Asociado al humor y a la figura del payaso, en realidad, Gabriel Chame Buendía es, más allá de los encasillamientos en la máscara del reír o del llorar, actor, autor, director y docente. Se formó en la Escuela Argentina de Mimo y fue asistente del director Angel Elizondo. Luego fundó El Clu del Claun. Fue parte, también, de shows del Cirque du Soleil, en el último Soda Cirque Sép7imo día protagonizó el cuadro Sobredosis de TV. Montó diversos espectáculos, entre ellos, sus unipersonales Last Call y Llegué para irme, que regresarán al Picadero en 2018. A sus 56 años, mientras vive entre Argentina, España y Francia, se puede ver su personalísima versión de Othelo, de Shakespeare, en La Carpintería, los jueves y viernes a las 20, con el elenco hoy conformado por Matías Bassi, Martín López Carzolio, Elvira Gómez y Gabriel Beck. Mientras cierra trato para hacer El rey Lear en el Teatro San Martín en 2019, Chamé Buendía piensa en los ensayos que encarará desde enero: La voz humana, de Jean Cocteau, donde dirigirá a Nacha Guevara. El estreno, previsto para marzo, será en el Teatro Liceo, con escenografía y vestuario de Alberto Negrín y producción de Gustavo Yankelevich.
—Participás de proyectos independientes y también, comerciales. ¿Percibís fronteras entre estos mundos?
—El teatro independiente no es una política, sino una consecuencia real de formas de producir. En Europa es imposible hacer teatro independiente. Con mi grupo Les Nouveaux Nez (“Las Nuevas Narices”, junto a Heinzi Lorenzen y Alain Reynaud), uno de nuestros principales trabajos es el pedido de subvenciones, para tener conexión con redes de teatro. También he trabajado en zonas comerciales, como el Cirque du Soleil: show business americano, donde todo pasa por el dinero, donde lo artístico tiene que ver con lo económico, no con lo cultural. No tengo un prejuicio ante esto. En el caso de Nacha, que viene viendo mis espectáculos, estaba interesada en que yo colaborara con ella, lo cual es un honor. Me parece increíble [además] conocer productores como Gustavo Yankelevich. Son fronteras que, más bien, son formas de trabajo.
—¿Cómo surge el proyecto con Nacha y qué expectativas tenés?
—La voz humana es una obra elegida por ella, en un proyecto con Alberto Negrín, con el que estamos en tratativas hace dos años. Imagino que, si me llama a mí, es para buscar una capacidad en el humor, en lo visual y en lo poéticamente cómico. A Nacha le parecía que, a la obra, al ser tan trágica, le venía bien un contraste, y yo, encantado de intentarlo. Nacha Guevara es una profesional fuera de lo común, con una experiencia muy grande. Creo que ella sabe muy bien qué está buscando; eso a mí me ayuda mucho y al mismo tiempo es un desafío.
—La obra fue concebida para Edith Piaf. La interpretaron Ingrid Bergman, Anna Magnani, Carmen Maura… ¿Pesan esos tremendos referentes?
—Será La voz humana de ella, de Nacha Guevara, con sus canciones, su humor, su acidez, su ironía. Va a ser una obra muy de ella, muy a su estilo. Yo ofreceré un color poco habitual; no va a ser la obra de Jean Cocteau al ciento por ciento.
Tristezas y neurosis exageradas en los payasos
—¿Por qué has hecho varios montajes de Shakespeare?
—¡Porque sus obras me fascinan! Es el mejor: la complejidad de historias, la belleza poética, la efectividad dramática es muy grande. Dentro de esa poética compleja, busco un lenguaje cercano, contemporáneo. Es el mundo de los grandes clásicos de la comicidad, como Chaplin, Keaton, el Gordo y el Flaco, los hermanos Marx, [todos] de la mano con Shakespeare.
—¿Dónde ya no se puede poner más humor y hay que dejar paso al núcleo duro trágico ineludible?
—Donde ya no te conviene ponerlo. Es algo intuitivo y técnico, a la vez. Cuando Othelo mata a Desdémona, creo que es el momento más trágico de la obra y la cosa se pone muy densa, pero no lo hago de una manera psicológica, sino visual, poética, efectista. El espectador no se debe aburrir; hay que tenerlo muy agarrado como a un niño. Trato de que lo cómico y lo trágico sean factores para la concentración.
—¿Los payasos son personas difíciles de tratar?
—Puede ser. En el payaso, todo es exagerado: su tristeza, su neurosis, su alcoholismo. Pero el actor común también puede ser un peligro de trato, porque vive en un estado emocional a flor de piel en su trabajo. Además, el payaso no puede hacer cualquier cosa: sólo tiene una posibilidad, que es hacer reír. Si no lo haces con precisión, es muy banal, de mala calidad y algo fácilmente denigrable. Lo cómico del payaso es un trabajo muy esclavo: requiere una precisión muy grande, lo que puede generar insatisfacción y estados emocionales fuertes.