Los lugares estallan. Los cuerpos toman las calles, las desordenan, se desplazan en medio de basura desparramada, autos volcados, huelgas. El gesto de andar juntos, tomados de los brazos, enlazados y en red, en medio del paro, avanza. Miro las imágenes de Mayo del 68. Hay un eco, algo reverbera, sigue sonando, permanece y reaparece en nuestros gestos de hoy. Esos jóvenes de las fotos, idénticos a sí mismos, reaparecen y nos hablan desde sus cuerpos amplificados por tantas capas de sentido depositadas en ellos. Se mantienen en pie esas voces, permanecen.
Hay mujeres subidas en los hombros de algún compañero, hay mujeres sostenidas por sus propios hombros, hay gritos, consignas, estallidos, puños levantados, enfrentamientos con “las fuerzas del orden”. La imagen está viva, puede ampliarse y subvertirse, no se marchitó, todavía nos habla. Se materializa ahora mismo, renace. Muchas de esas mujeres nos abrieron puertas, caminos, claves que nosotras podemos descifrar y sostener. Dice Silvia Federicci: “De la danza aprendemos que la materia no es estúpida, no es ciega, no es mecánica, sino que tiene ritmos, tiene lenguaje, y es autoorganizante. Dado que el poder de ser afectado y afectar, de ser movido y moverse, una capacidad que es indestructible, agotada solo con la muerte, es constitutivo del cuerpo, hay una política inmanente residiendo en él: la capacidad de transformarse a sí mismo, otros, y cambiar el mundo…”.
Desde acá donde estoy ahora, pienso en esa “capacidad indestructible” que renace y me respalda en cada uno de mis reclamos, de mis desobediencias, al permitirme retomar (un poco más libre cada vez), una novedad, una sorpresa, algún descubrimiento en ese poner piedra sobre piedra, seleccionar, elegir, abandonar, tirar a la basura. Hay un horizonte y las construcciones escénicas y poéticas arraigan en ese entorno que me recuerda que siga, que avance. Hay siempre en la performance un diálogo, un juego entre lo definitivo, la desilusión de una imposible partitura fija y la movilidad de los cuerpos siempre en fuga. Sin embargo, trato de conquistar la continuidad, escurridiza –porque nada está dado de antemano–, sin reducir lo múltiple y diverso a categorías estables, normativas, excluyentes, binarias. “De hecho, todo lo impremeditado de la pérdida hace referencia, por así decirlo, a una vulnerabilidad nuestra que no podemos predecir ni controlar por anticipado”, dice Judith Butler.
Hoy, en el arte, ocupamos sitios, lo que significa mover, ensamblar, conectar, empalmar, movilizar. Lo que significa bailar: todo por suceder en un acuerdo entre lo permanente y lo efímero. Las afinidades de los cuerpos y los gestos tejen a cada momento una trama fugaz y capturan fuerzas imposibles de ordenar, pero capaces de perturbar. Hay un aire de época en estas narrativas que se construyen a cada momento, día a día, minuto a minuto. Miramos con nuestros cuerpos de hoy los retazos que nos llegan de Mayo del 68, aquella revuelta y sus gestos que derraman insurrección sobre el mundo.
¿Por qué la marca del Mayo Francés? ¿Qué afinidades, qué alianzas nos unen? ¿Qué intersecciones, qué cruces, qué huellas? Nosotras subidas a los hombros de aquellas mujeres con los brazos en alto, los puños cerrados. Algo nos concierne, nos incumbe y nos conmueve, sacude una zona común, un campo de experimentación que interfiere, subleva, desordena y reordena el levantamiento, la insurrección, la agitación, la desobediencia. Las resonancias están en el aire. Pueden ser acciones en andenes, escaleras, trenes, casas, teatros, alguna vereda, aquella esquina o esta plaza; los cuerpos evocan, imaginan, caen, se mantienen de pie, saltan, chocan, sobreviven: partituras interrumpidas, ritmo, intensidades, potencia y vehemencia en secuencias que se amplifican más y más. Nosotras, mujeres, miramos aquellos cuerpos indisciplinados, revolucionados. Más
allá de las razones históricas que sostienen toda revuelta, los veo agitados, despiertos, sublevados. Y hay una manera táctil de llegar a ellos: mis ojos los tocan, mi piel los ve, el oído los roza y todo mi cuerpo, alerta, construye por capas la única totalidad posible, aquella que es producto del artificio. La danza como gesto de libertad,
potencia, resistencia, sensualidad, puede construir una mirada distinta, una forma de estar y atravesar el espacio y el tiempo entre los cuerpos. Y, además, juntos. Y cambiar el mundo.
*Directora de escena, coreógrafa, curadora, investigadora. Presenta la performance Otros cuerpos, durante el ciclo de charlas 68, modelo para armar, en el Centro de Experimentación del Teatro Colón, los días 17, 18 y 25 de noviembre, a las 18.30.