Martín Campilongo, conocido como Campi empezó hace veinte años. Hoy su unipersonal está en la avenida Corrientes porque Carlos Rotemberg lo invitó a sumarse a la cartelera de Multiteatro, donde continúa. En este 2015 lo espera una película con Martín Viaggio, en coproducción con Brasil Amando a Carolina con Débora Falabella, la estrella de la novela Avenida Brasil. Aún no firmó el contrato, pero estará en la pista del Bailando por un sueño junto a Marcelo Tinelli, y también hará humor.
—Al estar junto a Marcelo Tinelli, ¿pondrías límites por ser un año electoral?
—Es un programa donde el concurso de baile es una excusa. Trabajé con Tinelli y hace nueve años que no estoy con él. Sería muy cuidadoso. Hay muchas susceptibilidades y falta de humor, se hacen lecturas de subtextos donde por ahí no los hay. Siempre escribo mis parlamentos, no soy un soldadito de nadie. Lo que digo es mío. Y si hay algo escrito y lo repito es porque coincido, si no, no lo hago.
—Fátima Florez dejó de imitar a la Presidenta...
—Creo que Martín Bossi también… No tengo miedo, porque en democracia no debemos tenerlo, pero sí cuidado. No quiero molestar, busco que la gente pase un buen rato. El arte se hace en el teatro y en los libros, la televisión entretiene.
—Sabés que Tinelli es show con peleas y cuerpos ...
—Pero no hay desnudos. Igual a mí no me cortará la pollerita (risas). Es el programa más visto de la televisión argentina, quiere decir que, te guste o no, somos así. Creo que hay que ser respetuoso con tanta gente que ve ese programa, son muchos puntos de rating. El que se sienta discriminado, existiendo el Inadi puede quejarse. Me acuerdo cuando lo nombraron Personalidad de la cultura y algunos le dijeron palabras terribles. Para mí alguien que es elegido noche a noche por tanto público hay que respetarlo. Cultura no es sólo Borges, también el choripán y el mate lo son.
—Se sabe muy poco de tu formación actoral…
—Estudié en el taller de Agustín Alezzo, a quien considero mi maestro. Después seguí con Carlos Gandolfo y Ricardo Bartís. Probé distintas técnicas, como clown, tap y más recientemente canto. Mi profesor fue Sebastián Mazzoni, que me lo recomendó Valeria Lynch.
—¿Cuáles son los secretos de la caracterización?
—Todo lo que se ve en el espectáculo lo hice yo. Realizo desde las máscaras de látex hasta los apliques y el vestuario. Todo lo aprendí en el under y lo mantengo. Aquí no imito, hago personajes que saqué de la realidad. Jorge es de Boedo, hay otros que son de Parque Patricios, pero allí pasa lo mismo que en Recoleta o en la isla Maciel: el dólar blue vale lo mismo, como la inseguridad está en todas partes.
—¿Te molesta estar asociado con el humor?
—No. Pero al estar entrenado por Alezzo necesito, aunque sea una vez por año, hacer algo que no sea comedia.
—Tu primer monólogo es político. ¿Por qué?
—Lo cambio todas las semanas. Mucho de lo que digo me lo han dicho. Tenemos políticos que nos dan que hablar y mi personaje es un taxista con su sabiduría profunda y de trazo grueso. No le gusta nadie, es consciente de que todos hicieron de lo suyo: es un peronista de Perón o sea de algo que ya no está. A partir de esa época todos metieron la mano en la lata, tal vez Perón también, pero él no lo va a reconocer. Todo lo escribo con mi pluma y es mi pensamiento. No le compraría un auto a un político, me encantaría confiar, pero no lo haría. Estoy convencido de la democracia, por eso voto y no en blanco. Hay que saber ganar y perder. Si lo elegiste, genial; si no, hay que esperar que termine su mandato. Es como si esperara un Mesías.
—¿Qué le exigís a un comediante?
—Que esté alerta.