ESPECTACULOS
Teatro

Devaneos de un director que creó su propia historia

Desde que tengo recuerdo siempre cargué mi propia mochila.

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Terceto. Juegos de amor y de guerra, con Luciano Castro y Andrea Bonelli, actualmente en el Centro Cultural de la Cooperación. Poder absoluto y El diccionario, otras puestas de Barney Finn. | duche zárate

Desde que tengo recuerdo siempre cargué mi propia mochila. Avancé por la vida tratando de hacer lo que creía y exponiéndome a las tempestades de un mundo que a fines de los 60 resultaba seductor y menos agresivo. Con la soberbia que da la juventud creí que me comía el mundo, pero andando un poco las búsquedas me alertaron y logré que no me devorara. Hoy, al cabo de cincuenta años de empecinada tarea, creo que soy un privilegiado por la vida que me permitió llevar adelante mis proyectos con libertad. Esa palabra clave que María Moliner define como “la facultad que tenemos para elegir nuestra propia línea de conducta, y de la que por lo tanto, somos responsables”. Claro que esa libertad no siempre proveyó los medios, ni acercó las soluciones mágicas para que fuera productor de mis propios proyectos. Cada película fue un logro, pero también un riesgo económico que a veces me llevaron a la angustia de no saber cómo seguir. Los avatares de la vida política, social y económica de este país fueron determinantes y en muchos intentos quedé agotado hasta comprender que no quería, ni debía hacer más antesalas.

Como dijo Tarkovski, “la vida no es otra cosa que un plazo concedido al hombre, en el que puede y debe formar su espíritu, de acuerdo con sus propias ideas sobre las metas de la vida”, y yo traté de tomar cada etapa, cada experiencia, cada oportunidad que me brindó la vida, como una posibilidad para atrapar el tiempo. Así lo entendí con la televisión, la ópera y desde siempre el teatro. Cada trabajo, cada obra capturó un tiempo que me dio más seguridad que la que puedo sentir frente a estos devaneos de hoy en donde todo parece ser más efímero, pasajero, olvidable.

No he logrado demasiados apoyos institucionales ya que éstos actúan según conveniencias y oportunismo que llegan a saturarnos. Por otra parte, en esos teatros previsibles o lógicos para recibir ciertos proyectos de envergadura, que harían crecer a cualquier director, uno se expone no sólo al manoseo intelectual y la postergación sino también al desconocimiento y la ignorancia.

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A lo que podríamos agregar no pertenecer a ninguna capilla, o corriente estética de turno. Con la producción llamada comercial he tenido buenas experiencias, pero en estos tiempos de crisis e inseguridades económicas y sociales, también las propuestas de algunas obras se ven condicionadas por el tipo de historias, cantidad de personajes, costo de producción y otros recursos técnicos o promocionales que no cuadren con las pautas del mercado.

Todo esto marcó el camino que me llevó a una amplia experiencia en el Teatro Independiente, en salas en las que he podido presentar obras que parecieran a priori demostrar lo contrario, como el caso de La gata sobre el tejado de zinc caliente, que me permitió llegar hasta Chile en una sorprendente temporada que abrió camino a otras producciones cono Las heridas del viento, La duda y la más reciente de Poder absoluto, que nos llevó a Nueva York en donde obtuvimos el Premio ACE de esa ciudad.

Hoy mi realidad la constituyen obras como La herencia de Eszter, El diccionario y Juegos de amor y de guerra, que me enfrentaron a nuevos diseños, con búsquedas estéticas que difieren, pero donde fue fundamental para mí diseñar cada espacio escénico, condicionado por cada sala. No es lo mismo planificar una puesta en el CCC que en El Tinglado, o en una nueva sala como el Teatro Lude. Además, los textos elegidos nacen de intenciones y objetivos diferentes. Adaptar Sándor Márai o Manuel Calzada, autor de la vida de María Moliner, no es lo mismo que gestar una obra desde el vamos como Juegos de amor y de guerra que nace de mi deseo de trabajar con Gonzalo Demaría, o de una obra como Turbio, de Defilipis Novoa que fue el puntapié inicial, más el reencuentro con un tema que había leído hacía tiempo en un escrito de Juan José Sebreli.

El próximo destino en toda esta trayectoria es Dulce pájaro de juventud, de un autor con quien tengo buena amistad: Tennessee Williams. Sigo como siempre cargando empecinadamente la misma mochila siempre renovada, pero más que nunca depende de mí, pero también en mucho de lo que nos permiten los otros y la realidad que construimos.


*Director teatral y cinematográfico.