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teatro

Diego no está equivocada

Navegas por internet y te encuentras con un video en YouTube que te llama la atención. Alguien lo sube con la clara intención de mostrarle al mundo lo que le pasa.

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FIBA 2019. Millones de segundos que se presenta en la sala El Extranjero es de las obras elegidas para el próximo festival y ganadora de tres premios ACE. Su autor, Diego Casado Rubio, aboga por las minorías, el lenguaje inclusivo y la valentía de ser quien es en este mundo. | Leila Sucardi

Navegas por internet y te encuentras con un video en YouTube que te llama la atención. Alguien lo sube con la clara intención de mostrarle al mundo lo que le pasa.

La cámara está colocada de tal forma que nos deja ver un trozo de puerta, una ventana oculta tras una persiana americana en una habitación aséptica y de paredes vainilla. En el encuadre se ve a una persona de cuerpo entero y remera roja, con pantalones cortos cuadrillé y calcetines blancos. Estar sin zapatos es estar en casa, pienso.

También vemos, con una claridad abrumadora, que hay un perro hermoso, grande, de pelo negro brillante, y pienso en su raza y descubro la majestuosidad de ser rottweiler. Los más fieles y protectores del mundo.

Quiero ser uno, como él. Pienso en el miedo y en sus consecuencias y pienso, quizá, que para algunas de mis pesadillas más recurrentes debería estar acompañado de uno. Para que me cuide y jugar, o para echar unas carreras entre olas, orilla y mar.

La infancia se debería resumir en la alegría de poderla compartir con un perro. Yo no tuve, aunque lo deseé tanto como tener poderes y volar.

Sigo viendo el video y los pensamientos en mi cabeza aparecen como la luz. Rápidos, fugaces, diarios. A través de los parlantes de mi computadora, puedo escuchar golpes y sollozos.

La persona que está ahí parada e indefensa ante sí misma se golpea con fuerza la cabeza y el pecho, a puño cerrado, con violencia. Son imparables, incontrolables y contundentes los golpes. El rottweiler, con dos de sus patas, hace lo que puede para evitar que se siga infligiendo dolor y pienso en su honestidad y en su capacidad de ser humano, y en lo chiquita que le queda al perro la palabra “humanidad”. Elijo la palabra “animalidad”, con orgullo, y suspiro dándome cuenta de que nos queda demasiado chiquita a los humanos.

El video finaliza con el triunfo del hermoso animal abrazando con todo su increíble ser a la persona. Ambos se unen en uno, entre lágrimas. Llanto frágil, de soledad, desamparo y liberación. Me doy cuenta de que todas esas lágrimas se han convertido en mis lágrimas. Todo ese dolor corre ahora por mis mejillas y se ha colado en mi corazón.

Ya no voy a ser el mismo, pienso. Cuánto amor, cuánta belleza, cuánto sufrimiento. ¿Quién es? ¿Por qué le pasa eso? ¿Qué puedo hacer?

Me conmuevo tanto como si fuera océano y pienso en lo profundo.

La tortura incesante de los pensamientos y la realidad de caer en la cuenta de que tengo, quizás, una misión: la de contar esta historia.

Veo que no he sido el único que ha mirado el video: hay más de un millón de otras personas de otros lugares de este mundo loco y gigantesco que lo han visto, como yo.

Busco, averiguo, leo. Se viralizó. Encuentro una noticia que habla del video. Investigo, aprendo, sigo leyendo. Tiene Asperger.

Sigo, avanzo. Es un perro protector. Es un tipo de autismo. Es alguien pidiendo auxilio. Algo sucedió tan injusto que dudo del tiempo y de la evolución.

Año 2016, antes de ayer, como quien dice. Y me sorprendo escribiendo mi nueva obra de teatro: Millones de segundos.

Encuentro como necesidad y motor la idea de hablar del cuerpo, de la identidad, de la discriminación, de la violencia y el amor.

Hablar del orgullo de ser, de la valentía de sostener quien se es, de la lucha que supone serlo y del poder que hay en todo esto para cambiar las cosas. Quiero que se entienda que el autismo es una condición, que no es lo mismo identidad que orientación sexual, y que los animales comprenden todo antes que nosotres.

Ahora soy yo quien se enfrenta a las palabras. Qué importantes son.

El idioma nos construye, nos limita o nos expande, nos agrede o seduce. Por eso la “e” y el “todes”. Integrarnos como personas sin género. No es tan difícil. Pienso, además, en la necesidad urgente de que los hombres empecemos a hablar en femenino.

Quizá pienses en lo equivocada que estoy. Sí, soy varón y hablo en femenino sin pudor. Hay millones de mujeres que hablan en masculino y ni se plantean por qué. ¿Qué tiene si lo hago yo al revés? Pienso en las minorías y descubro que es una palabra engañosa e injusta.

Nos han hecho creer que existen, pero no, es mentira. Piénsalo.

Hola, me llamo Diego y he venido a contarte esta historia para que entiendas que no se padecen las diferencias; se padece la incomprensión. El tema es sentir orgullo y que nada ni nadie te lo impida. Por cierto, la persona en el video que me inspiró a escribir la obra es transexual.

El día que no sea necesario aclarar esto, habrán cambiado las cosas.

*Dramaturgo español, director de teatro, cineasta y escritor, radicado en la Argentina. Autor y director de Millones de segundos, obra ganadora de tres premios ACE y seleccionada para FIBA 2019.

Funciones: martes y sábado en El Extranjero.