranca a las diez de la mañana y cada día se extiende más a raíz del éxito que obtienen– se dedican a temas por demás intrascendentes, donde se juega con la idea de que Longobardi es una persona de una cultura formal y un tanto hosco en lo social y Lanata es más bien un “atorrante”. Así, el fundador olvidado de Página/12 una mañana puede invitar al fan de Wanda Nara o a Oggi Junco –quien al aire se despachó con que había sido compañero de educación religiosa con Lanata– y a partir de ahí mostrarse desenfadado mientras Longobardi simula asombro y cierta incomodidad. Uno de los hitos fue cuando fraguaron un concurso de cultura general conducido por Silvio Soldán, con preguntas dificilísimas para Longobardi y absolutamente fáciles para Lanata, que cuando las respondía era festejado por todos los presentes en el estudio.
En esta rutina cotidiana se agregó últimamente otro pase, que se produce alrededor de las 9 de la mañana, cuando Lanata visita a su colega y allí sí hablan un poco de los temas de actualidad y, sobre todo, evalúan lunes y martes las repercusiones del último Periodismo por todos por El Trece y a partir del miércoles comienzan a adelantar lo que será el siguiente envío.
Contra lo que ocurre en otros programas radiales, en el estudio nunca se come aunque se dedican con afán a tomar un café tras otro. Lanata fuma, por supuesto, y cuando ingresa pide que corran las cortinas que dan a la calle –que Longobardi mantiene abiertas–, porque si no comienza a acumularse gente que se queda ahí hasta que los salude. Lo que no es muy conocido es que Longobardi es también fumador empedernido, aunque más formal: para hacerlo sale del estudio aprovechando las pausas, aunque siempre el último lo fuma cuando ya salió su equipo y mantiene su última conversación del día junto a Lanata, alejados de los micrófonos, en tono confidencial, quizás evaluando lo que ocurrió o diseñando lo que ocurrirá. Porque quizás ellos ya sepan cómo es eso de mezclar el agua y el aceite, tal vez hayan dado con la fórmula milagrosa. En todo caso, ahora que lo consiguieron, podrían ponerse un objetivo igual de ambicioso para los alquimistas medievales: la fórmula del oro. Total, la del éxito ya la tienen.